Revista dominical


Evelio Rosero desnuda la otra cara de Bolívar

JORGE CONSUEGRA

29 de enero de 2012 12:01 AM


Evelio Rosero siempre ha preferido la soledad y el silencio de las bibliotecas o la misma soledad silenciosa de su biblioteca, un lugar que muchos envidiamos...
porque la hecho a su imagen y semejanza, con los libros y autores que más ha amado y a los que siempre recurre y acude cuando la musa de la inspiración toca a su puerta y empieza a escribir.
De la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Externado de Colombia guarda infinidad de recuerdos, no sólo de sus compañeros, sino también del decano, Miguel Méndez Camacho y de su larga lista de profesores inolvidables.
Y de sus novelas dice que las quiere con el alma pues fueron ellas las que le abrieron las puertas en todos los medios y a partir de allí, no sólo en Colombia, sino también en muchos países, reconocieron su enorme capacidad creadora, empezando por Los ejércitos obra con la que se alzó el Premio Tusquets de Novela en el 2007. Ya luego vinieron Los almuerzos y la que ahora todos quieren leer con avidez La carroza de Bolívar, que desde antes de salir al mercado, quienes tuvieron opción de tenerle de primera mano, han asegurado que es sencillamente genial.

¿A qué edad supiste que Simón Bolívar existía?
     — Supongo que a los siete años, en kínder. Y debió interesarme sobre todo por el caballito blanco que dicen que Bolívar tenía, idéntico al de Napoleón.
¿En aquel entonces el Libertad fue una especie de héroe para ti?
      — Sí. Era nuestro héroe.
¿Qué obras leíste sobre él para enterarte más de él?
     — Ya en la universidad leí el Bolívar de Indalecio Liévano Aguirre, y otras semblanzas del libertador, ajustadas siempre al ideal, al mito que se forjó de Bolívar desde su muerte. Pero las leí sin mayor interés. Prefería la lectura del cuento y la novela que de textos de historia.
¿En tu juventud continuó siendo tu héroe?
     —No. Ya en la juventud empecé a enterarme de otras facetas del libertador, como el fusilamiento de Piar y la traición a Francisco Miranda, esa incomprensible captura que hace Bolívar de Antonio Miranda y su entrega a los españoles. Pero todavía sin ahondar mayor cosa en el asunto.
¿Cuándo empezó a cambiar la imagen que tenías de Bolívar?
— Ya había algunos precedentes esporádicos, de niño y de joven, en la charla que escuchaba de mis mayores, en Pasto, respecto al paso de los libertadores por Pasto, y esa famosa Navidad Negra de 1822, cuando la ciudad indefensa fue arrasada por órdenes de Bolívar. Pero, como digo, fueron testimonios esporádicos. La imagen de Bolívar me empezó a cambiar definitivamente con la lectura de la obra del historiador José Rafael Sañudo: Estudios sobre la vida de Bolívar. Allí sí se me aclararon las cosas, de la mano de un escritor veraz y objetivo como es Sañudo, que no es medroso y no se arrodilla con la zalamería que distingue a la mayoría de historiadores de Bolívar. Otra obra que leí poco antes y que ya me alertó respecto a la figura de Bolívar fue: Agustín Agualongo y su tiempo, del nariñense Sergio Elías Ortiz.
¿Cuándo empezaste a pensar en escribir sobre “el otro” Bolívar?
—Primero intenté una obra sobre Agualongo, caudillo nariñense que luchó contra Bolívar. Lo intenté poco después de mi llegada de España, a los treinta años. Pero no resultó. Fue mi primera embestida con la novela histórica, y me sentí como en una camisa de fuerza. Incendié el borrador del Agualongo y me dediqué a continuar con mi obra literaria, decidido a no meterme con la historia. Pero allí seguía latente la inquietud. Y el interés se reavivó años después, con la segunda lectura, más detallada, del Bolívar de Sañudo. También leí sobre la vida de Sañudo. Y empecé a merodear mentalmente el asunto, de vez en cuando, mientras elaboraba otras obras que tenían que ver más con la imaginación que con la historia. Pero ya sabía que no iba a demorar en asumir de nuevo el reto de la novela histórica. De manera que me puse a leer sobre Bolívar, a diestra y siniestra, lo que cayera en mis manos. Y siempre el libro más convincente, el más verídico, y el que más recomiendo, era el de José Rafael Sañudo, que no ha sido valorado todavía en su total dimensión. Volví a él por tercera vez, y esta vez con papel y lápiz. Ya bosquejaba mentalmente la novela, ya preveía todos los años que ella me demandaría, pero también la llama del entusiasmo se había prendido. Era un compromiso con mi pueblo, con su memoria.
¿Qué ha significado para los nariñenses la imagen del Libertador?
— Muchos nariñenses tienen del libertador la misma imagen que tienen en Boyacá o en Santander; es decir, la imagen que nos ha creado en la escuela o el colegio la historia oficial. Pero de tanto en tanto hay un pastuso que recuerda a sus padres, o a sus abuelos, cuando a su vez hablaban de Bolívar, y el recuerdo de Bolívar se parece más bien a una imprecación. Hay memoria en Pasto, todavía. Fueron varios los años que trabajé en esta novela histórica y aprovecho para demandar del lector su paciencia e indulgencia; no fue fácil enlazar la verdad de la historia con la ficción, pero allí está el resultado: no voy a resumir el argumento de La Carroza de Bolívar. Sólo quisiera decir que es un elogio a la memoria de José Rafael Sañudo, y sobre todo a la verdad de la historia. Otros próceres, Nariño, Córdoba, Sucre, Piar, merecen más el nombre de próceres y héroes que Bolívar. Y en la novela digo por qué.

* Director de Libros y Letras.

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