El artista José Quintero falleció en la noche del miércoles a sus 68 años, luego de una fecunda vida artística en la que se destacó desde 1962. Sus exequias se cumplieron en la tarde del viernes en Jardines de Cartagena.
Estuvo en cámara ardiente en el Salón Pierre Daguet y recibió honores póstumos de la Universidad de Bellas Artes y de la Gobernación de Bolívar. Quintero es egresado de la Escuela de Bellas Artes en donde tuvo como maestros a Pierre Daguet, a Eladio Gil y a Pedro Ángel González.
El artista era excelente retratista, plumillista y pintor de escenas del Caribe colombiano. El crítico de arte, escritor y curador Eduardo Márceles Daconte cedió especialmente para El Universal, su visión y aporte del artista cartagenero que acaba de partir.
José Quintero: el colo y la magia del Caribe
Eduardo Márceles Daconte*
Cartagena es la ciudad emblemática del Caribe colombiano por sus blasones históricos y la admiración que despierta su arquitectura colonial, sus calles estrechas y adoquinadas que invitan a recorrerlas para maravillarse con sus balcones floridos, vetustos portones y escarpadas murallas.
Solo en una ciudad con estas cualidades pudo gestarse un artista con el talento innato de José Quintero. En homenaje a su ciudad natal, ha visualizado un paisaje urbano donde se entretejen sus sueños y fantasías.
Es la ciudad de los poetas románticos que en la plumilla diestra y precisa de Quintero adquiere una personalidad de sobria elegancia. Su dibujo se inscribe en la tradición de significativos artistas cartageneros, como Darío Morales, Heriberto Cogollo o Alfredo Guerrero, para solo citar los más conocidos.
A esta disciplina dibujística consagró el artista algunas de sus etapas iniciales más prolíficas. Tenía el éxito asegurado con las legiones de turistas que recorren sus calles y plazas, no obstante decidió que ésa no era su única meta, necesitaba explorar otras vertientes plásticas con técnicas innovadoras, y el reto estaba en la pintura a la que empezó a dedicar sus mejores esfuerzos y el resultado salta a la vista.
La pintura de Quintero es un caleidoscopio de intereses que van desde la mitología griega, las escenas costumbristas, los pasajes bíblicos, la flora y la fauna tropical, los sensuales desnudos femeninos, hasta su admiración por los conjuntos de música y las atmósferas penumbrosas de viejas tabernas.
La línea protagoniza el drama de sus composiciones, ya sea una orquesta de jazz o los girasoles de un bodegón. En su obra, Quintero resume los elementos que caracterizan la región Caribe.
Tiene especial predilección por la luminosidad del trópico, la cual matiza con claroscuros en ambientes de íntima celebración. Tal sensación se experimenta en sus escenas de bohemia musical, uno de sus temas recurrentes, cuando observamos el enérgico impulso de un trompetista o la armonía del conjunto que irrumpe en un bullicioso ambiente de cantina.
En la tradición de los artistas renacentistas, ha querido rescatar, a su manera, la mitología griega reviviendo mitos y leyendas que de alguna manera recuerdan su inclinación por la nostalgia.
En general, sus argumentos visuales suelen remitir a épocas históricas, reales o ficticias, ya sea cuando resucita a la Cartagena del siglo XVIII o cuando nos recuerda a Baco, dios del vino y sus bacanales, o al iluso de Ícaro cuando se encumbra en busca del sol. Quintero presta suma atención a los detalles y los símbolos que representan sus ideas, es elocuente en el testimonio visual de su época.
Un rasgo fundamental de su trabajo es el interés que suscitan los animales domésticos; con ellos ha confeccionado un mundo original que estimula nuestros sentidos. Para proyectar estos temas recurre a un expresionismo de pinceladas rápidas con borrascas cromáticas que imprimen vitalidad a sus riñas de gallo, cobijadas en la dinámica de sus movimientos, así como sus aguerridos toros de lidia y su alusión a la tauromaquia.
En el zoológico de Quintero se disfrutan las tonalidades iridiscentes de sus guacamayas, los retratos realistas de sus caballos, sin olvidar las barracudas que seducían a Obregón, o las gaviotas en simétricas formaciones sobre una playa caribeña.
Se inclina uno a creer que es acentuado el amor del artista por la naturaleza, un rasgo ecológico que pretende preservar en su pintura los atributos físicos de estos seres de nuestra geografía tropical.
Es inevitable pensar, sin embargo, que el drama de la vida es también explosivo y sangriento, como son las corridas de toros o las riñas de gallos, componentes tradicionales de nuestra cultura caribeña.
El talento de Quintero para visualizar el movimiento se puede observar en sus ciclistas que ruedan raudos por sus lienzos. Ni podía estar ausente de sus intereses temáticos el mar que abraza a Cartagena con su encrespado oleaje que corona de espumas la playa. Su espíritu innovador lo lleva a explorar diversas alternativas formales y técnicas.
Por ejemplo, algunas de sus pinturas están resueltas en matices monocromáticos o en una combinación de líneas y franjas que de manera gradual han llevado su mano hacia la abstracción. Es un trabajo expresionista donde prima la espontaneidad del gesto, con trazos enérgicos, y más complejo aún, en términos plásticos, que sus pinturas figurativas.
Vivimos una época de rápidas transformaciones tecnológicas, el internet y todos los sistemas de comunicación han llegado a niveles de asombrosa repercusión social. En tal sentido, la obra de Quintero asume el reto de interpretar y recrear, de manera simbólica, elementos asociados a estas tecnologías.
Su obra transita por caminos frescos que proponen mecanismos de relojería o engranajes mecánicos. Pero la región Caribe también es realismo mágico, es decir, la recreación de un surrealismo tropical que, en el pincel de Quintero, asume ropajes oníricos, como contraseñas para ingresar a otra realidad, esa que se conjuga con reflexiones del subconsciente y que el artista ha sabido traducir a visiones que exhalan un hálito de misterio.
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*Escritor, curador de arte y periodista cultural, es autor de, entre otros, ¡Azúcar!: La biografía de Celia Cruz, Los recursos de la imaginación: Artes visuales del Caribe colombiano (2011) y Los recursos de la imaginación: Artes visuales de la región andina de Colombia (2010). Sus libros más recientes son la novela El umbral de fuego y la antología 20 narradores colombianos en USA (2017).
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