Hace tiempo no sacaba un plan de este tipo. No suelo hacer planes a pueblos porque el mundo agropecuario no es mi estilo, sin embargo, me dejé convencer por unos familiares que me insistieron y mostraron algunos videos.
Cuando vi los clips, no me pareció nada del otro mundo, porque es muy común que nos muestren en TikTok cosas que terminan no siendo ciertas, así que preferí no hacerme falsas ilusiones. Además, con lo caro que se me hace el turismo en Cartagena, se me quitaban las ganas solo al pensar que me podían estafar por allá.
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Cuando tomo la decisión de ir a un lugar, debo llenarme de mil argumentos, así que busqué noticias sobre este lugar y me encontré con algo muy curioso: “Usiacurí pasó de 400 a 24.000 turistas mensuales”, decía el titular que vi en una de las noticias publicadas en la web. Lea aquí: Invitan a redescubrir la oferta turística del Atlántico
Me sorprendió ese dato, porque precisamente la razón por la cual no me gustan los planes agropecuarios es porque he tenido muy malas experiencias con el turismo de Cartagena y sus afueras, y ni hablar de los municipios de Bolívar, que son ricos en fauna y flora, pero hay muy poco arte (lo cual siempre tengo muy en cuenta).
¿Cómo es que un pueblo es visitado por aproximadamente 24.000 turistas al mes? ¿Qué tiene este pueblo que no tienen los de Bolívar?
Me motivé y decidí ir para hacer mis propias fotos y grabar un video vlog contando mi experiencia. En transporte, me gasté $40.000, pues me fui en una ruta (de esos paseos que sacan en el barrio y te venden el cupo), viajé con familiares y vecinos y en cuestión de hora y media ya habíamos llegado. Advirtieron que teníamos tiempo hasta las 4 p. m. para recorrer todo lo que quisiéramos del pueblo, y que debíamos regresar puntuales al lugar donde se estacionó el bus.
Mis primeras impresiones
Cuando me bajé del bus, me tropecé con estas imágenes que voy a dejar a continuación. Y aunque parezca ridículamente exagerado, por un momento me sentí en Europa. De inmediato saqué mi celular para tomar estas fotografías.
Las escaleras pintadas con el rostro de Jesucristo estaba repletas de visitantes tomándose fotos. Algunos aprovechaban para esperar que se desocupara y ser los únicos en las foto, sin embargo, era una tarea difícil. Lea además: Los destinos nacionales son protagonistas
Cuando subimos a la Iglesia nos encontramos con un mirador, desde donde podían contemplarse los coloridos techos de las casas; todo un espectáculo visual. Supuse que debían retocar esos dibujos constantemente por las lluvias y el sol, ¡es que se perciben intactos!

Soy un poco curioso, desde el mirador noté que había un joven pintando un mural, así que no lo pensé dos veces y bajé a preguntarle cosas, grabar unos videos y sacar un par de fotografías.
El muchacho se llama Gualdir Angulo y me contó que toda esta obra de arte es un proyecto que hizo en su momento una empresa de pintura, donde reunieron al gremio de pintores del pueblo y crearon todas estas obras de arte. Así como también requirieron del permiso de los habitantes de estas casas para facilitar sus techos.

Así finalmente le quedó el mural.

Hasta el momento, había visto muchas cosas maravillosas y de mi cartera solo había gastado los $40.000 de los pasajes, el pintor no me cobró por hablar conmigo, ni por tomarle foto a su mujer, y mucho menos por pedirle una entrevista.
Económica y deliciosa
Mis familiares y yo nos acercamos a un restaurante que nos recomendaron, al parecer, este era el más popular. Estaba repleto de turistas, tenía hamacas, decoraciones y música.
Además, era muy fresco, prácticamente al aire libre. Los platos costaban lo justo, entre $20.000 y $40.000. Yo decidí pedir un chicharrón con patacones, adicional me dieron un plato de sancocho de costilla.
El museo Julio Flórez
Del restaurante nos trasladamos a un parque que está cerca. Allí había un pozo de los deseos, también varias carpas donde venden artesanías, un bosque con agua purificada y medicinal, y el mayor atractivo es el Museo Julio Flórez. Lea además: 5 destinos más buscados en Colombia para vacacionar

Para entrar al museo, debíamos escuchar una charla: nos contaron que esta propiedad estuvo en ruinas durante años, luego, la Fundación Coprous se encargó de restaurar este lugar y administrarlo. Ahora, un grupo de voluntarios trabaja en la conservación de este patrimonio cultural.
Una de las condiciones para acceder al histórico lugar era no tomar fotografías con flash. Al principio, no entendí muy bien, luego, averiguando en internet, descubrí que los flashes generan ráfagas de luz que causan que ciertos pigmentos se rompan, perdiendo color y vibración. Obviamente, un solo disparo de una cámara no generaría daño visible, sin embargo, miles de visitantes podrían producir daño irreparable en las piezas de arte.
Finalmente, me fui con un buen sabor de boca de Usiacurí, con buenas fotos, experiencias y recuerdos. Recomiendo mucho este tipo de planes sanos, educativos... ¡y que no rompen nuestro bolsillo!
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