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Relatos sobre señoras dormidas (Parte 1)

No hay cuento popular que permanezca idéntico para toda la eternidad. “La bella durmiente” no es el más cambiado de todos, pero sí ha experimentado varias modificaciones.

La bella durmiente sigue siendo una historia muy conocida en nuestros tiempos. Es probable que usted la haya conocido a través de la película de Disney, pero esa adaptación es una entre muchas y tiene sus propios toques. Solo hay cuatro cosas que no cambian en todas las versiones: el pinchazo, la muchacha, el sueño y el hombre que la descubre.

Fuentes antiguas

El relato de una mujer hermosa y dormida a través de un encantamiento aparece en varias culturas. Las variaciones más antiguas, al parecer, pertenecerían a la tradición oral del sur de la India y a la mitología nórdica. La primera tiene la historia de Surya Bai, que aparece recogida en el volumen Old Deccan Days (1868, “Los antiguos días del Decán”), de la escritora inglesa Mary Frere. Allí, una joven criada por águilas huye de un perseguidor, quien accidentalmente deja una garra venenosa clavada en una de las puertas del hogar de la chica. Al día siguiente, ella trata de salir, pero se clava la garra y cae dormida. Tiempo después, un rajá que pasaba por ahí la encuentra y extrae la uña. La chica despierta y se convierte en la esposa de su salvador... en la segunda. La primera consorte del rajá mata a Surya Bai en un arranque de celos, pero la muchacha revive y se vuelve a unir a su marido, tras lo cual este decide enviar a su primera esposa la cárcel.

La mitología nórdica, entretanto, tiene la a la valquiria Brunilda. La versión más completa de su historia aparece en la Saga de los volsungos (1270), donde ella desobedece al dios Odín. Como castigo, él la obliga a casarse y le clava una espina encantada que la pone a dormir. La ex valquiria queda sola en la cima de un monte, rodeada por un muro de escudos que solo dejará pasar a un hombre que no conozca el miedo. Ese hombre es el héroe Sigurd, quien se casa con ella y tiene la mala suerte de beber una pócima de amor administrada por el señor Gunnar, quien lo entrega en matrimonio a su hermana Gudrun y le pide que le traiga a Brunilda para desposarla él. Bajo los efectos del encantamiento, Sigurd secuestra a Brunilda y la obliga a casarse con Gunnar. Adolorida y furiosa, ella orquesta la muerte de su ex marido, pero su arrepentimiento la lleva a suicidarse, no sin antes pedir que la quemen en la misma pira que al difunto y proferir una serie de oráculos ominosos para Gunnar. (Lea además: La verdad tras la obra y vida de William Shakespeare)

Giros escabrosos

Con el tiempo, a todas esas tribulaciones de telenovela se les añadirán temas como la somnofilia y la violencia sexual. En este grupo están el relato de Troilo y Zellandine, que aparece en el romance medieval francés Perceforest (1528), y el cuento “Sol, Luna y Talía”, que pertenece al Pentamerón (1634) de Gianbattista Basile. Me centraré únicamente en el segundo, porque sirve de antecedente directo de una de las versiones más conocidas de la historia. En resumidas cuentas, unos astrólogos predicen que la hija de un hombre rico, Talía, acabará dormida cuando llegue a la edad adulta y se le clave una astilla de lino. El padre trata de salvarla prohibiendo esa tela en su casa, pero todo es en vano, porque un día Talía invita a una hilandera, curiosa como está por aprender el oficio, e inevitablemente se le clava la astilla. A manera de funeral, su padre la sienta en el trono de una de sus propiedades antiguas y deja la casa cerrada. Sin embargo, un rey que cazaba por ahí acaba encontrando a Talía. Al ver que duerme, la viola y se va. La mujer da a luz a gemelos, Sol y Luna, que son cuidados por dos hadas. Uno de ellos le extrae la astilla del dedo mientras busca de dónde mamar. El rey regresa donde Talía y decide casarse con ella, pero su primera esposa (vuelve y juega...) se entera del asunto y manda a capturar a la bella y a los niños para matarlos, cocinarlos y dárselos a su marido en venganza. El chef se apiada de la familia, la esconde y sirve dos carneros en su lugar. Al final, todo se descubre, y el rey castiga a la reina quemándola en la hoguera. En cuanto a Troilo y Zellandine, baste decir que es una historia idéntica en los detalles truculentos, pero diferente en el hecho de que los protagonistas ya eran novios y de que no hay una primera esposa celosa.

Llega Perrault

El escritor francés Charles Perrault no era enemigo de lo horripilante; después de todo, su “Caperucita Roja” termina con una niña devorada por un lobo y su “Barba Azul” es sobre una mujer que descubre que su esposo ha enviudado siete veces y por mano propia. Sin embargo, la idea de una durmiente violada y de un criminal recompensado debió parecerle bastante desagradable, porque su relato “La bella del bosque durmiente”, publicado en Los cuentos de Mamá Ganso (1697), se deshizo por completo de ambas cosas y las reemplazó con toda suerte de detalles fantásticos y de humor. Es a través de él que el cuento adquiere su nombre y buena parte de la forma que le conocemos hoy en día.

