Facetas


La reivindicación de María Magdalena

GUSTAVO TATIS GUERRA

01 de abril de 2018 12:00 AM

Se tiende a confundir a María Magdalena, la mujer a la que Jesús sacó sus siete demonios, con la mujer adúltera que estuvo a punto de ser lapidada, y con la otra María, hermana de Lázaro. Son tres Marías diferentes, que, junto a la virgen María, completan el cuarteto divino de La Biblia. Todas ellas, sintetizan una imagen de la mujer en las sagradas escrituras.

El evangelista Lucas precisa que, junto a los doce apóstoles elegidos por Jesús, hubo un grupo de mujeres que lo acompañaban en su peregrinaje por aldeas y pueblos, llevando las noticias del reino de Dios.
Una de ellas, “era María, la llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios.

También, Juana, esposa de Cuza, el que era administrador de Herodes. Susana, y muchas otras que lo ayudaban con lo que tenían”. Estas otras mujeres no nombradas, casi invisibles en el texto bíblico, lo ayudaban en su misión, le facilitaban lo que requería para llegar a esos lugares. Lucas cuenta cómo Jesús sanó un sábado a una mujer que estaba enferma desde hacía dieciocho años, con una joroba, mientras el jefe de la sinagoga, le increpó porque la sanó un sábado, y él le preguntó: ¿Acaso no se la debía desatar, aunque fuera sábado?

Son diversas las escenas protagonizadas por mujeres en la crónica bíblica.

La María de Betania, hermana de Lázaro, que le lava los pies a Jesús, con trescientos gramos de perfume de nardo, y luego, se los seca con sus cabellos, no es María Magdalena. Era un perfume tan caro y fino que Judas Iscariote, al sentir el aroma que invadía la casa de Lázaro, dijo: ¿Por qué no se ha vendido este perfume por el equivalente al salario de trescientos días, para ayudar a los pobres?

No lo decía porque a Judas le importaran los pobres, señala el evangelista Juan, sino porque era ladrón, y usurpaba la bolsa del dinero que tenía a su cargo. “Déjala, pues lo estaba guardando para el día de mi entierro. A los pobres siempre los tendrán entre ustedes, pero a mí no siempre me tendrán”, le dijo Jesús a Judas.

Otro día, cuenta Lucas, Jesús vio a una viuda pobre echando dos moneditas de cobre en los cofres de las ofrendas. Y al verla, les dijo a los ricos que estaban echando sus ofrendas en los cofres, que la viuda pobre había dado más, porque mientras ellos daban lo que les sobraba, ella había dado todo lo que tenía para vivir. 

En Naín, resucitó al hijo de una viuda, con solo decirle: joven, a ti te digo, ¡levántate!  En otro pasaje al otro lado del lago, donde una multitud lo seguía, una mujer que tenía doce años de estar enferma, con derrames de sangre, le tocó el borde de su capa, mientras caminaba, y él le preguntó: ¿quién me ha tocado? La mujer, temblando, se le arrodilló, y él le dijo que “por tu fe has sido sanada. Vete tranquila”.

En ese instante, llegó un mensajero a decirle al jefe de la sinagoga que su hija había muerto. Jesús consoló al padre diciéndole que no tuviera miedo, que su hija se salvaría, que no estaba muerta sino dormida.

El evangelista Lucas excluye de su relato, la escena de la mujer adúltera, que el evangelista Juan resuelve con una narrativa ágil, descripciones, diálogos, y nos revela el protagonismo de la mujer. Todo ocurre al amanecer en el templo, en donde llevan a una mujer (no se revela su nombre), a la que han sorprendido en adulterio. La llevan los fariseos y los maestros de la ley.

Le cuentan a Jesús y recuerdan que “en un caso como éste, la ley de Moisés, ordena matar a pedradas a la mujer”. ¿Tú qué dices? -le preguntan a Jesús, quien se inclina y empieza a escribir con el dedo en el suelo. No se sabe qué escribió, pero solo dijo la sentencia “aquel de ustedes que no tenga pecado, que arroje la primera piedra”. Volvió a escribir en el suelo. La gente empezó a retirarse, y quedó Jesús con la mujer. “Ninguno te ha condenado”, le dijo. “Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no vuelvas a pecar”.

