El silencio entre los dos compadres se convirtió en un secreto más allá de la muerte. El Premio Nobel Mario Vargas Llosa dijo en abril de 2014 que él y Gabriel García Márquez (1927-2014) hicieron “un pacto de caballeros” al no decir cuál fue la razón verdadera de la golpiza que le propinó Vargas Llosa a Gabo en aquel 12 de febrero de 1976, en el Palacio de Bellas Artes de México, dejándole el ojo derecho morado al escritor colombiano.
La frase de Vargas Llosa: “eso que hiciste a Patricia no se hace”, sembró una duda que hasta la fecha no ha sido esclarecida. “Que investiguen los historiadores”, dice Vargas Llosa. En aquellos días las especulaciones oscilaron entre el conflicto entre parejas y la ruptura ideológica de Vargas Llosa con la experiencia política del socialismo en Cuba.
Sea lo que haya sido e incluso no habiendo ocurrido lo que el común de los mortales ha imaginado, suponiendo que la disputa convertida en secreto hasta la tumba, haya sido un gigantesco malentendido agravado por una provocación verbal, la sola duda y los celos entre compadres tiene la magnitud de una desconfianza y el tamaño de una deslealtad. Ese secreto forma parte de sus vidas secretas y privadas.
También los escritores como todos los mortales, se enamoran y desamoran, se pelean y reconcilian. Vargas Llosa tiene ya casi cuatro décadas de estar esquivando la pregunta: ¿Por qué le pegó a García Márquez? Mientras que a Gabo jamás le preguntaron por qué se quedó paralizado, en silencio, sin devolver el puñetazo.
Vargas Llosa hizo un gesto flexible de acercamiento a Gabo en 2007 al permitir que un capítulo de su ensayo Historia de un deicidio, sobre Cien años de soledad, recogido por el mismo escritor luego de este enfrentamiento, fuera incluido en la edición conmemorativa de Cien años de soledad. En 2010 la organización de Hay Festival invitó a los dos escritores a Cartagena, y uno de los propósitos era permitir la reconciliación entre los dos escritores.
Se le preguntó a Gabo si estaba de acuerdo, y su respuesta fue afirmativa. Se le preguntó a Vargas Llosa y la respuesta fue afirmativa.
Se le preguntó a las esposas de los escritores y la respuesta fue negativa: “Solo sobre mi cadáver”. Lo cierto es que durante cuatro días de enero de 2010 los dos escritores estuvieron tan cerca y tan distantes. Estuvieron a unos pocos pasos. Mario Vargas Llosa, alojado en el antiguo convento de las Clarisas, en el Hotel Santa Clara, y Gabriel García Márquez, al frente, en su casa que mira a la muralla y el mar. Ese abrazo fue imaginado por algunos de los asistentes de Hay Festival: “Lo que falta aquí para que todo sea maravilloso es que Vargas Llosa se abrace con García Márquez”.
Más allá del equívoco que sembró una duda entre dos compadres y provocó malentendidos de toda índole, todos terribles y perversos dentro de la suspicacia popular, la vida vino a demostrar, al cabo de treinta y cuatro años de soledad, la grandeza de los compadres: García Márquez, como uno de los seres íntegros que tuvo la literatura del mundo, incapaz de generar una imprudencia que desvirtuara la grandeza de su espíritu y de su obra literaria. Mario Vargas Llosa, como todo un caballero, no ha dejado de reconocer la grandeza y el orgullo de su compadre.
Es más lo que los unía que lo que los separaba, pero no tuvieron la oportunidad de perdonarse. Los dos fueron criados por abuelos. Gabo, después de sus ocho años, empezó a vivir con su padre, una relación nada fácil, luego de ser el consentido del abuelo, el Coronel Nicolás Márquez Mejía. Estaba descubriendo una familia, una nueva relación con la autoridad, lo mismo que Vargas Llosa, que creyó hasta sus diez años que su padre no existía, y cuando empezó a vivir con él, enfrentó con rebeldía su autoridad.
