Para entender la bionergía se debe abordar primero la biomasa. Tania Jiménez, decana del Instituto de Estudios en Desarrollo Economía y Sostenibilidad (Ideeas) de la Universidad Tecnológica de Bolívar, la explica como un material no fósil que sirve de cultivo energético, tal como el estiércol o los desechos agrícolas.
“A partir de esta biomasa se produce, ya sea de forma directa o indirecta, lo que llamamos biocombustibles, como el bioetanol, el biodiésel o el biogas y la energía que se deriva de ellos es lo que se entiende como bionergía”, afirma Jiménez.
En este sentido, la bioenergía se considera como tal toda vez que proviene de recursos que en principio podían ser renovables. “Estos cultivos energéticos pueden ser la caña de azúcar, la palma de aceite, la remolacha, el maíz, entre otros. Todo eso se usa para producir biocombustible que libera bioenergía”, puntualiza la experta.
La bioenergía ha servido para diversificar la matriz energética en el mundo, como una alternativa para el consumo de combustible fósil. Se usa en industrias térmicas, eléctricas, en el sector transporte, entre otros.
Su impacto
Una de las bondades del uso de la bioenergía, según Jiménez, tiene que ver con la economía circular, por su cadena de producción. “Cuando se utilizan los desechos biomásicos para producir nuevos materiales bajo el concepto de bioenergía, estamos usando aquellos desechos que de otra manera provocarían un problema de contaminación, esto contribuye a la economía circular”, explica.
También propicia la ampliación de la economía rural y la seguridad energética. “No solo se trata de los fósiles, hidrocarburos, carbón o gas. Pensar en bionenergía es pensar en ampliar esas fuentes de abastecimiento energético y eso es muy importante”, dice.
A través de los cultivos energéticos es posible aumentar el ingreso y el empleo en las zonas rurales. “Con personas que se dedican a esta cadena productiva de lo rural pueden fomentarse pequeños modelos de generación de ingreso alternativos. Esto entendiendo que hay una nueva ruralidad pues ya no solo se trata de la producción agrícola sino de la producción energética y del comercio”.
La regulación es necesaria
A pesar de todos sus efectos positivos, la bioenergía también requiere de regulación para evitar que hayan consecuencias adversas en el entorno. “Si no hay una regulación clara, el trabajar en cultivos energéticos de primera generación como el maíz o la caña puede crear la disyuntiva entre cultivar para energía o cultivar para comer. Ese es un dilema en el mundo y para ello se necesita la regulación, para evitar que haya menor disponibilidad de alimentos por causa de usar las tierras para cultivos energéticos”, explica Jiménez. (Le puede interesar: Energías renovables: ¡vamos por más!).
Esto también podría derivar en el aumento del precio de la comida o acrecentar la deforestación y la reducción de la biodiversidad.
Por este motivo, la decana recomienda que desde los gobiernos exista un estricto seguimiento y control a la producción de la bioenergía, ya que en sí misma es una importante alternativa que provee ventajas ambientales, sociales y económicas (Podría leer: Energías renovables, se viene la generación eólica costa afuera).
“Esta regulación debe tener en cuenta el tipo de terreno que se va a utilizar para hacer los cultivos energéticos, que preferiblemente no sean tierras que antes estaban destinadas para la producción agrícola sino que sean otro tipo de lotes disponibles”, afirmó.
Oportunidad para Colombia
En el caso de Colombia, Jiménez asegura que el país tiene una gran oportunidad de aprovechar la producción de bioenergía como una forma de crecimiento económico sostenible, ya que es uno de los países con mayor biodiversidad en el mundo.
“Colombia es el décimo país en producción de biodiésel con aceite de palma y el 14° en bioetanol a partir de la caña de azúcar. Podemos ampliar la frontera agrícola garantizando la tecnificación en cuanto a formación y experticia de los que participan en la producción, el cuidado de las fuentes hídricas para que no se hagan vertimientos directos y todas las certificaciones necesarias para el proceso”, indica.
Con estas regulaciones, se puede propiciar el crecimiento económico en convivencia con los ecosistemas.
“Colombia es un país megadiverso y está llamado a revisar alternativas y modelos de crecimiento sostenible, aprovechando el gran componente rural que hay que proteger dentro de nuestro país”, puntualiza la especialista.
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