Cultural


Magín Díaz va por dos Grammy Latinos

REDACCIÓN CULTURAL

16 de noviembre de 2017 12:00 AM

Juan Carlos Rueda Gómez *

@CazadorHistoria

Especial para El Universal

Realidad I. La entrada al corregimiento de Gamero, Bolívar, uno de los más antiguos palenques, habitado en su mayoría por descendientes de africanos que llegaron esclavizados en la época de la colonia, está bien pavimentada en concreto, bordeada de frondosos árboles que casi impiden ver las primeras casas, grandes y bien cuidadas, por cierto, y eso nos hace pensar que es un pueblo que ofrece una vida digna a sus habitantes, especialmente a quién vamos a visitar, por ser una gloria de nuestra música, pero la percepción se desmorona apenas el mototaxista que nos lleva gira a la derecha y nos encontramos de golpe con un terreno que alguna vez fue cancha de fútbol y ahora no es más que un arenal medio enmontado donde sobreviven los restos de un deteriorado parque infantil, que no es más que unos columpios, dos toboganes y unas llantas pintadas de vivos colores que asoman en el suelo arenoso.

Ya aquí cambia el aspecto de las viviendas. Se nota el paso del tiempo y la falta de una piadosa mano de pintura. Dos pequeñas niñas descalzas juegan con una vieja pelota verde de caucho bajo la sombra generosa de unos viejos árboles sembrados en desorden. Al fondo, el viejo tanque elevado del acueducto, cubierto por la pátina del desgreño oficial, se destaca sobre las demás construcciones. Otro giro a la derecha y nos adentramos por un estrecho callejón bordeado por cercas de cinc y cañabrava, lleno de baches que hacen saltar la moto y maltratan el trasero, ya casi dormido por el viaje de diez kilómetros desde Malagana.

__ ¡Agárrese, compa!, me dice Janner Amarís, el tamborero, que toca el alegre con Petrona Martínez, que ante la prolongada inactividad de la cantadora por la isquemia cerebral que la afecta, le toca rebuscarse la comida con su moto haciendo viajes por toda la región o dando clases de percusión a los extranjeros que llegan a este territorio de vez en cuando.

La advertencia llega tarde y casi me caigo cuando el camino se empina y se complica más por una pila de escombros ante la cual es en vano acelerar. No hay de otra sino bajarse y caminar los últimos metros mirando al suelo para evitar tropezar con los montones de piedras o las raíces a flor de tierra. Al levantar la mirada quedo ante una pared de color rosa pálido, que antes era blanca y en ella, una rosa pintada, coronada por la palabra “Magín”, que el pintor respetó, aunque no definió bien los bordes con la nueva pintura. A la izquierda de la puerta, una vieja mesa de comedor, de seis puestos, se pudre a la intemperie. Parece que su madera es tan mala que ni para leña sirve. También hay un tanque para recoger agua del techo, cuando llueve. Es que, en Gamero, como en muchos lugares del Caribe, la gente usa agua potable, pero no por ser impoluta sino porque “nos tenemos que bañar con un pote, sacando del tanque, compa”, como me dice Janner, mi transportador.

La sala de la casa ha sido desocupada para que puedan trabajar los albañiles, que, aunque hoy no vinieron, por ser lunes festivo, dejaron el reguero de herramientas en medio del cemento fresco, cuyo olor alcalino hiere los pulmones. Y al pasar al patio, cortejado por dos perros amistosos que imaginan que el visitante les llevó algo de comer y tratan de ganárselo con carantoñas y meloserías, lo veo, casi perdido, enconchado entre la maraña de plástico amarillo y azul tejido en una estructura de hierro, que aún conserva dignamente el nombre de mecedora, aunque parece que no le durará mucho.

Sus ojos, con la escasa luz que logra penetrar sus ancianas pupilas, miran a todos lados y a ninguna parte en especial. Los largos y delgados dedos de sus pies se aferran como garfios a unas viejas chancletas negras. Al lado, un bastón de guayacán. Las delgadísimas canillas se pierden en las botas de un amplio pantalón negro que se sostiene con una correa del mismo color.

