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Cuando los hijos…; no se quieren ir de la casa paterna

REDACCIÓN COLOMBIA

23 de febrero de 2013 04:52 PM

En la historia de la publicidad colombiana marcó un hito. El famoso comercial de una esponjilla de lavar loza mostraba a los padres de un retoño de 30 años que les pedía permiso para invitar a sus amiguitos a casa. El papá, entre dientes, decía: “Dura más que…;”. El lema agarró vuelo y terminó siendo una analogía para definir un fenómeno cada vez más frecuente: el de aquellos vástagos que a pesar de haber culminado sus estudios o, incluso, obtener su primer empleo, se niegan a abandonar el nido paterno para iniciar una nueva vida de modo independiente, atendiendo sus propias necesidades y respondiendo por sus obligaciones.
¿Qué propicia esto? ¿Es una actitud cómoda de los hijos? ¿O, por el contrario, obedece exclusivamente a una posición sobreprotectora de los padres?
Responsabilidad: de ambas partes
No se trata de adjudicar culpas, pues de todas maneras esa actitud no servirá de nada. Pero sí es necesario identificar las posturas que nos han llevado a este punto, para entonces abordar la situación y encontrarle solución…; si es que esta hace falta.
La primera circunstancia: no puede pensarse que un hijo que no ha salido de su hogar, y ya tiene 30 años de edad, es el único responsable de esa situación. Porque si bien es cierto este comportamiento devela cierta sensación de confort, también es verdad que sus padres habrían podido intervenir para que él, o ella, hiciera al menos el intento de despegar hacia una nueva vida. Y el solo hecho de que ese hijo o hija todavía viva en casa, demuestra que los progenitores no han hecho nada para alterar esa postura. Bien sea por acción o por omisión.
Es posible que algunos padres no se atrevan a quedarse solos en casa después de haber pasado “toda una vida” educando a sus hijos y viéndolos crecer. Esto puede fomentar una actitud sobreprotectora que tiende a justificar cualquier comportamiento en sus descendientes. Del mismo modo, si a esos hijos no se les dan herramientas para afrontar la vida de modo independiente, entonces los ingredientes para una receta que invita al desastre están servidos, porque el resultado será una complicada situación de codependencia.
Antes de entrar en terrenos más complicados, es mejor dar algunas pistas que les permitan a los padres reconocer el problema. Aunque cada caso es diferente y no hay una edad establecida para que los hijos “deban” irse de la casa, una probable manera de ver si están “quedados” es fijarse en los amigos comunes con hijos de aproximadamente la misma edad.
Si todos ellos, o la gran mayoría, ya tienen vástagos que han desplegado las alas desde hace rato y viven solos o con la pareja de su elección, entonces este sería el momento de preguntarse qué sucede con aquel retoño que aún continúa pidiendo desayuno en la cama o que a pesar de ganar un sueldo, no manifiesta el mínimo interés de ayudar con los gastos de la casa.
¿Por qué se quedan?
Indiscutiblemente, este fenómeno se está haciendo muy común en los hogares colombianos, independientemente del estrato social. Las razones pueden ser diversas: desde un simple deseo de economizar por parte de los hijos (¿para qué irse, si lo tienen todo en casa?) hasta una total y preocupante falta de iniciativa. Y en el caso de los padres, de sentirse eternamente obligados a velar por “los niños”, incluso sin tener en cuenta que ya les dieron amor, cuidados, un techo y educación.
Desde la perspectiva de los hijos, cabe anotar que el famoso “síndrome de Peter Pan” –el cual caracteriza a aquellos adultos que no asumen crecer como tales, junto con sus respectivas obligaciones- juega un papel fundamental. El argumento se podría resumir en algo parecido a: “si toda la vida lo he tenido todo, ¿para qué preocuparme por tratar de salir de esta zona de seguridad?”. Desde luego, es más cómodo mantenerse en un mundo de fantasía, sin asumir que a medida que se crece es necesario afrontar nuevas situaciones y toma de decisiones.
Y en el caso de los padres puede presentarse una situación de mal conducida justificación ante todas las actuaciones de sus retoños: “Pero es que Daniel no sabe cocinar. ¿Qué va a comer si se va de la casa”? o “Mejor que con su trabajo Andrés ahorre para comprarse su carro. ¿Para qué va a pagar un arriendo si aquí lo tiene todo?”. 
