Con toda la fe del mundo, confiando en que este será mejor que el anterior, comienza su día de trabajo a las 8 a. m. *Elizabeth se levanta de la cama muy temprano, se baña, se viste, desayuna y se alista para laborar. Solo que su ‘trabajo’ en realidad es en su casa, en Los Alpes, y su tarea no es otra más que buscar empleo. A eso se dedica. No sabe cuándo acabará su conteo: van 930 días. Cada uno más desesperante, cada vez parece alejarse más de su objetivo. Con cada día se pregunta por uno de sus mayores temores: “¿Será que algún día pasará, podré cumplir los sueños que tengo?”, si ya está todo perdido, si realmente ha valido la pena ir a la universidad, su carrera y estudiar tanto... No lo sabe.
El conteo de 930 días, es decir dos años y siete meses, comenzó tras perder su último empleo: comunicadora social en una fundación en Cartagena. El contrato de un año para un proyecto social se había cumplido y con eso, Elizabeth, de 25 años, engrosó las estadísticas de desempleo, un estado por el que ya había pasado por varios años. En su día de ‘trabajo’ en casa, a las 10 de la mañana, ella termina de monitorear los mil y un portales web a los que ha inscrito su hoja de vida. “A El Empleo, Computrabajo, Jooble”. A todas las redes sociales como Linkedin, a todos los grupos de Facebook de desempleados a los que está inscrita y hasta en portales de “dudosa procedencia” en los que no confía mucho pero en los que sin embargo aplica esperanzada en encontrar algo. “Al principio tomé como un tiempo de descanso, porque el trabajo en la fundación fue bastante agotador. Pero luego de unas semanas me empecé a desesperar, ya cuando uno ve que la plata se está acabando se desespera”, me explica algo decepcionada. Y hay que ver que cuando se está buscando trabajo la ilusión es algo frágil, muy frágil, se rompe una y otra vez.
“Hay unas plataformas virtuales que ofrecen cosas que se relacionan con mi carrera, sobre redacción y trabajo freelance, pero siempre son como raras, una vez me pusieron una prueba, redactar una noticia, yo hice todo el proceso y luego resultó que era algo para vender publicidad, buscarle clientes a una empresa. Yo preguntaba cómo era el pago y nunca me daban claridad, así que desistí”, relata. Y así, una vez tras otra. “En las tardes, cuando ya no tengo nada que hacer, me pongo a leer y a buscar empleo de nuevo. Por un tiempo hice ejercicios, estuve juiciosa con eso, buscaba algo que hacer porque a veces el ocio angustia. Ayudaba a mi hermano con las tareas, con sus prácticas, me convertí en aguatera, en masajista, en profesora”, cuenta y hasta ríe.
Hace de cuanto curso o taller virtual que le ayude a robustecer su hoja de vida. “La idea es no perder la rutina de estar haciendo algo, el mundo cambia, uno se tiene que actualizar”, dice. Incluso, asistió a algunos talleres con Comfamiliar y Comfenalco, sobre ¿Cómo encontrar trabajo? ¿Cómo responder en las entrevistas? ¿Cómo hacer una hoja de vida llamativa? Y es que, con la abundancia desempleo, en las universidades debería existir una cátedra donde enseñen habilidades para encontrar trabajo.
¿Y qué es lo peor de estar buscando trabajo y que no llegue?, pues puede ser que te digan que no. Pero no. Es esperar nada. A veces el no puede ser incluso bueno, porque puede acabar con una incertidumbre. “Sí me llaman a entrevistas”, responde, pero lo peor es cuando ni siquiera te responden no.
“Con los cursos que hice caí en cuenta de que uno tiene que ser reflexivo a la hora de hacer las solicitudes. En el desespero empieza uno a mandar las hojas de vida, a aplicar por aplicar a cualquier cosa, por eso uno se frustra cada vez que no lo llaman. Entonces empecé a ser un poco más honesta conmigo misma, ya no mando hojas de vida a todo lo que vea porque ajá es frustrante también”, narra. “Una vez me llamaron de Unicef, me emocioné, pero no sabía ni a qué apliqué, luego me dijeron que era como una pasantía, como un voluntariado, como que no leí bien la convocatoria, me llamaron para la entrevista, pero era como un voluntariado, no iba a recibir salario. Era chévere pero no podía porque no me iban a pagar”, agrega.
“Luego me llamaron de una empresa prestigiosa, hice la entrevista, los exámenes sicológicos para saber si es que está uno loco o no. Me entrevistó la subdirectora de la empresa, pensaba que ya casi, pero al final nunca llamaron. Después estuve en otro proceso, con una fundación, era el trabajo soñado, el proceso duró tres meses. Al mes que mandé la hoja de vida me llamaron, hice la entrevista con la directora comercial, me mandaron una prueba, era el último filtro. Ese me encantaba, era trabajo comunitario y era en la isla de Barú, me ilusioné bastante, me tocaba mudarme a Barú y me parecía chevere”, señala. Pero otra vez su teléfono se quedó esperando aquella llamada que nunca llegó, ni siquiera para decirle: no.
“Hice una prueba para trabajar en una emisora de la ciudad. Después de un tiempo me llamaron a preguntarme cuál era mi aspiración salarial, dije que entre millón 800 y dos millones de pesos, más nunca se comunicaron conmigo. También me postulé a cuatro convocatorias de la Comisión Nacional del Servicio Civil, pero nada y a muchas otras cosas más...”.
“Al principio estaba terca en que fuera solo buscar trabajo en comunicación social, ya después de un año sin empleo, la gente me decía que yo tengo habilidades para ser maestra, que por qué no aplicaba para ser maestra, metí hojas de vida en varios colegios, pero nada. Mi familia me la montó con eso de que yo podría ser profesora (...) Gracias a Dios y he sido organizada, como yo gané más o menos bien en el empleo que tuve, metí parte del dinero en un CDT, con eso generaba réditos, me salían algunas cosas esporádicas y me las he podido arreglar”, cuenta.
“Los más cruel de estar sin empleo, para mí, no solo es la falta de dinero, tú estudias para desempeñarte en algo, te proyectas cómo va a ser tu vida, cuando no tienes empleo, sientes que te estancas. Uno se pone a pensar en sí: ¿Voy a lograr todo lo que había pensado algún día?, eso es lo más duro. Entra una incertidumbre. Con los ahorros que tenía quería hacer una maestría o una especialización, estudiar e ir avanzando y mejorar la calidad de vida. Pero me ponía pensar, y si me pongo a estudiar porque tengo el tiempo, después cómo vivo si no me sale nada”.
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Elizabeth se ha vuelto experta en buscar trabajo, tanto que, si pagaran por ello, sería millonaria y podría hacer la especialización que tanto quiere. Ahora ha recibido una llamada sobre una contratación que “estaba pendiente”, no lo creía, ahora está contenta porque es un nuevo comienzo, está aliviada porque esta vez es un es un sí.
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