Facetas


La Caponera, dos décadas sonando en Cartagena

El barcito caluroso y pintoresco unía mundos, desde los más pudientes hasta los no tan adinerados. Ahí confluía Cartagena con el resto del planeta.

Por ahí pasó cuanta cantidad de gente: el expresidente Samper, Pretelt una vez se tomó unas cervezas, Beto Cuevas, de la agrupación La Ley, también llegó; Poncho Rentería, la Gorda Fabiola entró de incógnita; a finales del año pasado estuvo Mondragón, el arquero, eso fue como un martes (...) Era un lugar de conquistas pero también fue de discordias entre parejas (...) Todos los días había una historia diferente”. Un bar caluroso en extremo, pero pintoresco, con la capacidad de unir mundos, “desde los más pobres hasta los más ricos”, personas de cualquier lugar inimaginado del planeta se detenían al pasar por ahí y ver sus luces, sus sillas de muchos colores, sus cuadros de antaño, la indumentaria de antigüedades adornando sus paredes, los instrumentos, a la misma gente, su particular ambiente, el feeling encantador de La Caponera.

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El día que abrió sus puertas, Cartagena celebraba un año más de su Independencia. El 11 de noviembre de 1999, en un pequeño local de la Puerta del Sol, edificio del Centro Histórico, empezó a funcionar el bar que se convertiría en icono de pluralidad cultural. En ese mismo local, con vista espléndida al Camellón de los Mártires y a la Torre del Reloj, hubo una droguería, una ferretería, se dice que el primer restaurante ‘Donde Socorro’ de la zona funcionó ahí y, luego, ese espacio le serviría a un antioqueño, de esos de pura cepa, para rehacer su vida en Cartagena.

José Iván Zuluaga Martínez heredó de su padre y reformó el Café El Gloria, un bar de muchos años, grande y reconocido de su natal Guatapé (Antioquia), pero cuando la violencia se agudizó en todo el país, prefirió migrar a una ciudad más segura con su familia. “Conocía casi toda Colombia”, sin embargo la mágica Cartagena lo atrapó hasta el sol de hoy. Aquí encontró ese pequeño local, que estuvo abandonado unos cinco años, lleno de polvo y olvidos. Y, ahí, abrió un negocio algo similar al de Antioquia.

En esa época, en 1999, estaba de moda una telenovela con ese nombre y su esposa, Doris Salazar, “tenía el cabello así, medio crespo y rubio” (como lo lucía la actriz Margarita Rosa de Francisco, protagonista de la telenovela), así que decidieron llamar al bar con el nombre de esa producción televisiva: ‘La Caponera’. El 11 de noviembre, en pleno apogeo de las fiestas, el bar arrancaría su historia en el corazón de Cartagena.

Altibajos

Eran otros tiempos, las rutas de buses urbanos aún transitaban por la Media Luna y frente al bar. La ciudad y la dinámica del mismo Centro eran distintas. “Abrí un jueves, a las 8 de la noche, nunca hubo inauguración, vendí 58 mil pesos esa noche, me acuerdo. Siempre se sostuvieron las venticas hasta que hacíamos 160 mil y luego fuimos haciendo más, fue mejorando la cosa”, recuerda hoy José Iván. Y, poco a poco, creció mucho más, así como crecería la clientela, habitual y esporádica. Los estudiantes de una universidad cercana, en su mayoría provenientes de la provincia bolivarense, lo frecuentaban en sus inicios, al punto que abría desde las 7 de la mañana. El bar era casi que único en su tipo en la zona, cuando el sector “era más tranquilo”, añade. También comenzaron a frecuentarlo grupos militares a los que optaron por no admitir más por su mal comportamiento. Poco a poco comenzó a constituirse como un punto de encuentro obligado para muchas personas. Pero luego el sector se fue ‘dañando’ con la aparición de negocios vecinos de ‘mala muerte’, que atraían a la prostitución y que crearon cierto estigma sobre La Caponera. “La Caponera era un punto de referencia y entonces todo lo que ocurría en la zona, así hubiera ocurrido dos cuadras más arriba, se lo achacaban a La Caponera, mas no era que sucedían peleas ahí, hasta que llegó un agente de la policía de apellido Rivera que comenzó a transformar el sector. Eso nos ayudó bastante”, dice Iván Zuluaga Salazar, hijo de José. Eso tendía a hacer que mucha gente los estigmatizara, algo contra lo que debieron luchar por mucho tiempo y que les costó mucho trabajo derribar.

Pintoresco y llamativo

Aficionado a coleccionar antigüedades, José Iván empezó por llenar el local con esas piezas, algunas de ellas heredadas del antiguo café de Guatapé, otras obsequiadas por clientes o amigos. Cachivaches, botellas, artesanías, radios, radiolas, instrumentos musicales y cuadros. “Hay muchos cuadros que tienen su historia. Hay una foto única de 1920 donde aparecen Los Pegasos, esa me la regalaron. No somos especialistas en el tema pero sabemos que es única de ese lugar en esa época, de la Fototeca Histórica fueron a hacerle una reproducción. También teníamos una vitrola de casi cien años en poder de mi familia, nos tocó sacarla porque, cuando el bar se llenaba tanto, la gente pensaba que era un mueble, se sentaban sobre ella y la dañaron. Nos tocó restaurarla”, menciona Iván.

