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Papás: ¡Eso no se hace!

REVISTA NUEVA

26 de octubre de 2013 10:31 AM

No se sabe a ciencia cierta por qué, pero los humanos nos hemos empeñado en rodear de tinieblas los temas más naturales de nuestra biología. Muchos pueblos incluso han relacionado buena parte de sus rasgos con entidades demoniacas, y hasta hace muy poco todos fingían que cuestiones como la menstruación o la masturbación no existían.

Por decirlo de otra forma, varias generaciones acordaron tácitamente callar al respecto. Pero en los últimos tiempos, las nuevas herramientas de información acabaron esa zona de confort y resultó difícil seguir ‘tapando el sol con un dedo’. Así, aunque en muchas ocasiones logre superar el entendimiento de algunos círculos sociales e incluso ponga a prueba las formas tradicionales, la sexualidad no es un hecho aislado o al margen del proceso evolutivo. Tampoco comprende solo la era fértil de los seres humanos, y mucho menos se relaciona de manera exclusiva con el sexo.
Es realmente un terreno en el que confluyen varios procesos del acontecer humano. Allí limitan, por ejemplo, valores tan importantes para nuestro desarrollo como el amor propio y la autoestima. La capacidad abierta y bienintencionada con que nos damos cuidados y caricias, y la capacidad más pura del discernimiento al momento de diferenciar las buenas de las malas intenciones.
Como lo cita Profamilia en su página web, “(la sexualidad)… está relacionada con nuestra forma de ser, de pensar, de sentir, de actuar y de relacionarnos con otras personas y con nosotros mismos… La sexualidad rodea todo lo que somos, es por esto que no es una ‘cosa’ que aparece de pronto en las personas adolescentes, jóvenes o adultas. La crianza y la educación, así como la edad, la cultura, la región geográfica, la familia y la época histórica inciden directamente en la forma en que cada persona la vive”.

‘Exploradores del placer’
De modo que está muy claro, la sexualidad es un círculo que se alimenta infinitamente. Desde la concepción se activa entre madre e hijo un canal de comunicación lleno de códigos diversos; ella le procura alimentos y las primeras frases amorosas, en una relación tan estrecha que comparten hasta el cuerpo. Pensado de esta forma, no resulta entonces descabellado creer que las sensaciones placenteras de la madre generan lo mismo en el futuro bebé, comenzando así su conocimiento en el tema.
Luego llega la lactancia, primera fuente directa de placer para el bebé, pues a través de ésta se afianzan los incipientes lazos parentales y el recién nacido se siente más amado. Según los expertos, los niños amamantados son más seguros de sí mismos, más tranquilos y menos dados a enfermarse. Pero también es en este tiempo cuando el bebé comienza la exploración de los espacios y de su propio cuerpo.
Incluso así, no será hasta los 3 años de edad –más o menos- cuando empiece a ser consciente de las diferencias existentes entre niños y niñas. En cualquiera de los dos casos observará con atención cuáles son y entonces se identificará con la madre o el padre, según sea el caso.
A partir de ese momento será evidente cómo los niños imitan la conducta de los adultos, pero también cómo reaccionan a las formas usadas para educarlos o reprenderlos. Es absolutamente normal que jueguen al doctor o al papá y la mamá; que quieran tocar los genitales –propios y ajenos-, y que les genere curiosidad saber cómo nacieron o por qué se besan sus papás.
Además entran en una etapa natural de exhibicionismo. Sobre todo las niñas, acostumbradas a llevar vestido, tienden a alzárselo en reuniones familiares y sitios públicos. Pero los niños no están exentos de ese comportamiento, y también pondrán en aprietos a sus padres. De todas formas, desde siempre debe estar presente una diferencia esencial, no podemos señalarlos con nuestros prejuicios o pensar que lo hacen con el interés de ofender.
Lo más importante es poder explicarles la relevancia que tiene el cuidado del propio cuerpo y el ajeno, y lo fundamental de resguardar la intimidad, un concepto que parece esfumarse en los perfiles de las redes sociales y los medios convencionales hoy en día.
Así que no debería ser normal esa evidente ausencia de naturalidad de los padres ante la sexualidad. A menudo ellos optan por callar o por ocultar las situaciones que les resultan vergonzosas, sin percatarse que esta forma ya genera información confusa para el niño y, por supuesto, mayor curiosidad.
Sin embargo, en muchas ocasiones la situación vira a otro horizonte. Y el dilema pone en entredicho el punto medio para manejarla, pues aunque los padres no quieren seguir por inercia la educación sexual que recibieron, tampoco están seguros de hasta qué punto sea conveniente que sepan sus hijos sobre el tema, con el temor, generalmente, de enfrentarlos precozmente a conceptos inapropiados, o de alentar su interés por el tema.
Pero es fundamental que seamos nosotros los encargados de guiar esa información para proteger a los niños de problemáticas tan fuertes como el abuso sexual. Porque está demostrado que los pequeños poco educados en el tema o que viven en familias con secretos son más propensos a tropezar con las malas intenciones de alguien mayor.

