Facetas


Los que aman a ciegas

¿Cómo se enamora -y cómo enamora- una persona para la que no existe eso de ‘a primera vista’? Esta es la singular historia de José del Carmen Ortiz y de cómo el glaucoma cambió su forma de sentir el amor.

LAURA ANAYA GARRIDO

12 de enero de 2020 12:00 AM

Muchos mortales cierran los ojos para disfrutar mejor los pequeños grandes placeres de estar vivos: un jugo de maracuyá bien frío en un mediodía de enero, un beso, un abrazo, una caricia, el buen sexo, pero ¿y si no pudieran abrirlos más? ¿Si todos fuesen condenados a vivir para siempre en una oscuridad inclemente, absoluta, implacable?

Tú, que estás leyendo este texto, perteneces al grupo de videntes y sabes nuestro planeta también está habitado por millones de personas invidentes, más de 39, el número que hace ya bastante -2010- reportó la Organización Mundial de la Salud, ¿te has preguntado cómo aman los que no pueden ver en un mundo inundado de imágenes, que se rinde ante la belleza física? ¿Has pensado cómo se enamora -y cómo enamora- una persona para la que no existe eso de ‘a primera vista’, alguien que sencillamente no puede coquetear por Instagram, ni por el messenger de Facebook?

Uno entre los 36 millones

José del Carmen Ortiz Torrado salió del grupo de los videntes hace más de 17 años y desde entonces se ha enamorado, lo han enamorado o ha enamorado al menos tres veces.

Glaucoma, todo es culpa de un bendito glaucoma que comenzó con síntomas aparentemente inofensivos: un lagrimeo y una irritación recurrente que al principio se calmaba con algún colirio que algún señor de alguna droguería le recetaba. “Primero fue el ojo derecho, miraba borroso, borroso, botaba mucha lágrima y se me ponía rojo”, recuerda, pero la verdad es que los nervios que conectan a sus ojos con el cerebro se estaban dañando y que la enfermedad caminaba a paso lento -como los ciegos- y firme -como los videntes- hacia el peor de los finales: cuando José comenzó a darse cuenta de que cada día veía menos y acudió al médico, ya había muy pocas esperanzas.

“Vea, niña, yo creo que como aquí las temperaturas son muy altas y en esa época yo trabajaba muy duro -insiste José, que nació en Norte de Santander hace 55 años y aún no pierde su acento ‘acachacado’-, yo me le medía a todo trabajo, como que la enfermedaíta me estaba empezando, pero yo no le paré bolas. El glaucoma, dice el doctor, es como el cáncer: va avanzando poquito a poquito, cuando uno va a ver, está invadido (...) Me cayó la enfermedad en ambos ojos y yo no me di cuenta de que eso me estaba perjudicando, yo seguí trabajando así, duro, cuando quise buscar el médico, uno especialista de ojos, ya era tarde”. Hay que decir que José fue cotero en Bazurto, trabajó como albañil, vendedor ambulante.

Sentados frente a frente en una esquina de Ricaurte, el sector de Olaya Herrera donde José vive, me cuenta que incluso lo operaron, pero ni ese esfuerzo le ganó al glaucoma. El médico le advirtió que había una lejana posibilidad que conservara la tenue luz que todavía su ojo izquierdo percibía y que para eso debía cuidarse mucho: nada de esfuerzo físico ni rabias después de la cirugía, pero nada de eso fue posible. Justo en ese momento, José y la mamá de sus cuatro hijos terminaron. “Ella agarró sus cosas, se llevó a mis niños y me abandonó, así que si yo quería salir adelante, tenía que hacer todo yo... cargar el agua para bañarme, cocinar, todo, y cogía unas rabias y eso me perjudicó”, recuerda y sí, la luz se fue para siempre el 2 de mayo de 2003.

¿Y usted recuerda cómo la enamoró a ella, a la mamá de sus hijos?

-Cuando nos conocimos fue muy sencillo y chévere. Yo la vi a ella, ella me vio a mí, como que yo le caí en gracia y hubo una época en que yo le dije que ella estaba bonita, que, si me aceptaba, iba a ser mi compañera, la mamá de mis hijos y los cuatro hijos que tengo son con ella solamente. Yo me la saqué a vivir.

¿Y usted se ha enamorado después de todo esto, de perder la visión?

-Como dos o tres veces -ríe. Soy muy diferente a las otras personas que están viendo, ¿sí me entiende? Yo me enamoro de esta forma: trato con una mujer y a medida que la voy conociendo también voy conociendo su corazoncito, el modo de ser de ella, yo no me enamoro por la cara o el cuerpo bonito, yo me enamoro es del corazoncito bueno, frágil, amable, sincero. A la medida que voy haciendo la charla, la voy analizando y me voy enamorando. Le pregunto si me acepta como soy, yo mismo me visto, yo lavo mi ropa, yo cocino, salgo solo...

Ajá, ¿pero cómo hace?

-Mire, eso es muy fácil, muy fácil, por ejemplo, un día me fui para una cita, me senté a esperar a que me llamaran y resulta que una señora se sentó al ladito mío. La señora me dijo: “Señor, qué le pasó a usted en las vistas, que yo veo que usted anda muy incómodo”. Ahí me di cuenta de que me estaba poniendo cuidado...

¿Es que usted tuvo algún accidente? ¿Qué le pasó?

-No, a mí fue una enfermedad que me cayó así, de pronto.

¿Y cómo se llama esa enfermedad?

Glaucoma.

¡Hombre, cómo así!

-Sí, señora, para que usted vea.

Pero yo lo vi entrar solito (a la sala de espera), ¿usted está solo? ¿Dónde está su esposa, sus hijos?

-Seño, pues da pena pero las cosas son como son y la verdad se dice: yo no tengo señora, mi compañera, que es la mamá de mis hijos, de pronto, al verme así, como yo quedé, ella como que... no sé qué le dio, total que me abandonó y desde entonces me toca defenderme solo, gracias a Dios que siempre se me presentan ángeles que me dan la mano.

Yo no soy de Cartagena, soy de Cali, pero da guayabo ver a una persona tan joven quedar sin ver. Si quiere, le doy el número de mi celular y cuando me necesite, llámeme y voy donde usted vive y lo llevo donde el médico y vuelvo y lo traigo.

“Por medio de esa confianza que ella me dio, nos fuimos haciendo amigos y amigos y nos enamoramos”, recuerda nostálgico pero feliz José y me dice que una cosa llevó a la otra, que una invitación a comer pollito o a “unos refrescos”, que un detallito por aquí, que la invitó a la casa a pasar un ratico a solas y terminaron envueltos en una relación de dos años que terminó... “Ella se tuvo que devolver para Cali porque su mamá se enfermó, se fue a cuidarla. Todas se me van, las cosas siempre se acaban porque ellas se van: una se fue para Venezuela por un trabajo y la otra para Bogotá”, dice.

¿Y ahora?

-Ahorita sí estoy libre, ¡libre como el Llanero Solitario!

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