El poeta Rogelio Echavarría, que leyó con lupa cada verso del poeta, en aras de buscar una contundencia en la claridad del esplendor barroco de Miranda, no dudó en decir: “Yo quitaría el ‘de’ de la frase anterior”, para recordar que estábamos ante lo mejor de la poesía no solo del Caribe sino del país. Había que ver la mirada transparente de Álvaro Miranda, su silencio prudente tan parecido al agua, su palabra tallada con cincel en la piedra, para sentir el brillo de su nobleza pura y elemental cargada de memorias, y para intuir sin aspavientos ni vanidades que estábamos ante una criatura excepcional.
Su novela, ‘La risa del cuervo’, escrita en Buenos Aires en 1983, ganó el primer premio de novela en Buenos Aires ese mismo año y fue publicada por la Universidad de Belgrano. El escritor fue tras un amor a Argentina y sus recursos se agotaron a los tres meses, así que su novia le propuso que escribiera una novela para un concurso de novela. Álvaro, que jamás había escrito novelas, sino poemas y ensayos, se sentó en el límite del cierre del concurso a escribir su novela y la envió el último día. Pero antes de enviarla se dio cuenta de que en las bases se indicaba que era para residentes en Argentina o extranjeros que tuvieran por los menos cinco años de residencia. Y entonces decidió enviarla con el nombre de su novia. Y, cuando se dio el fallo, el jurado eligió la novela para el primer premio. Aquello generó un conflicto porque la novela fue publicada con el nombre de su novia que se quedó con el premio y Álvaro terminó regresándose a su país. Perdió a la novia y el premio. Entonces reescribió la novela durante varios años y se ganó el Premio Nacional de Novela “Pedro Gómez Valderrama” en 1992.
Así fluye el tono poético de la novela:
“Ribas quería morirse y no podía. Cerraba bien los ojos, mucho, como lo hacía de niño para ver estrellitas amarillas o gusanitos azules adentro de los párpados. Llamaba una y mil veces a la muerte y la muerte no venía. Sobre la noche el cuervo reía”.
“Aquella noche Alejandro von Humboldt soñó que un cuervo del tamaño de un buitre le destrozaba el hígado mientras él yacía amarrado a las piedras del castillo. Tenía la camisa del pijama bañada en sudor. La sed lo hizo despertar desesperado. Cuando intentó de nuevo acostarse encontró las alas del enorme toldo llenas de mosquitos y el cuervo parado a los pies de su cama, con una sonrisa de sorna entre el pico”.
La novela tiene escenas de una palpitante crudeza barroca, capaz de entretejer la historia y la ficción con prodigiosa y dramática belleza. En su novela la cabeza del degollado general Ribas responde preguntas y habla en medio de las guerras que antecedieron a la Independencia de Colombia.
Álvaro Miranda confesó en Cartagena que su vocación de escritor empezó cuando era niño, sin presentirlo, cuando su madre le leía pasajes bíblicos y su padre devoraba los libros de historia en la inmensa biblioteca que tenía en su casa de Santa Marta.
“¿Dónde estaba yo cuando al lanzar las primeras letras sobre el papel me llegaba esa dirección que deben tener las palabras?”, se preguntaba Álvaro en una semblanza sobre sus orígenes.
“Estaba, como todos, en el lugar de la incertidumbre, en ese lugar que parece un limbo, en ese sitio neutro tan apropiado para las almas infantiles que quieren crecer diciendo cosas con la tinta que se desplaza sobre el papel. Afuera del limbo está la vida, esa frescura intensa de los días que el trópico hace caer como una catarata de luz sobre la memoria, el olor de un arcoíris que se desplaza sobre el mar, las palabras que desde el mercado saben a coco, a pescado frito y a frutos de caimito que comienzan a abrirse para su propia podredumbre. Esa era la vida que a mí me correspondía porque estaba atado a otras vidas, a las que habían escogido mis padres por mandatos de tantos antepasados que sobre un territorio del Caribe habían echado sus anclas para ser sedentarios y de vez en cuando levantarlas para arriesgarse a ser nómadas más allá de sus fronteras planas que se internaban en el mar, o se devolvían hacia el sur del país para toparse en la distancia con una cordillera”.
Hay en su poesía un tono vertiginoso, epopéyico, mítico, deslumbrante en imágenes, colores y sensaciones que nos llevan al mar, a los sabores y los saberes del Caribe. Es torrencial y encantador:
“Tasia, que has preferido la inutilidad de los cantos al devaneo de las fustas prodigiosas, resérvanos el chirriar de las naves podridas, la clave que hace del imperio una anunciada catástrofe, porque ansiamos de verdad la cicatriz que deja el crepúsculo sobre el cielo, el incierto tintinear que corre entre venados como lo hace el tiempo tras las flores del saúco. Sin embargo, Tasia, enséñanos a adoptar la paciencia, la que en el rostro de las iguanas se incendia como una rosa de luz”.
Sin duda, hermoso y enigmático.
La obra narrativa y poética de Álvaro Miranda emprende caminos similares a Derek Walcott y sus pasos en el tiempo están nutridos de las fuentes de la historia del Caribe. La suya es la mirada singular de un historiador que se expresa como poeta, novelista, ensayista, biógrafo y pensador de nuestras herencias europeas, americanas y africanas. Álvaro fue Licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad de La Salle y su primer poemario Indiada lo publicó en 1971. En 1982 ganó el Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia por Los Escritos de don Sancho Jimeno.
En el 2000 publicó los ensayos y biografías: Colombia, la senda dorada del trigo; León de Greiff en el país de Bolombolo (2004), Jorge Eliécer Gaitán, el fuego de una vida (2008); Totó la Momposina, la memoria del tambor (2011); Roberto Triana, la memoria audiovisual (2015). En 2007 su poemario La otra épica del Cid ganó primera mención en el Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura. En 2016 fue el escritor invitado del programa Leer el Caribe. La Universidad Externado de Colombia publicó su poemario El libro blanco de los muertos (2017).
El poeta argentino Enrique Molina dijo al leer su obra poética que “tiene un gran valor de originalidad. Toma el acento de un español de crónica antigua. El poeta maneja un idioma paródico, con humor, con fuerza expresiva y con gran contenido vital, al mismo tiempo que interpola elementos actuales, lo cual da un clima especial al libro”. Y nos recuerda al Arcipreste de Hita.
Simulación de un reino reúne su obra poética escrita desde 1965 y 1995: Tropicomaquia, Indiada, Cuatro de Lebrija, Los escritos de don Sancho Jimeno y Simulación de un reino que titula el libro. La obra de Álvaro Miranda ha sido traducida al inglés, ruso y catalán.
Enfrentado a la sombra inexorable de la muerte, el poeta escribió uno de sus últimos poemas con un finísimo sentido del humor, pidiendo un ataúd de buena madera que aromara sus huesos más allá de la muerte. Y advirtiéndole al carpintero que tuviera cuidado con los clavos sueltos que pudieran herir sus propios silencios. Su reino navega en el mar que siempre amó.
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