Dentro de unos días Karina Cabarcas Peñata cumple un año de desaparecida.
Y aunque hay un sinnúmero de versiones, nadie sabe lo que pudo haberle sucedido a esta joven de 20 años de edad que salió a hacer un mandado cerca de su casa y nunca regresó.
La casa de la familia de Karina Cabarcas es fácil de ubicar. Queda en la avenida de Torices, en la puerta hay tres carteles con la foto de Karina, algo envejecidos y acabados por la lluvia que indican que estamos en el lugar correcto. Ya en el interior de la sencilla vivienda cuelga del techo un cuadro del sagrado corazón de Jesús.
Al llegar, aparece en la puerta Juana Benítez, una señora de avanzada edad, abuela de Karina, quien se apresura a contarnos sin ningún preámbulo que en la tarde de aquel lunes, Karina le dijo que ya regresaba, que iba a la vuelta de su casa. Ella no le vio nada raro, pero le pidió antes de que saliera que se cambiara la ropa y los zapatos que traía puestos porque consideraba no estaba bien presentada.
“Ella tenía unas chancletas peor que éstas (señala sus pies), salió con la ropa más vieja que tenía, le dije Kary tu sabes que con esas chanclas me da mucha rabia verte pero ella me dijo que iba para el edificio azul de cerquita, que no se iba a demorar y yo le di el permiso”, expresa entre lágrimas.
Norma Peñata Benítez, madre de Karina, la interrumpe y nos cuenta nuevamente la historia, tiene la intención de recomponer los hechos para darle un orden más lógico.
Nos dice que Karina fue una muchacha muy alegre y entusiasta, corrige casi al instante, y habla en tiempo presente, dice que es de ese modo porque su hija no está muerta, que como madre lo sabe.
Cuenta que consiguió trabajo en Bogotá ayudando en la casa de un prestigioso militar del Ejército, luego de considerar la propuesta decidió irse, al fin y al cabo no era la primera vez que salía de Cartagena para trabajar por su hija.
El empleo le llamaba más aun la atención porque su jefe le había dicho que cuando Karina finalizara sus estudios de Turismo, en la Institución Tecnológica Colegio Mayor de Bolívar, se la podía llevar para la capital del país.
Cuando le contó esto a Karina, dice que la joven se puso feliz porque siempre soñó con vivir en Bogotá y trabajar allá.
“El compromiso era que ella se iba a portar bien, ella me dijo que lo haría, que lo que más deseaba era terminar su carrera y trabajar para retribuirme todo lo que yo había hecho por ella, me decía que me daría todo lo que yo necesitaba y que ya no trabajaría más”, dijo con voz quebrada, Peñata Benítez.
En los primeros meses todo marchaba bien, sin embargo, de su casa llamaron a Norma para decirle que un joven frecuentaba todo el tiempo a Karina y que pasaba en la casa visitándola.
Esto no le gustó mucho a Norma y llamó a su hija para que le explicara de quien se trataba, pero Karina le dijo que sólo era un buen amigo con el que tenía química.
Confió en su hija y se despreocupó de esa situación, Karina seguía llamándola todas las noches. Un día antes de desaparecer hablaron por teléfono como de costumbre.
“Le dije: nena, ¿qué haces?, y ella me dijo que estaba viendo televisión en la casa, y le pedí que no saliera a la calle. Ella me respondió: no mami no te preocupes que no voy para la calle. Más tarde en esa noche volví y la llamé, ya al día siguiente no hablé con ella, pensé que se le había olvidado llamarme, hasta que el martes me llamó un hermano a decirme que la niña se había desaparecido con un muchacho pero lo que ellos me hicieron entender es que ella se había salido con él”, relata la mamá de Karina.
Esa misma semana hizo maletas y se regresó para Cartagena a conocer lo que había pasado con su única hija, dice que fueron los días más angustiosos de toda su vida. Emprendió su búsqueda, se comunicó con los medios de comunicación locales, fue a la Fiscalía, hizo lo “humanamente posible para traer de regreso a su hija”.
La llamaban de todas partes, le decían que Karina estaba en La Boquilla, en La India, en El Laguito, por la Bomba de El Amparo, incluso que la vieron en “Chicas Lindas”, uno de los burdeles de esa zona. Todos esos lugares los visitó pues guardaba la esperanza de encontrarla pero no fue así.
Apareció muerto
Lo peor sucedió cuando le anunciaron que el joven que la frecuentaba tanto, y con el que supuestamente salió el día que desapareció, lo encontraron ahogado en las playas de Comfenalco. La búsqueda era ahora por agua pero el cuerpo de Karina no aparecía.
“A él sí lo encontraron muerto en la playa y a ella la buscaron por agua, no la encontraron, si ella se ahogó por qué no apareció junto a él. Algo más debió pasar ese día, tuvo que haber otra persona que la raptó”, se cuestiona Norma.
“Al menos la madre de ese joven sabe el final de su hijo, lo lloró, lo enterró, pero yo no sé nada de mi hija, eso es peor”, agrega.
El sentimiento de culpa tampoco la abandona. Siente que si no se hubiera ido para Bogotá, quizá tendría a su hija a su lado pero la necesidad y las ganas de sacarla adelante no le permitían quedarse de brazos cruzados en una ciudad donde no se le presentaban oportunidades.
“La gente me dice que no me eche la culpa, que lo que le iba a pasar a ella ya estaba predestinado a que sucediera. Lo que me duele es que yo, para donde iba, agarraba con mi ‘pela’. Yo trabajé 10 años en San Andrés y hasta allá me la llevé”, dice como consolándose a sí misma.
Norma manifiesta que su hija está viva, como madre puede sentirlo, cree que alguien tuvo que habérsela llevado. Se va a cumplir un año que no sabe nada de ella, sólo la ha visto en dos ocasiones en sus sueños.
“Toda madre tiene la facultad de sentir cómo están sus hijos y yo por fe digo que ella está viva, cuando me pongo a orar por ella siento como un dolor aquí(en el pecho). Esta madrugada casualmente cerré los ojos y le dije a Dios: ‘Señor muéstrame algo de Karina, dime cómo está’ y soñé con ella, la vi recostada en una cama. Yo pienso que ella no está muerta”, precisa la madre de Karina.
Hasta la fecha la Fiscalía no le da razón acerca de qué fue lo que pasó realmente con su hija. Norma dice que su caso ha quedado en el olvido y que dicha entidad se ha quedado en la simple burocracia que implican esos procesos.
Entre tanto, todas las pertenencias de la joven se mantienen intactas, tal cual como el día en que se fue “hacer un mandado”. En el sencillo armario de su cuarto está guardada su ropa, su cama siempre permanece hecha y sobre ella su oso preferido de peluche, todo está allí, parece que nunca se hubiera ido. Sólo falta ella.
Todo sigue de ese modo porque aun, cuando las esperanzas parecen perdidas, sus familiares no se dan por vencidos y esperan que Karina regrese irradiando la alegría que la caracterizaba y todo por cuanto pasaron no haya sido más que una absurda pesadilla.
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