Editorial


Francisco, el demócrata

EDITORIAL

23 de octubre de 2014 12:02 AM

Una corriente católica conservadora hasta el extremo y ultraortodoxa, y por fortuna minoritaria, critica duramente la posición del papa Francisco respecto a los divorciados y vueltos a casar, y los homosexuales, diciendo que va en contra de algunos principios formulados por San Pablo, en su epistolario dirigido a varios pueblos del mundo, con lo cual siguen cayendo en la más inhumana intolerancia, contradiciendo así la base fundamental del cristianismo: el amor al prójimo.

Elegido para reemplazar a Benedicto XVI, quien renunció en un acto de suprema humildad, Francisco empezó su pontificado enfrentándose a problemas muy críticos que tenían a la Iglesia Católica envuelta en los mayores escándalos de su historia: pedofilia, corrupción en el Banco del Vaticano, red de prostitución masculina de seminaristas en Roma, reducción del número de católicos en Occidente, entre otros flagelos, los que hasta ahora ha enfrentado con decisión y energía.

Comenzando por el nombre de Francisco, adoptado por el cardenal Jorge Mario Bergoglio para rendirle un homenaje al santo de Asís, tal vez quien mejor ha conservado el mensaje de Cristo respecto a la pobreza y la compasión, desde el principio fue evidente que el nuevo Sumo Pontífice encabezaría una auténtica revolución en la Iglesia, modernizándola y transformando sus principios para adaptarlos a una época de tantos cambios sociales.

Pero esta revolución es, paradójicamente, un retorno a los orígenes, una vuelta a la pureza primigenia que invocaba al amor y la generosidad como virtudes esenciales del hombre y hacía valer las características de la sinceridad y la tolerancia como típicas del auténtico cristiano.

El pontificado de Francisco se ha destacado por posiciones doctrinales, como la crítica del sistema productivo capitalista salvaje que genera desigualdades sociales y perpetúa la explotación laboral; la opción por los pobres, fundamento de la teología cristiana; el propósito de conservar el medio ambiente, como obra de Dios, a la que hay que cuidar y proteger; y la transformación de la Iglesia, para que, consciente de las nuevas realidades, pudiera llegar a más gente.

Ese aire fresco que sopla sobre el espíritu de decadencia que empieza a invadir al catolicismo es lo que tiene molestos a los ultraortodoxos, partidarios de una Iglesia más lejana de la gente y con privilegios para los altos prelados, de manera que aprovechan cualquier oportunidad para reprochar cualquier iniciativa que emprenda el Papa, como la discusión en el reciente Sínodo de la Familia de temas como la acogida en la congregación a los divorciados y la atención pastoral a los homosexuales.

Si la Iglesia no evolucionara con los tiempos, todavía tendríamos prácticas usuales en los tiempos del Antiguo Testamento, como el patriarca con esposa y concubina, o la esclavitud, que ya en tiempos de Cristo fueron cuestionadas tan duramente por el Mesías, que le valieron su enjuiciamiento y ejecución, por considerar que destruían los pilares de la fe. Francisco es ante todo un demócrata.

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