Curiosa perspectiva del pecado que recae solo en la mujer adúltera y no en el hombre adúltero.
El investigador y experto en teología medieval, Thomas Cahill, autor de El deseo de las colinas eternas, explica que “la Iglesia primitiva no perdonaba el adulterio (ni otros pecados mayores) y no quería propagar la impresión equívoca de que el Señor perdonaba aquellos que ellos se negaban a perdonar”.

La supresión de la escena en el evangelio de Lucas constituye “el primer ejemplo de censura eclesiástica de la que se tiene registro”. Cahill sustenta la tesis de que fue un escriba de la iglesia de los discípulos de Juan, quien salvó esa escena del texto sagrado y la integró para la posteridad.

El texto de la Torá que los fariseos le citan a Jesús, proviene en verdad del Levítico, 20-10 que señala que en el adulterio morirán los dos, el hombre y la mujer, que han cometido el acto. La ortodoxia religiosa árabe ha dejado un reguero de mujeres lapidadas, apedreadas y condenadas a muerte por el adulterio.  La capacidad de perdón de Jesús, de no juzgar a nadie, inquietó y generó conflicto interno, entre los seguidores del Antiguo Testamento, radical y extremo, escrito en milenio y medio, y el Nuevo Testamento, en  medio siglo, y cuya visión espiritual tiende a la flexibilidad del perdón, la comprensión y la tolerancia.

Hay quienes creen como Cahill, que el infierno está más lleno, de aquellos que les dieron la espalda a los pobres, que aquellos que, por diversos motivos, amanecieron en la cama equivocada.

En el sendero de la santidad
La figura de María Magdalena ha sido reivindicada desde junio de 2016, por el papa Francisco, y es en el calendario romano la Santa María Magdalena, “La apóstol de los apóstoles”.

Al justificar esta decisión histórica y teológica, el Vaticano busca “ensalzar la importancia de esta mujer que mostró un gran amor a Cristo y que fue tan amada por Cristo, y para resaltar la especial misión de esta mujer, ejemplo y modelo para toda mujer en la Iglesia”.

Es a María Magdalena, la primera persona, a quien Jesús, se le aparece, al resucitar al tercer día, según el evangelio de Juan. Es ella, la que propaga la noticia de la resurrección, imagen de reivindicación del papel de la mujer en el destino de la humanidad.

Es ella la que es testigo del juicio y crucifixión de Jesús, y no lo abandona un instante,consolándolo, mientras los otros once apóstoles, huyen asustados. La fiesta litúrgica de María Magdalena, será el 22 de julio de cada año.

También la ficción literaria ha generado equívocos al creer que era una prostituta. No. El escritor portugués José Saramago la confunde con la María, a la que le sacaron siete demonios. Y poetiza la escena en su novela diciendo que Jesús vino a sacar en ella, no siete demonios, sino siete ángeles que dormían en su alma.

Epílogo
Los arqueólogos encuentran cada vez evidencias de la presencia histórica de Jesús: aquel patio de 2.500  metros cuadrados con sus enormes piedras  en donde estuvo de  pie frente al oficial romano, la colina del Gólgota donde lo ejecutaron, fuera de las murallas de la ciudad, la tumba donde desapareció el cadáver de un hombre de 1 metro con 80 centímetros, de manos grandes, al que lo condenaron a ser crucificado en un madero de amaranto, con clavos de treinta centímetros de largo, atravesando muñecas y pies.

Se conserva aún en la catedral de Turín, el sudario en un lienzo de cuatro metros, en donde está siluetado su propio cuerpo de frente y de espalda, con las huellas de su sangre. Un lienzo que monjas medievales cosieron cuando el tiempo y un hongo amenazaban con desvanecerlo. Pero allí está salvada esa evidencia para la humanidad. 

Como María Magdalena, que multiplicó el legado entre las mujeres que lo acompañaron y patrocinaron su heredad espiritual dos milenios después. 

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