Está sin camisa. Es tan extrema su flacura que en 30 segundos se podría hacer un inventario exacto de sus huesos. Sus costillas, su esternón y sus clavículas, en las que se forman dos cavidades, que más que “jaboneras”, parecen bateas de lavar ropa, amenazan con romper la piel curtida por casi un siglo de sol y penurias. Su largo cuello, cubierto por un fuelle de piel, cuelga de un mentón prominente y da paso a un rostro con tantas arrugas que parece cuarteado, como lodo de jagüey en verano. Los ojitos diminutos comienzan a abrirse para buscar al extraño que acaba de llegar. Nos mantenemos en silencio los dos. Yo, recorriendo el mapa de su anatomía, de arriba a abajo, de izquierda a derecha. Él, que de seguro siente mi respiración, me busca “por el norte y por el sur, por el este y por el oeste también”. Es más, creo que está cantando mentalmente esa melodía, una de sus más emblemáticas canciones.

Él, el Gran Magín Díaz, espera a que le salude, pero no lo hago porque prefiero el éxtasis de contemplar y sentir respirar a esta leyenda viva de la juglaría. Tampoco se decide a articular palabra. Con su racimo de largos y huesudos dedos, algunos ya deformes, espanta una mosca necia que se le ha posado en la nariz.

La voz de uno de sus nietos, al tiempo que le pone una boína, rompe la magia de esta inspección a dúo.

__ ¡Abue… lo vienen a buscá’ pa’ una entrevista!

Él, “El Orisha de La Rosa”, se recompone en la mecedora y, usando la mano derecha como visera gira hacia donde estoy venerándolo con mirada absorta.

Le saludo y le doy “gracias por existir”. Me devuelve el saludo estirando las dos manos, que tomo entre las mías con nerviosismo, temiendo quebrar sus finos dedos.

__ Nadie me había dicho eso nunca. Siquiera usté’ me agradece por está’ vivo, dice con un chorrito de voz que escasamente traspasa su dentadura blanca, perfecta.

__ Me encontró preparándome pa’ cantá’ esta noche en San Cayetano. Empiezo a calentá la voj’ dejde’ temprano. Cuando ejtaba’ pelao’ lo hacía con cuatro petacazoj’ de ron, pero ahora no puedo tomá mucho.

__ ¿Y qué estaba cantando, maestro?

Su respuesta es entonar una melodía que hace varios años le oí con el Sexteto Gamerano y ahora tiene una nueva versión en colaboración con los jóvenes de Monsieur Perine:

Quisiera sólo un beso de esa boca,

de esa boca que adoro con locura

para ver si con toda mi ternura

logre al fin conmover su alma de roca.


Sé que dicen que su amor no será mío,

ni sus labios nunca más han de besarme,

sé que sufres y tratas de olvidarme,

me amarás igual que en el pasado.


Me amarás, me querrás

me amarás, me querrás

me amarás mi morena, me querrás

me amarás mi morena me querrás.

Uno de sus nietos me dice al oído: “¿Cuánto le va a dejá a mi abuelo? La ‘situa’ está mala. Deje algo por ahí. Le hago señas de que espere y sigo hablando con el maestro. Al rato, el joven cambia de táctica y me ofrece el disco más hermoso que he visto en años. Un precioso álbum que, como plus, ya está autografiado por Carlos Vives, Systema Solar y Monsiuer Perine, tres firmas que me sería muy difícil conseguir. Acordamos el precio, pero el dinero se lo doy a Magín, que lo recibe gustoso.

Realidad II.

