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[Video] La historia de lucha del entrenador Aníbal González

Quien conoce a Aníbal en el barrio El Espinal quizá sabe bien que ha rescatado a muchas almas de los peligros de la calle, del abandono, de caer presas de los vicios.

Aníbal González Parra se convirtió en un alma en pena. Iba por las calles como un ‘fantasma’, perdido en sí mismo y sin importarle nada. Fue el hecho de no dejarse vencer, de ser paciente, de aprender a perdonar y el mismo deporte que imparte lo que lo ayudó a volver a vivir tras dos tragedias que han marcado su vida.

Quien conoce a Aníbal en El Espinal y en el mundo boxístico quizá sabe bien que ha rescatado a muchas almas de los peligros de la calle, de caer presas de los vicios y, también, de las enfermedades, esas que atormentan a la mente. “Siempre he vivido en este sector que se caracterizó por tener muchos gimnasios de patio. Cuando comenzó el Chico de Hierro, por donde está Muebles Jamar, ese era el más moderno. Los demás tenían que esperar que el agua escurriera y echar aserrín para practicar ahí. Eso era Chambacú”, me explica.

Aníbal nació, se crió y creció en El Espinal, cuando la zona era un hervidero de líos sociales.

“Mi infancia fue bastante normal -recuerda-, aunque era una zona roja. Venían delincuentes de todas partes de Cartagena a atracar turistas en el cerro San Felipe (...) Crecer en ese ambiente fue extremadamente duro, aunque tenía a mis padres que me apoyaban y que siempre me dieron buenos ejemplos. Yo creo que eso fue suficiente para tratar de sacar gente adelante y ayudar a bastantes niños a que no se perdieran en la drogadicción”. Aún ve a alguno que otro de esos amigos, a los que no pudo ayudar, deambulando por la zona, como aquel hombre cuya madre se mudó el barrio porque no quería ver a su hijo consumirse en las drogas. “Fue difícil ver a mis amigos perderse en el mundo de la droga, matarse unos a los otros, hacer barbaridades. Todavía es y tengo dos amigos que no han podido salir de las drogas”, me cuenta, sentado en el último gimnasio de boxeo de barrio que sobrevive en El Espinal.

[Video] La historia de lucha del entrenador Aníbal González

Aníbal González, entrenador.

Con alma de boxeador

El padre de Aníbal era José, quien le heredó su oficio. “Él fue boxeador hasta 1957, cuando yo nací. Sí, me gustó el boxeo y eso que él no me llevaba a practicar. No le gustaba que yo fuera boxeador. Así ha sucedido con todos mis hijos varones a los que les ha gustado el deporte, se inclinan por el boxeo, tuve once varones y una hembra”, comenta. De sus doce hijos, la mayoría ha practicado el boxeo, incluso Joen “la Elegante” González, la única mujer, quien prefirió el cuadrilátero antes que cualquier otra cosa.

“Desde temprana edad, me inicié en el boxeo, seguí la carrera de aficionado pero en el momento que iba a ejercer de profesional me surgieron otras cosas y fui cogiendo la carrera como entrenador, siempre me dedicaba a los niños que veía que les podía enseñar”, cuenta Aníbal. Y añade varios de sus grandes éxitos: “Este gimnasio tiene como 30 años, aquí se inició el boxeo femenino, de aquí salían todas las mujeres a pelear en cualquier parte del mundo, hice campeona a Yoli Marrugo, a la ‘Catira’ Carranza, una peso pesado, de Venezuela; tuve a Paola Rojas, a Paola Herrera, todas las mejores mujeres de Colombia han pasado por aquí. También mi hija Joen”, describe.

Desde ahí quiso salvar a muchos niños de El Espinal y la Calle Nueva de las constantes peleas, algo que logró no con los guantes de boxeo, pero sí con un balón de fútbol. Entre ellos al que llama “el último ídolo del boxeo que ha tenido Colombia”, Edward “el Rosquita” Barrios, otro de sus muchos hijos, no de sangre, adoptivo. “Lo recogí desde los 14 años, me lo trajo un amigo entrenador que lo encontró en la calle. Fue más que un hijo, porque tenía que enseñarle el arte del boxeo, educarlo y darle todo lo que él necesita, todo”, comenta. Aníbal se convirtió en un padre para ese niño al que transformó en un excelente boxeador, con el que compartió la alegría de los triunfos, pero del que tuvo que despedirse abrupta y dolorosamente. “Estábamos celebrando el cumpleaños de un hijo, para el mes de octubre, estábamos preparándonos para irnos para una pelea en Las Vegas y, de repente, sucede eso, vinieron tocando la puerta, diciendo que ‘el Rosquita’ había aparecido en El Universal, estaba registrado como N. N. Una camioneta se voló la escuadra y lo atropelló, a él y a su novia, iban en una moto en la Crisanto Luque, los dos murieron. Murió a los 28 años, 14 años duré con él”, narra. “Eso fue muy duro, él quería cariño de parte de su familia pero no lo encontró sino en uno, en mi hermana Maribel y en mí. Eso fue duro, lo recordamos todos los días”, sostiene.

