Facetas


Sara Tejeda cocinaba a los presidentes

JOHANA CORRALES

04 de octubre de 2015 12:00 AM

La personalidad de Sara Tejeda es más sabrosa que su comida.

O si no, que lo digan César Gaviria, Ernesto Samper y Andrés Pastrana, a quienes les llenó no solo la panza con las ricuras que preparaba, sino el corazón.

Fue por un montón de años la cocinera de varios expresidentes de Colombia. Sabía exactamente qué y cómo les gustaba la comida, además de uno que otro secretico de la familia presidencial.

Esa sería razón suficiente para querer escribir su historia. Sin embargo, su currículo se queda corto frente a su extraordinario carácter. Es de esos personajes que uno se muere por entrevistar. A quienes, como decimos en este medio, toca montarles la cacería para hallarlos. Que dicen frases tan auténticas que se pueden transcribir igualitas. Que uno disfruta realmente escribiendo, pero sufre editando: Sara da para un libro.

Después de no sé cuántos años administrando los hogares de otros, confiesa, todavía se enreda en el suyo, de ahí que cuando llegamos a su casa nos recibiera en toalla. Su vivienda es de tres pisos y queda en todo el frente de la cancha principal del barrio Luis Carlos Galán: su presidente favorito, Ernesto Samper, gestionó para que tuviera tan privilegiada ubicación.

El día que la visité, además de estar desnuda, tenía de fondo un vallenato pegajosísimo, de la diosa Patricia Teherán.Tan pegajoso lo sentí, que aún sigo tarareándolo.

En medio del evidente caos en el que la encuentro, Sara tiene una manera muy elegante para expresar sus ideas. Usa frases y ademanes de gente distinguida. Pero es más que obvio: algo se le tenía que pegar después de codearse por tantos años con los gobernantes de este país.

Aprendió a cocinar siendo una niña. Se acuerda que vivía en una finca en San Bernardo del Viento y una tía se la trajo a vivir a Cartagena cuando tenía 8 años. A ella, le heredó el gusto por la cocina.

Su primer trabajo formal lo consiguió en el hotel Majagua, pero el que queda en las Islas del Rosario. Era la encargada de preparar la comida para el personal. Un día, estaba en el comedor de los empleados una ejecutiva del hotel quien, después de probar la posta negra, el arroz con coco y el plátano en tentación, le dijo: “Esto es mucha cocinera para personal”. Y ordenó de inmediato que la ascendiera a la cocina fría a cocinarles a los huéspedes.

Tiempo después trabajó en el Club Cartagena. Fue la primera mujer que pisó esa cocina. Siempre habían contratado hombres. En una ocasión, cuando salía del trabajo (era solo medio tiempo), se encontró con una conocida, Stella Martínez, quién le preguntó para dónde iba:

-Voy para Turbaco. Estoy viviendo allá, pero qué flojera tengo de irme a encerrar.
-Bueno, mijita, vente para mi casa y me ayudas hacer un pavo de Navidad.

La mujer quedó tan encantada con la comida y la presentación de los platos que le dijo que fuera hasta el Centro de Convenciones, que allá le iban a hacer una entrevista para ser la cocinera de la Casa de Huéspedes.

“Me contrataron enseguida y el primer día, que teníamos que irnos en lancha, porque la Casa de Huéspedes estaba por Manzanillo, como cosa rara, la niña Sara llegó tarde y la lancha me dejó. ¡El primer día, imagínate tú!”, cuenta riéndose durísimo.

La casa presidencial por dentro
Luego del incidente, le presentaron el resto del personal, con el que tuvo afinidad a primera vista. Entró en el último año del presidente César Gaviria.
Lo recuerda como una persona muy querida.A su esposa, no tanto...

“Él era espectacular, le encantaba la posta cartagenera; y la esposa, bueno, solo diré que era un poco malgeniada”.

Es una persona de mucho ambiente, por eso siempre realizaba fiestas en la Casa de Huéspedes. Y, bueno, entre más fiestas, más invitados y más trabajo: “Eso era baje la olla, sube la olla; baje la olla, sube la olla”.

Uno de los invitados más especiales de Gaviria era Carlos Vives, quien, en una de sus visitas, les regaló boletas en primera fila a todo el personal para su concierto en la Plaza de la Aduana. Los trabajadores llegaron al emblemático lugar en los carros de presidencia.

Fue tal la afinidad con el gobernante que, antes de concluir su mandato, los invitó a todos a que conocieran Palacio.

“O sea, en el avión presidencial nos subimos los empleados. No lo creíamos. Era como el cuento de Cenicienta: a las 12 se acababa la magia”, me dice y me muestra un álbum completo de su visita a Palacio.

-¿Quién siguió después?-pregunto.
- Vino mi gordito encantador, Samper.