Ya no volveré a quejarme

ni a sentarme nunca más

tú tienes casi cien años

y sales a trabajar

Este verso que Carlos Vives creó e incorporó a la canción Rosa, sintetiza lo que Magín Díaz ha hecho toda la vida. Aunque su cédula dice que tiene 96 años, muchos creen que son más de 100, ya que fue registrado siendo adulto y, ni él ni sus padres pudieron precisar la fecha exacta de nacimiento. Y durante toda esta centuria no ha hecho más que levantarse a trabajar sin quejarse, sin importar que fuera en labores agrícolas, de albañilería o cantando y tocando en todo tipo de fiestas en las que escasamente conseguía con qué mitigar el hambre.

Y lo sigue haciendo. Pero ahora con un panorama diferente a cuando lo relegaban a segundos y terceros lugares en los grupos musicales que integró sin recibir el pago que merecía.

Es que apareció un “cachaquito”, Daniel Bustos, recién graduado de la Universidad Javeriana, la institución más “cachetosa” del país, que bajó del páramo capitalino a sudar la gota gorda en Gamero y terminó produciendo un disco que solo se puede calificar con una palabra que empieza con las dos primeras sílabas del nombre de su protagonista: Mágico. Es una verdadera preciosidad en cada uno de los detalles, prolijamente cuidados, sin negarle nada. Es como si Bustos se hubiese empeñado en darle a Magín Díaz todo lo que la vida le negó por casi un siglo.

Fueron tres años de meticulosa y enjundiosa labor, en los que “sin darme cuenta, recaudé más de 300.000 dólares para hacer el disco que El Maestro se merece”, cuenta en nota de voz por whatsapp, este joven bogotano de escasos 27 años, al que sus padres aún le dan una mesada para sus gastos personales mientras se moviliza por todo el país en su gran gesta.

Bustos no solo reunió a las mejores voces disponibles en Colombia para hacer dúos con Magín sino que acudió a intérpretes de otros países que ni siquiera sabían de la existencia de este campesino cantor. Así, se grabaron dieciocho temas con la participación de los colombianos Carlos Vives, Petrona Martínez, Totó, La Momposina, Gualajo, Mayté Montero, Ale Kumá. Sexteto Tabalá, Monsieur Periné, Grupo Cimarrón, Pabla Flórez, Lina Babilonia, Orito Cantora, Systema Solar, Li Saumet, Kombilesa Mi, Mágica, Cuarteto Q-Arte, a los que se sumaron Dizzy Mandjeku, República de El Congo; Chango Spasiuk y La Yegros, de Argentina; Irka Mateo, de Republica Dominicana; Mónica carrillo, de Perú; La Bermúdez, de Inglaterra; Nani Castle, de Estados Unidos y Celso piña, de México.

A ellos se sumó un equipo de 19 artistas gráficos, de los que hacen parte Claudio Roncoli, Carlos Dussán, Juliana Jaramillo y Juan Felipe Martínez, que lograron un resultado que hoy está concursando al Premio Grammy Latino 2017 al Mejor Empaque, además de la candidatura a Mejor Álbum Folclórico, que con seguridad le harán saber al mundo de qué está hecho este humilde hombre, qué es lo que bulle dentro de su frágil cuerpo curtido por todos los soles y aguaceros posibles, pero que cuando escucha el repicar de un tambor, endereza su cuello hasta donde sus vértebras cervicales, bastante desgastadas, se lo permiten, para proyectar, con una potencia insospechada, su chorro de voz, que nunca desentona, y demostrar por qué es El Orisha de La Rosa, un dios del canto genuino, ancestral, que con la sangre africana que hierve en su corazón, honra la progenie yoruba, de donde proviene su estirpe.

Realidad III. Los amantes de la música terrígena, que ya conocen a Magín Díaz, siguen esperando que la radio comercial se percate de este extraordinario trabajo. Ni siquiera el “gancho” de Carlos Vives, Totó, La Momposina y todas las figuras rutilantes que participaron en la producción ha servido para que le presten atención y le den la difusión que merece.

 

* Destacado cronista del Caribe colombiano, autor de "Cazador de historias", de reciente aparición. El texto fue cedido por su autor para esta edición.

 

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