Revista viernes


La sencillez de la felicidad

En la familia comencemos por el reto de hacer de la felicidad una asignatura porque la felicidad es un aprendizaje, ya que depende de nuestra actitud y voluntad para alcanzarla.

PRINCE MARTÍNEZ

23 de julio de 2021 12:00 AM

Tú lo sabías, pero hoy te lo recuerdo: la persona todo lo tiene que aprender y entre esas cosas está aprender a ser feliz. ¿Verdad que todos queremos ser felices? Los papás quieren que sus hijos sean felices y nosotros también lo queremos ser, tú y yo en particular.

No se diga más. ¡Manos a la obra! Vamos a aprender hoy a ser felices a través de unas sencillas recomendaciones que todos nos vamos a proponer ponerlas en práctica.

En la familia comencemos por el reto de hacer de la felicidad una asignatura porque la felicidad es un aprendizaje, ya que depende de nuestra actitud y voluntad para alcanzarla.

Ya de esto se han dado cuenta las grandes universidades y es así como en la Universidad de Harvard ofrecen la Cátedra de la Felicidad.

Muchos creen que depende de factores externos: Cuando tenga la plata... la casa, ciertas comodidades, un empleo mejor, ciertas comodidades, una moto... un carro...etc.

¡No! Yo decido aprender a ser feliz.

Realmente la felicidad está más cerca de las buenas relaciones familiares y de los amigos que de las cosas materiales. Está asociada a los momentos amables y agradables.

Comencemos por nosotros mismos y traslademos nuestra decisión y sentimientos a nuestros hijos, a nuestros nietos si somos abuelos, a nuestros amigos.

¿Y cómo aprendemos y enseñamos esta asignatura?

Cuando sonreímos, jugamos juntos, preparamos una comida juntos, la que sea, cuando nos reunimos para simplemente conversar.

Cómo recuerdo yo de niña sentada sobre las rodillas de mi papá o un tío y él repetirme una y otra vez: “¿Quieres que te cuente el cuento del gallo capón?” ¡Y cómo recuerdan los sobrinos al Tío Arnoldo con su truco del desprendimiento del dedo pulgar que querían ver una y otra vez!

¿Dónde está la felicidad?

La felicidad está en la sencillez de lo cotidiano. En esa sonrisa que regalamos, aunque como dicen la procesión vaya por dentro, pero que esa procesión la podemos llevar con garbo y alegría.

Cuando jugamos juntos.

Cuando sacamos tiempo para compartir.

Cuando volcamos la mirada hacia el tablero blanco sin detenernos en el minúsculo punto negro.

Cuando valoramos el sol radiante y el día lluvioso a la par.

Cuando hacemos énfasis en el esfuerzo y constancia.

Cuando agradecemos todo, todo es todo, la comida, los amigos, la posibilidad de estudiar, respirar, caminar...

Lo que recibimos como bueno, así como ese golpe inesperado.

Cuando no estamos esperando tener el dinero para salir de vacaciones.

Cuando no exigimos más de lo que se puede esperar de la situación que se esté viviendo, de las cualidades de los hijos.

Cuando observamos las experiencias de personas con menores posibilidades y aún así son alegres con la vida que tienen.

Cuando nos aceptamos a nosotros mismos como somos y nos “damos la pela” de lograr ser mejores.

Cuando proveemos en nuestra familia y en nuestro trabajo un ambiente alegre y de optimismo, en el que diariamente haya espacio para el juego, las risas y el humor.

Cuando amamos y nos sentimos amados a través de los abrazos, besos, caricias.

Cuando identificamos nuestros sentimientos y el de los demás, contrariedad, confusión, rabia, alegría, emoción...y aprendemos a manejarlos.

Cuando somos solidarios y cultivamos relaciones profundas.

Cuando no nos etiquetamos y tampoco etiquetamos a los demás con adjetivos poco agradables.

Cuando hacemos todo lo que está a nuestro alcance y luego nos abandonamos en las manos de Dios para que él haga lo que haga falta.

Conclusión

No se trata esto de formulas mágicas, pero sí son pautas y actividades útiles y practicadas en forma habitual nos permiten potenciar el nivel de felicidad.

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