Era un pescador de almas. Cuando el crítico literario francés le preguntó a Gabriel García Márquez qué seres habían sido decisivos en su formación en el Caribe colombiano, el escritor sacó de los entresijos de su memoria a un sabio en la penumbra nacido en San Jacinto: Clemente Manuel Zabala, que había sido su primer maestro de periodismo en el diario El Universal.
En ese instante, Gilard no tenía la menor idea de quién se trataba, pero quedó descrestado cuando García Márquez le confesó que ese Zabala, discreto y sigiloso, de ancestros indígenas y vascos, había sido más significativo para él, que el mismo Ramón Vinyes, ‘El Sabio Catalán’. Esa pista le sirvió al joven investigador Jorge García Usta para comenzar a rastrear al otro sabio, no el catalán, sino el sanjacintero, en la formación del autor de ‘Cien años de soledad’.
Una tarde me sorprendió una llamada telefónica de García Márquez, encomendándome la tarea de fotografiarle tres portadas del diario El Universal de las ediciones de 26 al 29 de octubre de 1949. Solo quería saber cuáles eran las principales noticias de aquellos tres días. No me dijo más. Me volvió a llamar para preguntarme si ya tenía listas las portadas, y le dije sí, que podía pasar por ellas. El mismo García Márquez vino a recogerlas al periódico. Después supe que era para un dato del prólogo para su novela ‘Del amor y otros demonios’, en el que Clemente Manuel Zabala le pedía que se diera una vuelta por el Convento de Santa Clara.
“El 26 de octubre de 1949 no fue un día de grandes noticias. El maestro Clemente Manuel Zabala, jefe de redacción del diario donde hacía mis primeras letras de reportero, terminó la reunión de la mañana con dos o tres sugerencias de rutina. No encomendó una tarea concreta a ningún redactor. Minutos después se enteró por teléfono de que estaban vaciando las criptas funerarias del antiguo convento de Santa Clara y me ordenó sin ilusiones: ‘Date una vuelta por allá, a ver qué se te ocurre’”. Fue la primera vez que el nombre de Zabala apareció en uno de sus libros.
En 1993, en el Centro de Convenciones de Cartagena, ante la Comisión de Sabios, García Márquez, junto a Umberto Eco, recordó el lápiz rojo de su primer maestro de periodismo.
Años más tarde, en sus memorias ‘Vivir para contarla’ (2002), en el capítulo 6, salvó del olvido a Clemente Manuel Zabala con estos recuerdos:
“Clemente Manuel Zabala era un erudito de todas las músicas y comunista en reposo. Manuel Zapata Olivella se empeñó en que fuéramos a verlo, pues sabía que buscaba gente nueva para provocar con el ejemplo un periodismo creador contra el rutinario y sumiso que reinaba en el país, sobre todo en Cartagena, que era entonces una de las ciudades más retardatarias.
“... Jamás conocí alguien de un talante tan apacible y sigiloso, con un temperamento civil como el suyo, porque siempre supo ser lo que quiso: un sabio en la penumbra.
“Me pareció un pescador de almas. Ese era tal vez un motivo determinante de los grupos juveniles que se nutrían de su razón y su cautela. Concluí, sin duda, con una falsa apreciación de viejo prematuro, que tal vez era ese modo de ser lo que le había impedido tener un papel decisivo en la vida pública del país”.
Cada vez que alguien pregunta por Clemente Manuel Zabala, su nombre ha quedado reducido a la sombra de García Márquez, pero creo que más allá de la sombra luminosa del genio de Gabo, Zabala va a salir de la penumbra.
¿Quién era él? -me preguntaron los muchachos de la Cátedra Zabala, que se inició en el Espacio García Márquez de la Universidad de Cartagena, en alianza con el periódico El Universal.
Tardé casi dos horas contando historias de Zabala en el recinto Eréndira, en el Claustro de la Merced de la Universidad de Cartagena, a unos pasos donde reposan las cenizas de Gabo.
Zabala nació en San Jacinto (Bolívar), pero su partida de bautismo desapareció del pueblo, así que los biógrafos y allegados suyos manejan tres fechas distintas de su nacimiento. En la reseña fúnebre que hizo el diario El Universal cuando él murió, en 1963, el diario aventuró la fecha de nacimiento en 1889, es decir, tenía 74 años, la misma fecha que recordaba su amigo, el poeta Gustavo Ibarra Merlano. La fecha que manejó el investigador Jorge García Usta fue la de 1893, mientras que el filósofo sanjacintero Tomás Vásquez se aferra a la fecha de 1896, luego de ver el acta de defunción, y rastrear los años de estudios y el acta de defunción.