Un semillero de talentos

El gimnasio de Aníbal parece un pequeño museo, lleno de fotos en las paredes: instantáneas de momentos memorables de quienes han pasado por su ring. El sitio ha servido, además, como escenografía de la película El Piedra, del director cartagenero Rafael Martínez, y de la película Cartagena, con el reconocido actor Cristofher Lander, donde “hizo el papel de un campeón del mundo, yo le enseñé buena parte de eso, y de cuidador de una cuadrapléjica”, destaca Aníbal.

“Aquí he entrenado a mucha gente, unos han sido campeones, muchos no han llegado a ser campeones, pero son personas que le sirven a la sociedad (...) Aquí he hecho ese trabajo a personas que no son deportistas, las sostengo en el deporte, eso te mantiene sano”, afirma, sobre personas a las que entrena que no son precisamente deportistas pero que llegan a sus manos buscando sanar padecimientos como la ansiedad. “El tiempo cura las heridas pero no hace olvidar, si te dedicas todo el tiempo a vivir triste, melancólico, terminas también muriéndote”, dice luego sobre cómo superó la partida del Rosquita y otro duro golpe que la vida le dio: la muerte de otro hijo: Raúl Andrés González.

“Tenía apenas 17 años, se accidentó el 9 de noviembre de 2006, iba de parrillero de una moto, cogió una brecha y cayó, pero fue negligencia médica, el médico no le hizo los exámenes para detectar que tenía una triple fractura en la cabeza y le dio de alta de inmediato, lo mandó para la casa con acetaminofén (...) Las muertes de mis hijos han sido los momentos más duros de mi vida, pero uno tiene que superarlo, yo cruzaba las carreteras como un fantasma, no me interesaba mi vida, pero un sobrino me hizo reflexionar”, asegura. “Tengo otro hijo que parece que es un gemelo (de Raúl), en tiempos distinto, porque tiene la misma talla y todo, ya lleva 100 peleas de aficionado y dos de profesional (...) Mi proyecto en este momento es que a mi último hijo, que se llama Hansel David González Forero, quiero convertirlo en uno ídolo del boxeo colombiano, ya me lo pidieron de Bogotá, porque de aquí, de la Liga de Bolívar me lo sacaron, allá fue campeón”, relata.

“Aquí, ni los millonarios han comenzado a hacer boxeo en Bolívar este año, yo, un monda’o, ya llevo dos veladas y en poco tiempo, una en julio y otra en agosto, con mi propio presupuesto, estoy planeando una tercera (...) Ahora mismo estoy soñando con que los muchachos que entrenan aquí sean campeones; el sueño de un entrenador es que su pupilo sea campeón, en eso estoy empeñado con mi hijo. También tengo una chica, Johana, de Venezuela, quiero llevarla a que sea campeona. Siempre estoy exponiendo y sacando gente, a mí nadie me para, aunque la Liga no me reciba, aunque tenga obstáculos por todos lados, pero yo me los brinco. Así me he mantenido hasta ahora y espero seguirlo haciendo porque esto se me pasa el día que me muera”, finaliza el hombre de 65 años, a quien el boxeo le ha dado todo en la vida.

Aníbal González, entrenador.

Con alma de boxeador

El padre de Aníbal era José, quien le heredó su oficio. “Él fue boxeador hasta 1957, cuando yo nací. Sí, me gustó el boxeo y eso que él no me llevaba a practicar. No le gustaba que yo fuera boxeador. Así ha sucedido con todos mis hijos varones a los que les ha gustado el deporte, se inclinan por el boxeo, tuve once varones y una hembra”, comenta. De sus doce hijos, la mayoría ha practicado el boxeo, incluso Joen “la Elegante” González, la única mujer, quien prefirió el cuadrilátero antes que cualquier otra cosa.

“Desde temprana edad, me inicié en el boxeo, seguí la carrera de aficionado pero en el momento que iba a ejercer de profesional me surgieron otras cosas y fui cogiendo la carrera como entrenador, siempre me dedicaba a los niños que veía que les podía enseñar”, cuenta Aníbal. Y añade varios de sus grandes éxitos: “Este gimnasio tiene como 30 años, aquí se inició el boxeo femenino, de aquí salían todas las mujeres a pelear en cualquier parte del mundo, hice campeona a Yoli Marrugo, a la ‘Catira’ Carranza, una peso pesado, de Venezuela; tuve a Paola Rojas, a Paola Herrera, todas las mejores mujeres de Colombia han pasado por aquí. También mi hija Joen”, describe.

