Facetas


La hora desenfrenada

ANDRÉS PINZÓN SINUCO

12 de julio de 2015 12:00 AM

UNO. Los anuncia una voz de mujer. El tono suave, pero coqueto, se repite en casi todas las emisoras de la ciudad. La mujer dice que allí se pueden “vivir todas tus fantasías”. Puede que sí. La voz sigue: “dos horas por treinta mil, ven”. Con la invitación clara, el sugerente mensaje queda retumbando, la imaginación al vuelo.

La palabra, tomada del inglés, Motel es el acrónimo de Motorcar-Hotel, es decir, hoteles que están diseñados para que se entre a las habitaciones desde el parqueadero. Sobre los moteles se ciernen todo tipo de historias, estigmas y creencias. Se les relaciona con la infidelidad, con la promiscuidad, y para los asquientos son un mar de bacterias intolerables.

No obstante, son un referente cultural de Cartagena y una alternativa para muchas parejas, para matrimonios, incluso, que pretenden revitalizar su relación.

Están distribuidos por toda la ciudad. Usualmente se sitúan fuera de los núcleos urbanos, pero es sabido que en Cartagena están, entre otros muchos, en la Calle de La Moneda del Centro Histórico, en el barrio Daniel Lemaitre, y, al sur, sobre la Avenida de la Cordialidad.

En palabras castizas son amoblados con garaje o cobertizo a los que se va a compartir uno, o varios, momentos de euforia, de sana locura, de amoroso trajín. Para algunos jóvenes, “rumba sin motel, no aguanta”.

Desde la pacatería y mojigatería, se los asocia con la vergüenza, con el temor a ser descubierto, con el pecado, centros de perdición y lenocinio. De ahí que aún sea muy importante la discreción de los empleados que asisten a los usuarios —heterosexuales, homosexuales, plurisexuales, pansexuales, pentasexuales— que van en pareja, en trío, en grupo. No hay muchos límites visibles cuando se trata de placer.

DOS. Guadalupe León, abogada, 26 años, tiene la memoria borrosa. No recuerda cuándo fue la primera vez que conoció un motel, de lo que sí tiene noción es que sobria no estaba. Después de haber bailado casi toda la noche, escuchó la propuesta. Vaciló un instante, pero dijo que sí. Durante el camino hacia el “sector de los crustáceos”, como lo conocen algunos universitarios, estuvo muy ansiosa. No sabía si había tomado una buena decisión, pero ya en marcha era muy difícil retroceder. Su novio fue paciente.

—La mejor rumba es esa—dice Guadalupe, con un aire de timidez inusitado—. En general, se duda. No sabía si realmente iba a ser algo privado.

No solamente fue privado, sino que hasta hubo tiempo para comerse una picada. Los moteles se esfuerzan por crear ambientes temáticos, algunos ofrecen toda una carta gastronómica, los más costosos tienen jacuzzi, pista de baile con bola de discoteca, inclusive, barra americana de baile —Pole dance—para los más atrevidos.

De esa noche incierta ha pasado más de un lustro. Guadalupe dice que mantiene aún intacta esa emoción y el asombro de la primera vez, y que pese a tener ya una pareja formal, hace un par de años, todavía sigue siendo un placer visitar estos lugares, la adrenalina en las venas.
—Se siente muy seguro—dice la abogada—, incluso, siente una que se fortalece una relación. Eso sí, nunca vayas un día del amor y la amistad. ¡Están llenos como el carajo!

En La Jaiba, uno de los más populares, por 40 mil pesos extra, le decoran el cuarto con pétalos de rosas y velas. Las habitaciones tienen todo tipo de detalles insinuantes, la “silla del amor”, una especie de camilla con soportes y “agarres”, en fin, coquetería que hace sonrojar a los puritanos. Los precios van desde los 25 a los 50 mil pesos por hora. Escoja usted, pero no juzgue.

TRES. Para la sexóloga, Alejandra Quintero, “el motel lo hemos construido sobre el tabú”. Es decir, “todo lo malo que tiene la sexualidad le cae al motel, porque es un lugar para el placer, para el disfrute de los cuerpos y como el placer ha sido tan satanizado, tan prohibido, tan negado, pues claramente para muchas personas siguen siendo lugares prohibidos”.

Aceites calientes, cremas anales, lubricantes, crema retardante-estrechante, aceites para masajes, extensiones de penes, anillos especiales y hasta fundas para dedos, todo se vale y todo se encuentra en estos negocios.

Según Foucault, el cristianismo habría asociado el acto sexual “con el mal, el pecado, la caída, la muerte”, mientras que la Antigüedad lo habría dotado de significaciones positivas.

Para los griegos, la conducta sexual no solía ser objeto ni de escándalos ni de disgustos. Ayudó mucho que en la antigua Grecia no existía una casta sacerdotal preocupada por adoctrinar a sus creyentes acerca de lo que estaba permitido o prohibido, o era normal o anormal.
—Quiero invitar a todas las colombianas—dice la sexóloga Alejandra Quintero—, que cuando tengan deseo sexual, también puedan contribuir en ello, y que cuando vayan a un motel también puedan pagar o contribuir colaborativamente con su pareja, porque la equidad empieza en la cama.

CUATRO. A lo que vinimos. Lo que diferencia a un motel de un hotel es simple: no hay que identificarse, no hay lobby, no hay gimnasio, no hay zonas comunes e incluso en el parqueadero se cubren las placas de los autos para que nadie se entere quién entra o sale.

—Eso es lo que se maneja aquí: la reserva—dice Yesenia Carreño, una mulata simpática que trabaja hace cuatro años en un motel de cuyo nombre no quiero acordarme.

Los hay con suite “presidencial”, con jardín privado y jacuzzi exterior. Tienen sillas para broncearse, al mejor estilo de un balneario, y si quiere, puede quedarse a dormir. La amanecida le cuesta unos 95 mil pesos.

Según Yesenia, entre 100 y 170 parejas van cada noche a “motelear”. En una ciudad tan turística, tan desenfrenada y tan caótica, es natural, además puede que la cifra se quede corta.

Aunque casi nadie acepta haber pisado uno, los moteles se mantienen actualizándose con las demandas de sus clientes.

Algo muy importante, es que estos lugares no necesariamente están emparentados con la prostitución, ese es otro de los estigmas que pesan sobre estos apartados.

CINCO. Cartagena está creciendo en este aspecto. Hoy se pueden hacer reservas por Internet. Basta un click para ver las fotos y escoger la habitación ideal y otro más para pagar on-line.

En cuanto a moteles, se dice que Cali lleva una delantera impresionante. Son llamativos, pomposos, temáticos, en forma de iglú, de plazas españolas, de pirámides, toda suerte de decoración para abstraer al cliente de la rutina.

Se va en moto, en taxi, y en carro particular. Se sabe que las mujeres entran casi escondiéndose detrás de su propio pelo, que reclinan la silla del auto para no ser vistas.

Los religiosos los consideran “antros del pecado”, pero la idea que se tenía de los moteles ha ido cambiando progresivamente, todo el mundo lo hace—o lo ha hecho—.

Sus usuarios quizá recuerden a John Lennon y coincidan en eso de que “vivimos en un mundo donde nos escondemos para hacer el amor, mientras que la violencia se practica a plena luz del día”.

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