Aquí puede aparecer otro síndrome, pero esta vez del lado de los progenitores: el denominado “del nido vacío” (lo tratamos en una de nuestras pasadas ediciones), el cual no tiene más explicación que el temor de los padres a desprenderse de quienes vieron nacer, educaron y amaron, porque sencillamente se han acostumbrado a ser un apoyo “indispensable” para ellos.
Cualquiera que sea la razón, las actitudes de desesperanza y conformismo requieren un cambio radical. Uno que involucre posiciones de autoridad, madurez, exigencia y constancia.
¿Cuándo separarse?
Muchos factores tienen un papel importante en esta decisión: la edad, el empleo que tenga el hijo y las aspiraciones de ambas partes, entre otras.
Lo más importante, en el caso de los hijos, es sentir el deseo de ser autónomos, de vivir bajo sus propias reglas y de asumir consecuentemente estas premisas, más allá del natural temor que puedan sentir al enfrentar circunstancias como el autocuidado o que comer cuando lleguen a casa del trabajo (porque ya no habrá más “hotel mamá”, con todo un menú surtido ante ellos). Esta decisión está muy ligada a la propia seguridad emocional del joven en cuestión. Y de sus padres.
Seguramente, un joven recién graduado de su carrera, con escasos 21 o 22 años, no está listo aún para pagarse un apartamento propio. Pero, con toda certeza, una persona de más de 26 años, que ya lleva tres años devengando un sueldo, sí tiene condiciones, medios y razones para continuar con su vida de modo independiente.
Más aún: si el hijo en cuestión tiene empleo y una pareja estable que frecuentemente se queda a dormir en la casa paterna, o que por lo menos pasa mucho tiempo allí, los padres podrían dar a entender que no es cómoda para ellos esa  convivencia entre dos relaciones y que lo más indicado sería pensar en buscar que todos tengan su propio espacio.
Ahora, si el joven no tiene trabajo, o peor, ya terminó sus estudios y no se esfuerza por encontrar un empleo, tal vez haga falta asesoría familiar y sicológica para motivarlo. No tendría mucho sentido inducirlo a que se emancipe si no cuenta con los medios para ser independiente. Pero esto tampoco es excusa para postergar su “desplegar de alas” por tiempo indefinido.
Darles obligaciones que les enseñen a ser independientes, como ir al mercado,  asear su habitación, o lavar su ropa, o tal vez, encargarse de otras labores del hogar, es un buen abrebocas para que se planten ante el mundo por su cuenta. Es importante primero mostrarles cómo se hace esto, pues aunque tengan la edad para saberlo, pero nunca les hemos enseñado cómo, se sentirán temerosos, inseguros y posiblemente se nieguen a encarar estos deberes.
Saliendo del estancamiento
Una vez identificada la situación, el siguiente paso es hablar…; con sinceridad. Tanto padres como hijos deben entender que el ciclo natural de la vida obliga a avanzar a la siguiente etapa. Y mejor si es gradual, para que la experiencia no se convierta en traumática para ambas partes.
Una  manera de hacerlo es discutir juntos las razones del cambio, encontrar los pros y dejar claro que el vínculo entre ellos permanecerá intacto (solo las circunstancias se modificarán). Es necesario dejar la culpa de lado; no es un mal padre quien considera que su hijo ya debe vivir por su cuenta.
El siguiente paso es buscar juntos el nuevo apartamento del hijo. En familias con varios hijos, con edades similares, una muy buena opción (si así lo desean) es que los hermanos se muden juntos, si es que individualmente no están en condiciones de pagar un alquiler por su cuenta. Ojo, el siguiente dato no es necesariamente una norma: en algunos casos, la experiencia anterior podría generar una nueva codependencia; es decir, la de estos hermanos, que después pueden tener problemas para separarse.
Visitas periódicas y almuerzos en la casa paterna o en la nueva casa de los hijos, son solo algunas actividades en conjunto que les dejarán claro que el apoyo y la compañía paternos continúan. En el caso de los padres dependientes, salir de viaje a conocer sitios que siempre quisieron visitar o encontrar una afición que complemente sus vidas, es muy recomendable.
