Columna


La orquídea de sangre

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

29 de febrero de 2012 12:00 AM

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

29 de febrero de 2012 12:00 AM

Otro día Internacional de la Mujer y la violencia contra ellas sigue perpetuándose en la historia, los años no bastan para acabar con esa mala costumbre de creer que los hombres somos un sexo dominante, de pensar que la fuerza es un motivo para establecer diferencias de autoridad cuando la inteligencia, que es muy superior a los músculos, ha servido exclusivamente para darnos la idea de que todos somos iguales; aún así, a través del tiempo lo único que ha cambiado son las personas y las cosas, cada vez más viejas, muchos cada vez más estúpidos. Que la corrupción en el Estado y el conflicto armado nunca terminen, que los callejones en la noche siempre estén habitados por los gritos, que una mujer se muera abortando a escondidas porque era un delito, que una falda por encima de las rodillas justifique al violador, que los desplazados sigan viniendo a parar en las bancas de los parques con el sueño robado por la guerra, que el monte sea un recuerdo quebrado en las vaginas desgarradas de las víctimas sin tierras, que montones de senos y dignidades aún queden mordisqueados por las sombras que se colaron por el patio sin avisarle a nadie, todo eso me ha llevado a concluir que sólo se transforman las edades con el paso de los meses, jamás algo parecido a desarrollar la mente o a extender nuestra educación sentimental sobre los rostros maltratados de la gente.
Una gran mayoría no entiende que la sociedad involuciona en la medida en que se queda plantada en sus prejuicios como un árbol idiota y prepotente, un mundo donde las lesbianas remolcan en secreto sus gustos porque irónicamente los grupos religiosos han visto ese comportamiento como algo antinatural, no acorde con la biología, pero cuando la ciencia argumenta la inexistencia de sus dioses la ciencia no sirve.
La mujer, algo más que una grosera costilla, es la parte más hermosa de esta bien elaborada miseria que es el mundo, caminando bajo la luz de los postes para guiñarle el ojo a un taxista, taconeando sobre los puentes con la misma prisa del amor, pariendo a gritos el hilo remendado de la vida, cultivando tomates con una moña en el cabello, moviéndose en las calles como un paisaje de carne que pareciera que guardara en el fondo de sus emociones la clave para no caer en la desgracia. Si así lo prefieren conviene decir que las mujeres son el registro civil de la belleza.
Muchas están allí, dolidas en un llanto interminable, gimiendo de tristeza en un rincón de la sala, con la regla adelantada por los miedos que no acaban, arrastrando en alguno de los ojos el golpe del borracho que ha dejado cierto morado alrededor de sus miradas como una orquídea de sangre: la única y maldita flor que siempre hemos hecho florecer en sus párpados hinchados.

*Estudiante de literatura de la Universidad de Cartagena

orolaco@hotmail.com

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