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Guerrero Figueroa, el humanista más allá de la Constitución del 91

Se cumplen treinta años de la Constitución de 1991 y el eminente jurista y humanista Guillermo Guerrero Figueroa fue uno de los tres constituyentes que participaron por Cartagena en ese acontecimiento histórico.

GUSTAVO TATIS GUERRA

14 de marzo de 2021 12:00 AM

Sentado en el reposo de su casa, el jurista y humanista Guillermo Guerrero Figueroa (Arjona, 1934) siente que estos treinta años de la Constitución de 1991 han pasado como en un vuelo de pájaros, pero han dejado una señal profunda en el destino de la nación.

Fueron seis meses intensos, en los que dormía y soñaba con la nueva Constitución, una misión titánica que empezaba a las 8 de la mañana y proseguía hasta el mediodía, sin parar, continuaba después del almuerzo y hasta las 9 de la noche. No se detenía en la Comisión 5 consagrada al trabajo y los derechos del trabajador. De todo ello, privilegia la acción de tutela que permitió que el ciudadano pudiera reclamar derechos que habían sido escamoteados y no estaban consignados en la vieja Constitución. (Lea también: Guillermo Guerrero Figueroa: la cosecha del humanista)

“En la anterior Constitución no estaban consignados los derechos fundamentales, ni la protección de ellos”, precisa Guerrero Figueroa. Y agrega: “Se hablaba de derechos individuales, pero nada del derecho del trabajador”. Y, sin embargo, la Constitución del 86 señaló nuestro destino de nación durante 105 años, ideada por Rafael Núñez, que era además de estadista, poeta y pensador.

Junto a su hijo, el también abogado Guillermo Guerrero-Figueroa, Guerrero complementa esta visión de que, con la acción de tutela, la Constitución de 1991 defendió la libertad de cultos, la salvaguarda de la riqueza multicultural y racial del país, de las comunidades indígenas y afrocolombianas y minorías étnicas, además de la protección a la libertad de asociación y agremiaciones sindicales.

La Constitución del 91 sentó en una misma mesa a actores de la vida regional y nacional de todas las ideologías, tanto liberales, conservadores, socialdemócratas, líderes de izquierda, líderes que habían pertenecido -algunos- a diversas guerrillas y a movimientos de oposición y líderes de los partidos tradicionales. Allí estaban Álvaro Gómez Hurtado, Horacio Serpa Uribe, Misael Pastrana Borrero, Antonio Navarro Woolf, Carlos Holmes Trujillo, Juan Carlos Esguerra Portocarrero; los líderes indígenas Lorenzo Muelas y Fernando Rojas Birry; Jaime Fajardo Ladaeta, Darío Mejía Agudelo, Bernardo Gutiérrez, 24 liberales, 20 líderes del movimiento M-19, elegidos por voto popular, entre otros.

“Entre los constituyentes estábamos Orlando Fals Borda, de Mompox, y por Cartagena: Raymundo Emiliani Román, Eduardo Espinosa Faciolince; Hernando Herrera, de Sincelejo, entre otros. Escribir y elaborar esa Constitución fue el fruto de una decisión histórica y política trascendental, de consenso y reconciliación nacional.

Resplandor de infancia

Nací el 28 de abril de 1934 en la calle Juncal de Arjona y a los siete años nos vinimos a vivir con la familia a Cartagena. Mi padre, Rafael Guerrero Soleno, fue el primer médico de Arjona, graduado en la Universidad de Cartagena en 1920, que se especializó en París. Era un liberal gaitanista radical, un ser amable y dulce, un padre nada regañón, hijo de madre italiana. Adriana Figueroa del Río, mi madre, era una mujer bella, de ojos azules, tierna, que tenía en el patio una inmensa pajarera con especies exóticas de pájaros y ella entraba a barrer las jaulas, a limpiarlas y a darles de comer. Tenía erigida una Virgen del Carmen en ese patio sombreado de árboles frutales y flores de todos los colores. En aquella época, mi padre atendía en su propia casa, no había boticas ni droguerías y él mismo preparaba los remedios. Era el médico de toda la región, no había carros y él se movilizaba a caballo. Mi padre era un pensador, leía muchísimo, leía en francés a los clásicos literarios Honorato de Balzac, Víctor Hugo, Alejandro Dumas. Trajo de París una gran biblioteca en francés que heredó mi hija.

El juramento hipocrático

Mi padre que era liberal, era rival político del conservador laureanista Ricardo Bossa Pereira, hermano de Simón Bossa Pereira. Una vez se accidentó Rafael en Turbaco, se fracturó una mano, y mi papá fue a auxiliarlo. Entró en silencio a curarlo, lo vio sin decirle nada, los dos en silencio, no se hablaron ni antes ni después, pero mi padre cumplió el juramento hipocrático de curarlo, más allá de cualquier diferencia ideológica. Él deseaba que sus hijos fueran médicos y se puso bravo conmigo cuando supo que me iba a estudiar Derecho en la Universidad Libre de Bogotá. Murió a sus 70 años de un infarto, mientras hablaba conmigo plácidamente de tierras y asuntos cotidianos. Murió en mis brazos.