En una de esas cartas, en la de diciembre de 1966, García Márquez le confesó que uno de los episodios preferidos de su novela “Cien años de soledad”, era “la subida en cuerpo y alma de la bella Remedios Buendía”. Luego, en marzo 20 de 1967, le cuenta que “acabo de corregir las pruebas de imprenta de Cien años de soledad. Ya no me sabe a nada, así que en vez de cambiarlo todo, como era mi deseo en las noches de insomnio, decidí dejarlo todo como estaba. Lo único que modifiqué por completo fue la situación y el ambiente de un burdel de Macondo”.
“Nos conocimos la noche de su llegada al aeropuerto de Caracas; yo venía de Londres y él de México, y nuestros aviones aterrizaron al mismo tiempo”, cuenta Vargas Llosa, quien en aquel 1967 recibió su premio de manos de Rómulo Gallegos. Las referencias a estas cartas fueron referenciadas y contextualizadas en la investigación de Ángel Esteban y Ana Gallego para su ensayo “De Gabo a Mario: La estirpe del Boom”, publicado por Planeta en 2009.
Al margen de todo lo anterior, García Márquez le bautizó a Vargas Llosa, su segundo hijo Gonzalo, que lleva en homenaje a esa hermandad el nombre triple de Gabriel Rodrigo Gonzalo Vargas Llosa, es decir, los nombres aunados de García Márquez y sus dos hijos. El primer ensayo literario de Vargas Llosa: “García Márquez: historia de un deicidio”, publicado en 1971, sigue siendo un ensayo profundo y revelador de los orígenes de la obra de García Márquez, un libro imprescindible.
Los dos soñaron en los sesenta escribir a cuatro manos una novela sobre la guerra entre Colombia y Perú. Gabo le decía en una de sus cartas que tenía dos mil anécdotas sobre esa guerra y le pedía a Vargas Llosa que averiguara otras en su país para armar una novela delirante sobre la historia de los dos países.
El proyecto quedó suspendido. En 1967, cuando Vargas Llosa gano el Premio Rómulo Gallegos con “La casa verde”, fue a recibir el premio acompañado de Gabo. En una de sus entrevistas de aquellos años confesó siempre que le habría gustado haber escrito “Cien años de soledad” y comparó a su futuro compadre como el Amadís de Gaula de la literatura latinoamericana.
Todo esto pensaba al recorrer el centro amurallado de Cartagena y saber que en la misma noche, a pocos pasos, Vargas Llosa comía arroz con coco y pescado en la isla de Manga, mientras García Márquez bebía unos whiskys en un bar frente al Parque del Centenario.
A la salida del teatro, un lector apasionado de ambos escritores, se me acercó para preguntarme: ¿Y será que estos dos monstruos van a permitirse irse de este mundo sin reconciliarse? ¿Será que las dos esposas de estos escritores se niegan a esa reconciliación? Al final de la noche y comienzos de la madrugada, García Márquez regresó a su casa. Vargas Llosa también en el Hotel Santa Clara. Tan cerca y tan distante, pensaba yo, mirando con lupa, esa vieja foto de Vargas Llosa en Cartagena. Meses después cuando se supo la noticia del Premio Nobel de Literatura a Vargas Llosa, su compadre estaba viendo la noticia en su casa de México.
Entre la desmemoria de aquel instante, Gabo se quedó mirando la imagen de su antiguo y lejano compadre, me cuenta mi amigo Alberto Salcedo, escena a la vez narrada por la escritora Wendy Guerra. Algo reapareció como un destello del pasado y Gabo preguntó con incertidumbre tratando de aclarar sus propios recuerdos: “Mercedes, yo estuve allí verdad?”, mientras veía a su compadre recibiendo de manos del Rey de Suecia el Premio Nobel de Literatura.
DATO
Los dos compadres vivían a menos de treinta metros en Barcelona. Vargas Llosa se perdió de su casa con una modelo de Helsinki. Los García Márquez acogieron a su esposa Patricia en su casa. La crisis conyugal provocó conflictos.
Comentarios ()