Facetas


El toque de las aldabas

JOHANA CORRALES

22 de abril de 2013 12:01 AM

“A tal casa tal aldaba”, decía un refrán español de la época, que indicaba que según fuera el llamador que se tuviera en la puerta, así sería la posición económica de esa familia.
Ese dicho popular permaneció en el tiempo. Muchas personas se quedaron con esa creencia y mandaban a hacer sus aldabones donde los Acevedo, una humilde familia de Getsemaní, que está a punto del salir del negocio.
Ellos eran los únicos que conocían a la perfección la técnica para hacer replicas tan exactas a las que dejaron los españoles, tras su paso por La Heroica.
Todavía existen varios descendientes de esa familia de forjadores, como Jesús Acevedo Pombo y Eliseo Acevedo Medrano, hermanos que aprendieron este oficio de su padre, don Guillermo Acevedo Pombo.
Jesús cuenta que al principio sólo le mandaban a hacer leones, anillos y manos, que eran las figuras clásicas que había en la época de la Colonia.
Ahora, las personas están menos interesadas en seguir con la tradición y se les ha dado por innovar mandando a hacer sirenas, caballitos de mar y hasta cabezas de diablos.
Pero más allá de eso, hay una preocupación más importante para él: poder conseguir el sustento diario para su familia haciendo lo que mejor sabe hacer en el mundo: forjar.
Desea que la tradición se mantenga, pero está mucho más interesado en que la gente aprenda a distinguir entre la calidad de sus productos y lo que ofrece la nueva competencia.
“Hay empresas relativamente nuevas que nos quieren sacar del negocio. El trabajo de ellos es barro, sucio. No tienen estética. Ellos creen que todo es cortar y clavar, sacar y vender. No pulen bien la figura”, expresa.
Los Acevedo cobran por cada pieza alrededor de 250 mil pesos. Las nuevas empresas que se dedican a distribuirlas lo hacen a un precio más módico.
Existe otra preocupación adicional a la de dejar a los artesanos sin oficio, y tiene que ver con la conservación de la memoria histórica. Los nuevos estilos que están imponiendo los propietarios de esas casas cada vez se alejan más de su esencia original. 
Y es que caminar por el Centro Histórico es como recorrer un museo a cielo abierto y gratuito. Cada calle da la sensación que cuenta su propia historia.
La mayoría de los aldabones que han hecho los Acevedo están en la Calle de las Damas, famosa por la leyenda del Gobernador Núñez, quien le comunicó al rey de España que las murallas estaban terminadas y que habían costado 59 millones de pesos.
El monarca, ante tan exorbitante costo, desde Madrid  tomó un anteojo para  ver la obra, que debía estar tocando el cielo. Pero  como no la vio, se puso un traje de mujer y se vino a Cartagena, en compañía de varios súbditos también disfrazados. La idea era mirar de cerca las murallas. Se hospedó en una casa cercana al cordón empedrado.
Como llegaron de incógnito, nadie logró identificarlos, pero causaron tanta intriga que la calle donde se hospedaron terminó recibiendo el nombre de “Calle de las Damas”.
Con la mayor seguridad, Jesús me repite que casi todos los aldabones de esa calle se hicieron en su humilde taller. Y recuerda con nostalgia aquellos años dorados en los que todos los días había trabajo por hacer.
Pudo haber acumulado grandes bienes, sino fuera porque todo lo derrochó en cigarrillos y alcohol.
“Tuve la oportunidad de conseguir muchas cosas, pero no pensé en el futuro, pensé siempre en el presente”, precisa.
Cartagena es única
Rosa Martínez, arquitecta del Museo Histórico, encargada de la conservación de ese edificio, explica que la arquitectura colonial de Cartagena es una mezcla de culturas y de estilos que vienen de Francia, Italia y Norte de África.
Al llegar los españoles a Cartagena se dieron cuenta que ni las condiciones del clima, ni los materiales que se utilizaban para construir eran los mismos que en el Antiguo Continente. 
“La arquitectura culta de los países europeos se quita ese vestido lujoso y se vuelve más provinciana. En el momento en que llega esa arquitectura aquí, ellos vienen con la idea de utilizar técnicas y materiales muy similares a los que se usaron en Europa, como cualquier país que invade a otro, que trata de imponer sus estilos, en este sentido, el estilo clásico se vuelve provinciano y austero”, aclara la arquitecta. 
Esa fusión de culturas originó una arquitectura propia, simple que no se logra encontrar en otra parte del mundo.
Los llamadores, también conocidos como golpeadores, son otra muestra de la fusión de que habla Martínez al estar basados en figuras de animales que vienen del Sur de España.
Cuando Cartagena fue sitiada por los españoles, ellos trajeron esa técnica, que tampoco es propia de su cultura, sino más bien la heredaron de la cultura islámica.
Según Martínez, los españoles fueron invadidos durante 8 siglos; es decir, fueron también esclavos durante 800 años, periodo en el cual aprendieron muchas cosas de los árabes.
“No podemos decir que la arquitectura colonial de Cartagena la heredamos sólo de los españoles. Es una mezcla de culturas que  fueron transmitiendo los árabes a los españoles; y, a su vez, los árabes las recibieron de los romanos, de los italianos. De modo que nuestra arquitectura es propia, muy singular, pero es una mezcla de muchas culturas que origina una sola tradicional, propia y única Cartagena”.

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