Guerrero Figueroa, el humanista más allá de la Constitución del 91

El sendero del jurista

Estudió bachillerato en el Colegio San Pedro Claver, cuyo rector era el historiador Gabriel Porras Troconis, un hombre muy católico “que nos exigía en el colegio ir a misa todos los domingos. Era un hombre estricto, escribió muchísimo sobre la historia de Cartagena, una biografía sobre San Pedro Claver, otra sobre Bolívar, entre otras. Tuve de profesor al padre Rafael García Herreros, que era muy fuerte. Entre las asignaturas teníamos una clase de latín y griego”.

Siendo estudiante, le gustaba nadar desde el Pastelillo en Manga hasta la Base Naval. Le decían El tiburón Guerrero. Nadaba y tocaba la guitarra y encantaba a quienes le escuchaban. Dejó la guitarra el día en que su padre lo regañó: “¡O se dedica a estudiar o se dedica a la parranda!”.

“Al culminar el bachillerato me fui a Bogotá a estudiar Derecho en la Universidad Libre. Mis profesores allá fueron Darío Echandía, Carlos Lleras Restrepo, Gerardo Molina, Gilberto Vieira, etc. Siendo estudiante, fui nombrado por el ministro de Trabajo, Raymundo Emiliani Román, inspector del trabajo. Mi tesis laureada se tituló ‘Reivindicación del hombre y la tierra en Colombia’, que fue publicada en 1958. Los presidentes de la tesis fueron mi hermano Rafael Guerrero Figueroa y Ramón Serge Ahumada. Tuve una especialización en Derecho Laboral en la UNAM de México, y tuve de profesor al ministro de Trabajo Mario de la Cueva”.

Escritor y humanista

Guillermo Guerrero Figueroa ha sido magistrado de la Corte Suprema de Justicia, constituyente elegido por voto popular, docente durante más de medio siglo, quien ha forjado de más de cuatro generaciones de juristas que han sido gobernantes y magistrados de la corte. Ha escrito 27 libros de derecho, muchos de ellos, textos de obligada lectura e investigación para los estudiantes de Derecho de Colombia e Iberoamérica.

Junto a su amigo, el también catedrático, historiador y compañero de aulas en la Universidad Libre de Bogotá, Rafael Ballestas Morales y Alfonso Nieves, participó en la creación de otras facultades de derecho en la ciudad, como la Universidad Libre de Cartagena, en la que ahora su hijo abogado Guillermo es el director de postgrado.

Ante la muerte

No le teme a la muerte. Espera celebrar sus 87 años el 28 de abril. Está preparado ante la realidad ineludible por la que todos tendremos que pasar. “Tengo la conciencia tranquila”, dice el humanista, quien fue operado a corazón abierto y confiesa que jamás se ha sentido cerca de la muerte.

“Estoy preparado, cuando Dios lo disponga. Eduqué a mis hijos, todos son profesionales y se defienden con su trabajo”, precisa. Ha tenido dos matrimonios: Judith Arrieta Gómez y Yadira Guerrero Sánchez, jamás ha habido desarmonía entre sus hijos. Es el padre de tres abogados: Viviana, Giannina y Guillermo; de la médica Adriana, de la ingeniera civil Orietta, de las psicólogas Maripaz y Diana Lucía. Padre de 7 hijos, 13 nietos y un bisnieto.

Epílogo

Con una memoria y una lucidez, acaba de publicar su libro Genios, escrito durante la pandemia, que aborda la sabiduría de grandes líderes a través de la historia, entre ellos Sócrates, Platón, Leonardo da Vinci, Gandhi, Einstein, Valentina Tereshkova, entre otros. Es un libro lleno de reflexiones y sentencias sabias y luminosas sobre el derecho, la libertad, el amor y la muerte, tal como lo define en el prólogo, su propia hija Viviana Margarita Guerrero Arrieta, quien ha estado durante más de treinta años compartiendo con su padre su oficina de abogados litigantes.

A él lo acompañan siempre los poemas de Amado Nervo y una memoria de boleros, porros y música clásica, y un libro al que siempre vuelve: El espíritu de las leyes. En este tiempo de pandemia se dedicó a escribir y a estar con los suyos. Donó su inmensa biblioteca con más de dos mil libros, joyas del derecho, la literatura y el humanismo, a la Sociedad Portuaria de Cartagena. La biblioteca lleva su propio nombre.

Ahora está de pie junto a la escultura de su rostro meditabundo y visionario, forjado por Alfredo Tatis Benzo.

“He sido afortunado”, dice al final de esta intensa conversación en su casa, viendo el rastro de sus huellas en el tiempo.

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