Facetas


¿A dónde van los muertos del Islote?

Un pequeño tour en la isla más poblada del mundo, en la Cartagena insular: El Islote de San Bernardo.

Cuando alguno de los suyos parte al más allá y su espíritu se fuga al espacio sideral, su cadáver también se va. La isla es tan pequeña que no hay lugar para enterrar a los muertos. No hay crematorio, ni morgue, ni cementerio. Aquí, en estas tierras, en la “isla más poblada de mundo”, si acaso caben los vivos. Así que, cuando el luto toca sus puertas, cuando hay un muerto en Santa Cruz de Islote -así creí que se llamaba-, los despojos mortales son embarcados en una lancha en su ataúd. Antes suele haber una ceremonia casi ancestral donde le dicen adiós al difunto. “Esa es la calle del Adiós”, me explica un guía. Se llama José Isabel Hidalgo. Ahí, en esa calle, la gente se aglomera para despedir a los lejos al muerto, dice. Los dolientes y quienes decidan hacerlo abordan lanchas y lo acompañan en cortejo marítimo al lugar donde reposará eternamente. Es un pequeño cementerio justo al frente, atravesando las aguas cristalinas que los rodean, en otra isla vecina: Tintipán. ‘Campo Santo’, dice en la fachada. Es la última morada de los muertos del Islote.

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“Son 5 mil pesos por persona”, nos dicen al desembarcar en el Islote. Hay un letrero gigante y azul con el nombre de la isla. También un colorido mural del pez loro. El dinero cubre el costo de un corto tour y la entrada a un pequeño e improvisado acuario, “donde puedes nadar con peces y uno que otro tiburón”, afirman. (Los tiburones serían retirados del lugar ante denuncias de maltrato). Y ese mismo dinero es parte del sustento para 520 personas que ocupan las 130 casas construidas en 10.000 metros cuadrados (una hectárea). Estas cifras le dan el renombre mundial de ser la isla más densamente poblada del mundo. La que más habitantes por metro cuadrado tiene. “El nombre no es Islote de Santa Cruz, Santa Cruz es el nombre del colegio que hay aquí, por eso mucha gente le dice así. En realidad se llama Islote de San Bernardo”. El guía, cuya voz potente y ronca podría escucharse en buena parte de la isla, hace esta claridad.

Tiene 63 años, su vida entera, en el Islote. Nos lleva por las angostas calles de este barrio grande anclado en el mar. Este tour es el más corto que haya recorrido en la vida. En la calle principal, con un tono casi castrense, José Isabel nos muestra una cruz. Sobre ella lloran los creyentes del pueblo, sobre ella llueven peticiones, es el símbolo católico, pero también es motivo de fiesta. Está en un lugar central. “Esta es la Cruz de Mayo (Virgen María), la patrona del pueblo, se le hacen fiestas del 1 hasta el 4 de mayo. Se le ponen sus rejas, se adorna de flores y se le prenden velitas, ponen un picó grande ahí -José señala una casa cercana-, hay cuatro noches de fiestas, bailando (...)”, cuenta y prosigue: “Ahora vamos hacia los paneles solares y el acuario. Nos metemos por el callejón Sin Afán, se llama así porque así se llama la tienda: Sin Afán”. El hombre se acomoda su gorra verde, sus lentes, y continúa. Detrás va un perro, parece suyo.

Laberinto de callejones

Entre ese laberinto de callejuelas, construido al parecer sin orden alguno, el día a día, como el nombre de la tienda, no parece tener mayor afán más que el de atender a los turistas que llegan en lanchas rápidas. Hay niños jugando en las calles y señoras vendiendo artesanías y cocadas. Otras en las labores del hogar, otras se cubren sus rostros evitando las cámaras de los foráneos. Hay otras tres tiendas. Hay un cuartelillo lleno de jaulas de gallos de pelea. “Es parte de la diversión de los isleños los fines de semana”, explica el inspector de Policía, Ramiro de Hoyos.