La historia comienza con un rey y una reina que van a bautizar a su hija y nombran madrinas a todas las hadas del reino, que son siete. Cada una de ellas le daría un don a la niña; los monarcas, a cambio, les entregan un plato, un estuche y un juego de cubiertos de oro y piedras preciosas, comisionados especialmente para ellas. De repente, llega otra hada, quien no fue invitada porque nadie la había visto “en cincuenta años”. Molesta porque encima del desplante no le darían una vajilla reluciente y personalizada, espera a que las demás ofrezcan sus dones y, antes de desparecer, lanza la maldición que todos conocemos: la princesa moriría cuando se pinchara con un huso. Afortunadamente, la más precavida de las hadas se había ocultado y podía lanzar un contrahechizo: la princesa no moriría, sino que permanecería dormida durante 100 años. Por seguridad, los reyes prohíben todas las ruecas en el reino.

En efecto, cuando tiene entre 15 y 16 años, la chica camina por el castillo, se encuentra con una hilandera que no conocía la prohibición, se pincha y cae dormida. El hada se entera gracias a un enano con botas de siete leguas (¿Pulgarcito?) y llega al castillo en un “carro de fuego tirado por dragones”. El hada pide a los reyes que se retiren y al instante, pues “las hadas necesitan poco tiempo para hacer las cosas”, pone al resto de la corte a dormir junto con la princesa para que no esté sola cuando se cumpla el siglo. Por último, protege el castillo con un “número extraordinario de árboles grades y pequeños, de rosales silvestres y espinosos entrelazados de tal manera que ningún hombre ni animal hubiera podido pasar”.

El príncipe entra al castillo y los encuentra todos dormidos. Ilustración de Gustave Doré para la versión de Charles Perrault.// FOTO: 123RF
El príncipe entra al castillo y los encuentra todos dormidos. Ilustración de Gustave Doré para la versión de Charles Perrault.// FOTO: 123RF

Transcurren los años y un príncipe escucha diferentes leyendas sobre lo que hay en el castillo del bosque impenetrable. Muchos hablan de apariciones y de monstruos, pero alguien menciona la leyenda de una princesa durmiente y el muchacho se decide a comprobar si es verdad. Los espinos se abren solo para él y pronto llega al palacio, lleno de guardias, mascotas y sirvientes igual de comatosos que la princesa, a la que encuentra tan hermosa que lo único que puede hacer es arrodillarse ante ella. La joven se despierta, pues ya han pasado los 100 años, y Perrault describe el encuentro entre ella y el príncipe con dulzura, a la vez que parodia la noción del amor a primera vista y la torpeza de los adolescentes (ver recuadro).

Los dos se ven clandestinamente durante dos años y tienen gemelos: Aurora y Día. ¿Por qué clandestinamente? Porque el príncipe no quería que su familia se enterara de sus amoríos. En lugar de una primera esposa, la “otra” de esta versión es la madre del príncipe, una ogresa que gusta de comer niños. Eventualmente, el rey muere y el príncipe revela su matrimonio, pero tiene que irse a la guerra. A partir de aquí, todo pasa más o menos como en “Sol, Luna y Talía”, con la diferencia de que la reina quiere comerse a sus nietos ella sola y el príncipe no la castiga al descubrir lo ocurrido, sino que ella prefiere suicidarse antes de tener que dar explicaciones.

Coda

Hasta aquí llegan las versiones “clásicas” de La bella durmiente. Durante siglos, el cuento y sus variantes funcionaron como historias donde los bígamos se salen con la suya (“Surya Bai”, Basile), como advertencias sobre lo que ocurre cuando se rompe un matrimonio por la fuerza (en el caso de Brunilda y Sigurd) o como una historia fantasiosa en torno a los desafíos del amor joven (el cuento de Perrault). Las cosas cambiarían aún más cuando dos hermanos alemanes eliminaran a la “otra” para siempre. (Puede interesarle también: La ópera a su alcance o “Son telenovelas cantadas”)

Lea la segunda parte de esta entrega aquí.

¿Es usted mi príncipe?

[El príncipe] se acercó, tembloroso y admirado, y se arrodilló ante ella.

Entonces, como el fin del encantamiento había llegado, la princesa despertó y lo miró con ojos más tiernos de lo que un primer vistazo le debería haber permitido:

–¿Es usted mi príncipe? – le dijo ella – Se hizo esperar bastante.

El príncipe, encantado con esas palabras, y en especial con el modo en que fueron dichas, no sabía cómo expresarle su alegría y agradecimiento; le aseguró que la amaba más que a sí mismo. Sus discursos salían desorganizados, mas por eso gustaban más; había poca elocuencia, pero mucho amor. Él estaba más enredado que ella y eso no debería sorprender; la princesa había tenido tiempo de soñar qué le diría, porque según parece (aunque la historia no dice nada al respecto) el hada buena le había procurado el placer de tener sueños agradables durante aquel adormecimiento tan largo. En fin, se la habían pasado hablando durante cuatro horas y todavía no se habían dicho la mitad de las cosas que tenían que decirse.

Mientras tanto, el palacio se había despertado junto con la princesa: los demás habían soñado con sus tareas y, como no estaban enamorados, se morían de hambre. La dama de honor, igual de apurada que el resto, se impacientó y le anunció en voz alta a la princesa que la comida ya estaba servida. El príncipe la ayudó a levantarse: ya estaba magníficamente vestida, pero él se cuidó mucho de comentarle que llevaba ropas al estilo de su abuela y una gorguera anticuada; sin embargo, nada de eso la hacía menos bella.

-“La bella del bosque durmiente”, Los cuentos de Mamá Ganso, Charles Perrault.

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