Desde ahí quiso salvar a muchos niños de El Espinal y la Calle Nueva de las constantes peleas, algo que logró no con los guantes de boxeo, pero sí con un balón de fútbol. Entre ellos al que llama “el último ídolo del boxeo que ha tenido Colombia”, Edward “el Rosquita” Barrios, otro de sus muchos hijos, no de sangre, adoptivo. “Lo recogí desde los 14 años, me lo trajo un amigo entrenador que lo encontró en la calle. Fue más que un hijo, porque tenía que enseñarle el arte del boxeo, educarlo y darle todo lo que él necesita, todo”, comenta. Aníbal se convirtió en un padre para ese niño al que transformó en un excelente boxeador, con el que compartió la alegría de los triunfos, pero del que tuvo que despedirse abrupta y dolorosamente. “Estábamos celebrando el cumpleaños de un hijo, para el mes de octubre, estábamos preparándonos para irnos para una pelea en Las Vegas y, de repente, sucede eso, vinieron tocando la puerta, diciendo que ‘el Rosquita’ había aparecido en El Universal, estaba registrado como N. N. Una camioneta se voló la escuadra y lo atropelló, a él y a su novia, iban en una moto en la Crisanto Luque, los dos murieron. Murió a los 28 años, 14 años duré con él”, narra. “Eso fue muy duro, él quería cariño de parte de su familia pero no lo encontró sino en uno, en mi hermana Maribel y en mí. Eso fue duro, lo recordamos todos los días”, sostiene.

Un semillero de talentos

El gimnasio de Aníbal parece un pequeño museo, lleno de fotos en las paredes: instantáneas de momentos memorables de quienes han pasado por su ring. El sitio ha servido, además, como escenografía de la película El Piedra, del director cartagenero Rafael Martínez, y de la película Cartagena, con el reconocido actor Cristofher Lander, donde “hizo el papel de un campeón del mundo, yo le enseñé buena parte de eso, y de cuidador de una cuadrapléjica”, destaca Aníbal.

“Aquí he entrenado a mucha gente, unos han sido campeones, muchos no han llegado a ser campeones, pero son personas que le sirven a la sociedad (...) Aquí he hecho ese trabajo a personas que no son deportistas, las sostengo en el deporte, eso te mantiene sano”, afirma, sobre personas a las que entrena que no son precisamente deportistas pero que llegan a sus manos buscando sanar padecimientos como la ansiedad. “El tiempo cura las heridas pero no hace olvidar, si te dedicas todo el tiempo a vivir triste, melancólico, terminas también muriéndote”, dice luego sobre cómo superó la partida del Rosquita y otro duro golpe que la vida le dio: la muerte de otro hijo: Raúl Andrés González.

“Tenía apenas 17 años, se accidentó el 9 de noviembre de 2006, iba de parrillero de una moto, cogió una brecha y cayó, pero fue negligencia médica, el médico no le hizo los exámenes para detectar que tenía una triple fractura en la cabeza y le dio de alta de inmediato, lo mandó para la casa con acetaminofén (...) Las muertes de mis hijos han sido los momentos más duros de mi vida, pero uno tiene que superarlo, yo cruzaba las carreteras como un fantasma, no me interesaba mi vida, pero un sobrino me hizo reflexionar”, asegura. “Tengo otro hijo que parece que es un gemelo (de Raúl), en tiempos distinto, porque tiene la misma talla y todo, ya lleva 100 peleas de aficionado y dos de profesional (...) Mi proyecto en este momento es que a mi último hijo, que se llama Hansel David González Forero, quiero convertirlo en uno ídolo del boxeo colombiano, ya me lo pidieron de Bogotá, porque de aquí, de la Liga de Bolívar me lo sacaron, allá fue campeón”, relata.

“Aquí, ni los millonarios han comenzado a hacer boxeo en Bolívar este año, yo, un monda’o, ya llevo dos veladas y en poco tiempo, una en julio y otra en agosto, con mi propio presupuesto, estoy planeando una tercera (...) Ahora mismo estoy soñando con que los muchachos que entrenan aquí sean campeones; el sueño de un entrenador es que su pupilo sea campeón, en eso estoy empeñado con mi hijo. También tengo una chica, Johana, de Venezuela, quiero llevarla a que sea campeona. Siempre estoy exponiendo y sacando gente, a mí nadie me para, aunque la Liga no me reciba, aunque tenga obstáculos por todos lados, pero yo me los brinco. Así me he mantenido hasta ahora y espero seguirlo haciendo porque esto se me pasa el día que me muera”, finaliza el hombre de 65 años, a quien el boxeo le ha dado todo en la vida.

Aníbal González, entrenado de boxeo. //Fotos: Aroldo Mestre.

Aníbal González, entrenado de boxeo. //Fotos: Aroldo Mestre.

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