Facetas


Una escalera en cuarentena

La escalera tiene cien casillas y cada una tiene una escena que alude la caída o el ascenso. Se ha convertido en una forma de estar más unidos que siempre en cuarentena.

En la casa sobrevive el viejo juego de la escalera, una especie de parqué enorme con cien casillas en donde pueden jugar cuatro o cinco o más personas, con las mismas fichas de colores, y con un solo dado. El ganador es el que llegue al número cien. Pero para llegar a la meta, la suerte puede ser adversa. Puedes sacar un 4 que es una pequeña escalera al 14, o llegar al número 87 y caer de la escalera al número 24. Es divertido.

A veces se está muy cerca de llegar a la meta, y un número puede ser una escalera en ascenso o caída. El juego llegó a casa como un regalo para mi hermana Nelsy hace más de medio siglo, y aún mi madre lo conserva como su arará, la corteza medicinal que al rallarse sana los golpes. Mi madre lo heredó de sus abuelos y el arará ha aliviado el dolor a más de cuatro generaciones de caídos. Papá, por su parte, era un aficionado al ajedrez, pero también le encantaba el dominó, el juego de cartas, el arrancón, el juego de damas y con nosotros jugaba ajedrez, parqué y la eterna escalera. Todo esto nos lleva a la felicidad de jugar ahora a la escalera. (Lea tambien: 300 cursos gratis para realizar en tiempos de cuarentena)

La escalera tiene cien casillas y cada una tiene una escena que alude la caída o el ascenso. O un color. La casilla 1 es una niña regando las matas y es una escalera que sube a la casilla 38 donde la niña tiene un canasto de flores. La casilla 2 es azul. La 3 es blanca. La 4 es un niño leyendo un libro, casilla que es a su vez una escalera que nos lleva a la casilla 14, donde aparece el niño graduándose. Quien llegue a la casilla 9 subirá a la 31. La 9 es un niño al que una niña le está amarrando sus cordones. La 31 es el niño dándole un regalo a la niña. La casilla 16 es un par de niños que están peleando. Quien llega allí cae a la casilla 6 en la que aparecen los dos niños vendados y golpeados. La casilla 28 es una madre que teje una blusa a su hija y es una escalera que sube a la casilla 84, en donde está la niña en brazos, con su blusa puesta. La casilla 47 es un niño que está pescando en zona prohibida y es una escalera que cae a la casilla 26 donde un policía está regañando al niño infractor. La casilla 36 es un niño comiendo fruta y es una escalera que sube a la casilla 44 que es la casilla del mismo niño saludable con los brazos en alto mostrando su musculatura. La casilla 95 es un niño al que están peluqueando y es una escalera que cae a la casilla 75 donde los niños junto al peluquero han quedado calvos. La casilla 80 es un niño pintando un cuadro y es una escalera que nos lleva a la casilla 100 que es la meta final con un trofeo.

Mis hermanos

Recuerdo que mi hermano mayor, Carlos, daba muchas vueltas a su dado, lo empuñaba y soplaba y decía: “Va a salir el 6”, que era el número que necesitaba para llegar a la casilla 28 y subir al mismo tiempo a la casilla 84. El dado daba vueltas como un trompo y encontraba su centro exacto en el número 6. Cuando le tocaba el turno a mi hermana Nelsy, la dueña de esta escalera, necesitaba un 5 para subir del 51 al 67, y entonces le salía el imprudente 3 que la bajada del 49 al 11. Era una caída estrepitosa. Cuando le tocaba el turno a Alberto, necesitaba un 4 para llegar a la casilla 71 y subir a la casilla 91. Se concentraba. Le daba vueltas a su dado y le hablaba a su dado. Necesito es el 4, decía. El dado daba vueltas buscando su centro, estaba a punto de salir el 4, y de pronto, el dado se volteaba en el importuno 1. Alberto se concentraba en sus números y a veces decía: “Ahora tú vas a sacar el 4”, cuando me tocaba el turno a mí, y el 4 era el número que me servía era para caer del 87 al 24. Preciso. El dado daba todas las vueltas, y yo hacía fuerzas para que saliera cualquier número menos el 4, y el dado daba la última vuelta para caer en el 4. Tremenda caída. Alberto, que era ajedrecista desde niño, aficionado a la ciencia, se conmovió cuando éramos niños al ver por televisión al ilusionista israelí-británico Uri Geller, un mago que decía tener poder mental y doblaba cucharas delante de los televidentes. El problema fue que en la casa aparecieron cada día las cucharas dobladas por la concentración de mi hermano Alberto, y mi vecino Marco Pineda descubrió que su niña Angelita también se había aficionado a doblar las cucharas de su casa con la mirada y a mover las lámparas. (Lea también: Gobierno extiende cuarentena nacional hasta el 1 de julio)

En cuarentena

Ahora estoy frente a la escalera que nos hizo felices en la infancia. Jugando con otros dados y con otros participantes. Ahora es mi nieta la que juega conmigo. A mi esposa Mary se le ocurrió inventar en esta larguísima cuarentena un juego parecido a la peregrina lo rayuela, en la que había que saltar o caer en las casillas que tenían la forma de un pie izquierdo o derecho o una mano izquierda o derecha. Fue grato y saludable juntar las edades del tiempo entre la niñez, la juventud y la madurez, y saltar de la generación de nuestros padres a la generación de nosotros, a la generación de la bisabuela a la generación de sus bisnietos. Como quien salta en el tiempo en un juego.

Mamá, que suele guardar los juegos de nuestra infancia como nuestros cabellos, me ha preguntado por estos días en dónde anda escondida la escalera del juego. Le dije que yo me la había traído prestada. Sácale una copia, me dijo mi madre con humor. Es ella, mi madre, la que aún guarda nuestros rizos de cabellos de niño, la que una vez los puso debajo de la tinaja, para que la frescura de la tinaja pasara a nuestros cabellos y de nuestros cabellos a nuestro corazón. Tanta falta hace esa frescura de tinaja en estos tiempos.

Epílogo

Mi hermana Nelsy me ha llamado también para recordar su escalera. Jugar es una forma de felicidad. En mi pueblo se decía que era para “matar el tiempo”. Pero ya con pasarla bien es suficiente en familia o en comunidad. En Cuba la gente juega a ser feliz en medio de sus contrariedades y se inventó el doble nueve para alargar el juego de dominó y meter a más gente en el juego. El juego ha crecido hasta el doble doce.

Caer y subir es la gracia de este juego de la escalera.

Caer y subir como en el juego de la vida.

Sin dejar de reír en la caída.

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