Su sobrina, Silvia María Zabala, recordaría años después que la primera vez que su tío salió de San Jacinto a Bogotá, a principios de siglo, llevó sus libros en una mula blanca y grande que era de la familia y “se fue por el camino de las Palmas, para llegar a Jesús del Río y luego embarcarse en un buque de vapor”. Se lo contó al periodista sanjacintero Juan Carlos Díaz. Cada vez que regresaba su tío a San Jacinto era recibido con música de gaitas, la misma que lo hacía feliz cuando aún no había salido del pueblo. Celebraba con una fiesta en el patio de su casa natal, en la calle La Fuente. Esta fiesta la hacía con personajes de su pueblo como “Manuel Quiroz, Jorge Arrieta, Guillermo Martínez, entre otros. Fue en esos jolgorios donde conoció de cerca a Toño Fernández”, cuenta Juan Carlos Díaz.
Zabala tocaba el violín y había estudiado pintura y música en la Escuela Nacional de Artes, en Bogotá. Creó el primer cine club de Cartagena de Indias en compañía de Víctor Nieto Núñez. Empezó a estudiar derecho en la Universidad Nacional en 1917 y se retiró casi al final, en 1922, para dedicarse al periodismo. Siendo muy joven fue secretario personal del General Benjamín Herrera. Su carrera periodística empezó en El Diario Nacional, al lado de Enrique Olaya Herrera, y luego en La Nación de Barranquilla, donde fue una de las figuras de mayor irradiación cultural en la región en los años veinte. En 1925, el periódico La Nación, en donde Zabala dirigía el suplemento literario, era considerado según una nota aparecida en El Universal, el 2 de septiembre de 1960, “el mejor periódico de la Costa” por su enfoque editorial y su pequeño equipo de planta, en la que estaban Ramón Vinyes, Gregorio Castañeda Aragón, Luis Enrique Osorio, Julio Gómez de Castro y Jaime Barrera Parra. Al comentar la significación de Zabala en la Barranquilla de los años veinte, el investigador García Usta rescata una nota de Adolfo Martá en la que recuerda que Zabala integró el grupo de la revista Mundial en Barranquilla, de la que hacían parte José Félix Fuenmayor, Porfirio Barba Jacob, Julio Gómez de Castro y Leopoldo De la Rosa. En esos años Zabala era lector apasionado de Dickens, Dante, Dostoievski, Balzac, Verlaine. Luego de esta experiencia espléndida de Zabala en Barranquilla, colaboró con la revista Sábado, de Plinio Mendoza Neira. Era políglota y traductor del inglés, francés y griego. Amigo personal de Jorge Eliécer Gaitán, recorrió con él la zona bananera para investigar la masacre de 1928. Se vinculó a este diario naciente como Jefe de Redacción desde el 8 de marzo de 1948. Era amigo de Eduardo Zalamea Borda, el novelista que publicó los primeros cuentos de Gabo. Y amigo de Ramón Vinyes en Barranquilla. Zabala iba y venía de Cartagena a Barranquilla, como más tarde lo haría el mismo Gabo, sin ninguna noción de frontera ni grupo.
Con la misma pasión con la que tocaba el violín, así Zabala buscaba el adjetivo más certero, inquietante y deslumbrante. A Joe Louis lo describió como un “recio púgil de color, con sus guantes de acero y su técnica de felino”. Sus viñetas escritas y sin firmar por él en la sección editorial Comentarios son una prodigiosa maestría narrativa, con destellos poéticos y la agudeza del ensayista. Y la manera de titular, con humor y poesía, están a la altura del periodismo moderno.
A la primera columna que escribió Gabo, le corrigió adjetivos y le sugirió metáforas. Era un maestro de las metáforas, los adjetivos y del arte de titular. Era un cuentista clandestino y un fervoroso guardián de la música folclórica y popular y de la música clásica. En 1919 publicó el cuento ‘El Regalo del hada’, que ha sido rescatado por Tomás Vásquez y compartido cien años después en la Cátedra Zabala, apenas esta semana.
Y Zabala murió en su habitación de solitario en 1963, en la Calle del Arzobispado, junto a su violín, sus libros y su boina vasca.
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