Sexo: ¿cómo abordarlo?
A menudo sucede que las niñas están en la transición de ir al baño solas, y es normal que en medio del aprendizaje, por falta de práctica, sean víctimas de hongos o de bacterias al no hacerse una buena higiene. Esto genera una continua picazón, y en parte por ansiedad, es posible que usen los asientos o los cojines para aliviar la comezón. Este es solo un ejemplo de cómo deberían los padres evitar apresurarse a actuar de una u otra manera. La idea es que antes de reprimir o de castigar ciertos comportamientos, debemos estar seguros de qué los provoca, buscando descartar cualquier razón médica.
Si no hay condición de salud que origine un exceso de estimulación (o cuando los juegos alrededor del tema se sostienen), lo primordial es analizar otras causas. Según los expertos, algunas veces se trata de niños ansiosos que no reciben la suficiente atención de sus padres o cuidadores y por eso encuentran en el procurarse placer una forma de matar el tiempo.
Aquí la idea es aprovechar esos momentos para aclararle al niño o niña la importancia de mantener ciertas actitudes en el ámbito privado. Explíquele que estas conductas pueden ser molestas para los demás. ¡Ojo! El tono nunca debe ser de censura o regaño, pues de las normas y modelos que le den los padres o cuidadores al pequeño, dependerá su futuro relacionamiento.

Tras la huella del abuso
Sin embargo, estar alertas es lo mínimo que deben hacer los padres. Cuando vemos que un  niño no está teniendo conductas propias de su edad o está pensando continuamente en temas sexuales, lo primero es indagar dónde lo está aprendiendo. Por ello, la misión no es otra que acompañarlo concienzudamente en todos los espacios de su desarrollo.
Y se hace otra vez indispensable el tipo de información que manejen los padres al respecto. Porque es normal que dos niños de la misma edad se exploren, pero no lo es que un adolescente lo haga con un niño pequeño; tampoco es normal que un niño de cuatro años emule conductas como obligar a los compañeritos de jardín a dejarse tocar. Hay muchas formas de identificar si los comportamientos sexuales son resultado de alguna forma de abuso, y si ese es el caso, lo más sensato es buscar ayuda.
El compromiso de los adultos debe ser garantizar un espacio seguro, donde se pueda prevenir y detectar a tiempo el abuso sexual. Y el primer paso es dar ejemplo; crecer en una familia que provea al niño de información afectiva y respetuosa, le bridará las bases necesarias para sentirse amado y validado. A la vez, adquirirá herramientas sólidas para expresar sus sentimientos y relacionarse sanamente.
Y para esto es necesario que los integrantes de esa familia conozcan y validen sus derechos, con la intención de promover unas relaciones equitativas, en las que desaparezcan creencias preconcebidas que alientan la visión de los hijos como una propiedad de los padres. Tampoco es bueno reproducir el modelo de obediencia ciega, ni alentar los secretos, dos factores de riesgo que suelen usar a su favor los abusadores.
De hecho, es indispensable brindarles a los pequeños  amor y reconocimiento, una comunicación efectiva, la posibilidad de contar con relaciones cercanas, una disciplina sin violencia que aliente la resolución de conflictos por la vía pacífica, y en general, proveerles todas las herramientas de valoración y reconocimiento necesarios para evitar que tengan la necesidad de buscar afecto en personas ajenas.
También es importante revaluar ese concepto tan extendido entre los padres de hoy: “calidad de tiempo”. Según los expertos, no solo es necesaria la calidad sino la cantidad, pues solo a través del compartir, y del estar presente en la vida de los niños es posible construir relaciones sólidas, en las que ellos sientan que son tomados en serio; de lo contrario, no confiaran cuando estén en una situación de riesgo.
Se sabe que cuando un niño pasa por una situación de abuso sexual es mucho más factible que se lo cuente a un adulto cuando ha tenido la posibilidad de confesarle  otros asuntos de su vida. Y para lograrlo es vital contar con espacios de diálogo, con el fin último de desarrollar esa capacidad de comunicación tan necesaria en las personas. Es más: cuando en la familia existe una comunicación abierta, los niños sospecharán con mayor facilidad de alguien que les pida guardar silencio frente a una actitud de abuso.
Una recomendación final sería garantizarle al niño una visión positiva sobre la sexualidad. Para ello se necesitan figuras adultas, capaces de hablar abiertamente del tema, de una forma sincera y con respuestas sencillas que dejen ver lo que es adecuado e inadecuado.
Importante: solo cuando se haya hablado en un ambiente amable y confiable sobre sexualidad, es propicio tocar el tema del abuso; de lo contrario, es muy probable que algunos niños se hagan una idea negativa y errónea sobre esa parte tan fundamental de la vida.

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