Veo otro mural alusivo al pez loro, una especie protegida de la zona, y un letrero gigante: “Jehová en mi pastor nada me faltará”. Está la Iglesia Cristiana Pentecostés, también el colegio Santa Cruz. “Tiene 240 alumnos y 15 profesores, unos alumnos son de aquí, otros que vienen de Isla Múcura o Tintipán”, señala nuestro guía. Llegamos a una especie de coliseo cubierto por los paneles solares que alimentan de energía eléctrica al Islote. Según el inspector, el servicio de energía en la isla es uno de los más caros del país, pues pese a tener los paneles solares, que se combina con generadores de energía que funcionan con diesel, deben pagar entre 5 mil y 7 mil pesos diarios por vivienda. Bajo esa sombra de los paneles tengo chance de hablar un poco más con nuestro guía. Un olor leña invade todo.

¿Cómo se formó esta Isla, cuál es su historia?, le pregunto.

- Los primeros que llegaron aquí lo hicieron en un botecito de vela, eran pescadores que llegaron a lavar las redes, hicieron ranchos de palma, con sus mujeres, no había mosquitos, de ahí fue que se formó. Fueron 90 casas primero.

La historia tiene que ver con Fermín Ortiz y Gabino Julio, pescadores de Barú que descubrieron ese pedazo de tierra firme y algo particular en él los atrajo: No había mosquitos. No hay manglares, ni vegetación, ni playas por tanto tampoco mosquitos, que sí invadían a las vecinas Tintipán y Múcura. Entonces decidieron regresar ahí y armar sus ranchos con sus familias. Al igual que lo hicieron después otros pescadores. De eso han pasado más de 200 años, se lee en un artículo de El Universal.

“Aquí vivimos del turismo y de la pesca. Ahora mismo estamos viviendo más del turismo que de la pesca, porque los barcos pesqueros acabaron con el Golfo y todo eso. Ya no llevamos pescado ni a Tolú ni a Cartagena, se lo vendemos a los mismos turistas que llegan”, exclama. En el Islote no hay médicos permanentes, solo uno contratado por la ESE Cartagena que debe asistir una semana al mes a la isla, pero que no llega todos los meses. “Solo tenemos derecho a enfermarnos una semana al mes”, dicen. Hay una enfermera y si alguien llega a caer enfermo de gravedad, la única opción es que sea llevado de urgencias en lancha al corregimiento de Rincón del Mar, a media hora de camino, de ahí a San Onofre (Sucre) y, si es muy grave, a Tolú y de ahí a Sincelejo. O que sea llevado del Islote a Tolú, a una hora en lancha.

La sed de agua

El Islote pertenece al archipiélago de San Bernardo, de ahí su nombre original. Es una zona insular de Cartagena pero está más cerca del Golfo de Morrosquillo (Sucre). Está rodeado por agua y es lo que más falta en sus casas. “Aquí llegan 250 toneladas de agua en bongos desde Cartagena, se depositan en un tanque grande comunitario y damos cinco bidones de agua por familia día por medio. Viene tratada y todo eso”, detalla el guía. El agua llega de acuerdo a la demanda, la Armada Nacional se encarga de llevarla y también realiza constantemente brigadas de salud, algo que los nativos agradecen siempre. Desde el principio, noté algo que solo comprobé al recorrer casi toda la isla y luego desde el agua cuando me marchaba. Todas las casas del Islote, o su gran mayoría, son azules como aquel letrero que vimos al entrar. Del mismo tono aguamarina, y es porque la empresa Pintuco hizo una donación para la isla que le imprimió es tono tan caribeño como el mismo mar.

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El inspector relata que la gente del Islote es muy tranquila y sana. Pese a las muchas necesidades, son alegres y viven orgullosos de sí mismos. Sin embargo, hay quienes se han marchado buscado mejor fortuna. Y hay quienes han quedado para siempre, siendo ‘expatriados’ solo al momento de su muerte, cuando sus cadáveres son llevados al camposanto, que es parte ya de las memorias del Islote. “Al que se muere aquí, lo sacamos de la casa, le damos la vuelta por la calle Villa Pepe, lo embarcamos por el muelle grande. Van 10 o hasta 15 lanchas al funeral. Lo mismo que en carro, pero cruzando el mar. Es allá, al frente, una bóveda de Pepe Morelos, el jefe de aquí, murió a los 99 años casi a los 100. También se pasa por la calle principal, y la del Adiós, ahí se paran cuando ya van a enterrar para decir: ‘Adiós, mi tío, adiós mi primo, adiós mi hermano (...)’”.

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