Esa particularidad de su ambiente típico y colorido era capaz a de llamar la atención de gente de todo el mundo, personas de cualquier lugar se encontraban ahí con el calor de la Cartagena cotidiana. Por sus sillas, pintadas de colores, algunos llamaban ‘Kínder’ a La Caponera, otros dejaban stickers y banderas para la colección de adornos. “Llegué a vender 3.500 o 4.000 mil cajas de cervezas al mes. Gracias al negocio nos fue bien, pudimos pagar el estudios de los muchachos, de mis dos hijos (...) Los reinados de belleza eran tremendos, venían todas esas barras a apoyar a sus reinas, quienes no entraban al Centro de Convenciones se quedaban viendo el reinado en un televisor en La Caponera y ahí celebraban y esperaban que la nueva reina saliera al Patio de Banderas”, narra. Cuenta que hasta llegó a vender aspirinas, Alka-Seltzer y otros productos que, en aquella época, en la madrugada, en el Centro, solo se encontraban en La Caponera.

De todo el mundo

“Lo más bonito fue eso, ahí llegaron a confluir todo tipo de clases sociales, de razas, de culturas, hasta etnias. Llegué ver hasta indios Tairona ahí, no bailando pero sí compartiendo. Había un indio del Cauca que era muy malgeniado, llegaba todos los viernes a comprar media botella de ron, con un atuendo largo, bajaba del carro, compraba la botella y se iba, era muy brusco, exagerado”, relata Iván, por mucho tiempo de administrador del bar.

Siempre me pregunté quién era ese hombre que casi religiosamente iba al bar, se sentaba en la misma silla, en la misma esquina, a leer un libro, a tomar una cerveza o solo a conversar con quien se encontrara. Su nombre es Emlyn Carr, un docente británico que ha “vivido felizmente en Cartagena durante los últimos 11 años”. “Como cliente de La Caponera durante los últimos ocho años, tengo muchos buenos recuerdos. Ahí tuve el placer de conocer gente de todas partes de Colombia y del mundo. Sin embargo, lo que hizo que se destacara de otros bares no fue solo la mezcla ecléctica de clientes sino también los amables propietarios y el personal. Siempre acogedores”, dice.

Entre la cantidad de clientes habituales “hubo un muchacho, delgado, sencillo, que compraba trago barato con la novia, no tenía apariencia de ser médico. Sucede que semanalmente compraba la botellita y nosotros no nos tragábamos el cuento de que era médico. No volvimos a verlo hasta que me llevaron de urgencias a la clínica Ami y él me atendió. Quedamos sorprendidos”, me explica José Iván.

“Nosotros nunca le hicimos ni invertimos en publicidad, redes sociales ahorita fue que las abrió la misma gente. El éxito de eso es que la misma gente empezó a recomendar, a vender al sitio. Si te metes a Internet hay páginas que todavía lo comentan y recomiendan, la misma gente compartía las fotos en redes. Hace cinco meses o menos llegaron para grabar el comercial de una cerveza, no los dejaron grabar en Cuba y vinieron a buscar un lugar parecido aquí, lo hicieron en La Caponera. Han filmado muchos cortometrajes pero independientes, mucha gente hizo ahí sus entrevistas. Era un sitio de puertas abiertas, rústico, la música a la gente le gustaba. Era el arranque, la rumba y el final. Era un microondas, porque hacía calor pero nunca pudimos poner aire acondicionado por el espacio, era muy reducido”, dice Iván y su papá añade que: “Es la hora y a ese negocio nunca le realizamos una contabilidad, eso fue manejado como digo yo: de bolsillo. A veces se llenaba tanto que yo hacía la comparación: ni que estuviéramos regalando”.

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“Como te digo, no era un lugar caro, iba el rico y el pobre, el ratón y el gato, siempre fue así, independientemente de cualquier cosa, pudo haber ido cuanta cantidad de gente importante, pero era un lugar donde nadie los iba a juzgar (...) Pasaban los gringos y con el ambiente muy cultural se quedaban, era algo muy del pueblo, toda esa gente le daba sentido a la noche, el éxito de La Caponera fue eso”. El bar, que funcionaba en aquel lugar arrendado que José Iván encontró en el Centro de Cartagena, cerró sus puertas el 25 de junio 2019, ahora ahí se construirá un complejo hotelero.

“Ahora hay mucha gente, de todas partes que se pregunta por qué lo cerraron, que si abriremos en otro lado. Nosotros sabíamos que la gente quería al bar, pero ahorita que cerramos es que hemos visto cuánto”.

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