Tras la decisión tomada, es necesario ser consecuentes: no es real desligamiento si los padres llevan constantemente mercado a la nueva casa del hijo, le pagan los servicios o le dan dinero para sus gastos personales. Justamente, de lo que se trata, es que inicie su vida solo y aprenda a distribuir responsablemente su salario entre las nuevas obligaciones. Desde luego, esto no quiere decir que ayudas esporádicas no se aconsejen; no se trata de ir al extremo y cortar de tajo
Esto mismo aplica para los hijos: no tiene sentido tener su propio espacio, pero acudir a la ayuda paterna cada vez que surja un problema y necesiten dinero. La idea es adquirir sentido de la responsabilidad.
¡Mantenerse firmes!
Es clave. Porque si al primer problema que los hijos enfrenten solos deciden que no pueden contra eso y piden volver al nido, no se habrá logrado nada. Es importante que tanto padres como hijos entiendan: nada en la vida es fácil, pero seguramente, y con el tiempo, los segundos superarán el primer escollo que surja y los siguientes.
Puede ayudar el hecho de que los padres tendrán mucho más tiempo libre para ellos mismos: mamás y papás podrán ir al gimnasio, de compras, demorarse en el salón de belleza, disfrutar de una jornada con sus amigos, leer, aprender a pintar o relajarse en un spa sin estar pendientes de la hora de llegada para atender a sus hijos.
Además, les será posible realizar algunos ajustes a la relación de pareja; cuando los hijos se van de casa es cuando más tiempo hay para disfrutar otras actividades que antes no se podían hacer porque todas las energías estaban enfocadas en sus descendientes.  Una escapada juntos de fin de semana no estaría de más para incentivar la llama del amor, planear un viaje juntos, salir a pasear, visitar amigos en común, concederse una noche para tomarse unos cocteles o ponerse  citas como cuando eran novios.
“Soltar” a los hijos es el único modo como ellos aprenderán a volar por sí mismos, y un motivo para sentirse orgullosos como padres; ahora los retoños serán capaces de triunfar y alcanzar sus objetivos. No debe haber remordimiento en el hecho de centrarse en la vida que sigue: una nueva etapa, vejez, tal vez soledad. Lo cierto es que ya se les dio a los hijos las herramientas para triunfar y ser independientes.
Y en cuanto a los hijos, este tal vez sea el momento ideal para afianzar relaciones de amistad, con sus parejas e incluso en el ambiente laboral. Velar por sí mismos les dará una perspectiva diferente con la cual encarar la vida.
PERFIL DEL “HIJO ESPONJILLA”
- Posiblemente tenga una autoestima disminuida, la cual no le permite afrontar los nuevos retos porque teme fracasar en los mismos.
- Muestra falta de iniciativa o no tiene metas claras en la vida.
- Ha sido sujeto de una crianza en la que se le exigieron logros en lo académico, pero no así en los otros aspectos claves en el crecimiento y desarrollo.
- En algunos casos, una sencilla costumbre a tenerlo todo a la mano, la cual deriva en apatía o en desgano a querer abandonar esa cómoda postura.
ASÍ ES EL PADRE O LA MADRE QUE NO PERMITE LA INDEPENDENCIA DE LOS HIJOS
- Es posible que manifieste muchas inseguridades sobre el modo como educó a los hijos. Teme no haber hecho un buen trabajo y, por lo mismo, se rehúsa a “soltarlos”, pues considera que no están preparados para enfrentar al mundo real.
- El dinero puede ser un factor que inhibe el hecho de cortar el lazo. Tenerlo en la cantidad suficiente puede generar justificaciones como: “No necesita pasar necesidades solo…;  ¿para qué si aquí lo tiene todo?”.
- Miedo a sentirse inútil. Cree que su labor como papá o mamá concluye cuando el hijo se va de la casa y siente que se ha quedado sin objetivos en la vida. Nada más alejado de la realidad. Se debe entender que después de que los hijos se van de casa, llega una maravillosa etapa en la cual es posible disfrutar y experimentar cosas que por mucho tiempo se relegaron por estar concentrados en la crianza.

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ASESORÍA: Doctor Juan Muñoz, sicólogo de la Universidad Nacional.
Celular: 310- 2071540

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