Todos los días para el desayuno,  Sara preparaba lo mismo: arepa con huevo, chorizo, tocineta, queso, jamón, pan de banano, pan de manzana y pan de maíz, una de sus especialidades.

“Me acuerdo que bajaba a la cocina, destapa la olla y preguntaba: “qué tenemos para hoy”(imita igualito la voz nasal del expresidente).

Lo define como un hombre extremadamente sencillo y noble, con un sentido del humor fuera de serie. Así mismo recuerda a la esposa y al hijo mayor de exmandatario, con quienes tuvo una relación muy cálida.

Durante su gobierno atendió a varios gobernantes del mundo en una de las tantas cumbres de presidentes que se realizaron en la ciudad. Al que más recuerda es a Fidel Castro, quien cargaba con su chef personal para todos lados. Sin embargo, cuando probó la comida de Sara decidió dejar descansar a su cocinero.

“Llegaron los presidentes de Argentina, el de la India, quien pasaba con unos trapos hediondos; y el de Cuba. Ay, ese Fidel nos trajo unos helados deliciosos”, cuenta saboreándose los labios.

¡Se quedó el arroz!
Del sinnúmero de anécdotas que con el gobernante, la que más recuerda fue cuando inauguraron la casa presidencial en isla Tesoro (islas del Rosario). A Sara le daba mareo viajar en lancha, de modo que se transportaron en el helicóptero presidencial.

Estaba muy nerviosa porque para la fiesta del lanzamiento del lugar no se podía quedar ningún alimento. En ese islote no se encontraba nada qué comer. Por eso intentó ser lo más cuidadosa posible para meter todo al helicóptero.

Mas, cuando llegaron...

-¡Ay, Dios mío! se quedó el arroz- exclamó Sara.

A lo que el expresidente Samper respondió:

-No pongo helicóptero para buscar el arroz. Eso es mucha plata. Si se quedó el arroz, se quedó.

Sara imita igualito a Samper. Es divertidísima. Al final les tocó inventar con lo que había, porque el arroz no lo mandaron buscar.

Los trabajadores de la casa le cogieron tanto aprecio al mandatario y a su familia que antes de que acabara su gobierno, le hicieron una fiesta de despedida.

“Fue un gobierno muy chévere, muy tranquilo. Yo nunca lo vi malhumorado. Fueron cuatro años espectaculares con él. No sé qué habrá hecho mal en su gestión, ni me interesa, pero con nosotros fue increíble. Su familia y él fueron los mejores patrones que tuvimos”.

Un gobierno difícil
El gobierno más duro y triste fue el de Andrés Pastrana. Por algún motivo, que no recuerda, les anunciaron que harían un recorte de personal. Fue un golpe muy duro, se habían convertido en una familia.

Fue tal resistencia, que su jefa, quien administraba la Casa de Huéspedes, prefirió renunciar antes de seguir sin su gente. En medio de ese sinsabor, a Sara le tocó lidiar con una familia más distante y fría.

“Su señora era muy estirada, deoparao. Ellos marcaron muy bien la diferencia entre la servidumbre y los jefes. El plato favorito de la esposa de Pastrana era el ceviche caribeño, de vaina no desayunaba eso. ¿Sabes? yo nunca la vi desgreñada. Siempre se veía impecable, hasta en la habitación. Los niños también eran fríos, bien puestecitos”.

Siguió un año y un poco más con ellos, pero sus compañeros le hacían demasiada falta, tanto, que decidió aceptar una oferta que le hicieron para irse a Brasil a trabajar con una exreina de belleza de la ciudad.

En ese viaje le pasaron cualquier cantidad de cosas. Como que el avión a Sao Paulo la dejara estando en el mismo aeropuerto en Bogotá. Sara se quedó, como decimos en el Caribe, echando cháchara con su hermana. Pero, bueno, esa historia da para otra Faceta.

Se regresó porque le hacían falta sus tres hijos, a pesar de que hablaba con ellos todos los días.

“Fue una experiencia increíble, y me dieron una carta de recomendación lindísima. Todavía la tengo”.

Cuando llegó a Cartagena, la contrató el empresario Woods Staton, quien hace unos años apareció en la revista Forbes como uno de los cinco colombianos más ricos del mundo. Con él duró 14 años.

Una vez llegó el presidente Andrés Pastrana a comer con el empresario colombiano y, en medio de la cena, Staton le dijo a Sara:

-Cuidadito con echarle saliva a la comida de Andrés, nada de eso.

Hubo un silencio incómodo, y la risa estruendosa que la identifica invadió el elegante lugar: “Ay, el señor Woods era malísimo. Lo quería matar, y me quería morir”.

Ahora Sara está en su casa. Sufre del mal del túnel carpiano, pero en sus dedos aún viven los recuerdos de días sanos. 

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