Facetas


Marcelo Luján, la bella y oscura claridad

Entrevista con el escritor Marcelo Luján (Buenos Aires, 1973), ganador del VI Premio Internacional de Ribera del Duero de narrativa breve por ‘La claridad’.

GUSTAVO TATIS GUERRA

04 de octubre de 2020 12:00 AM

Marcelo ha ganado ese premio entre más de un millar de obras de autores de más de 30 países. Ahora su voz serena y memoriosa me conmueve con recuerdos de libros que ambos hemos leído, sin habernos visto jamás. Hemos sido tocados por la certeza de que solo nos une ahora, además del hilo de su voz en el invisible infinito de las distancias, el misterio encantador de las historias que habitan en los cuentos.

Cuando le digo que lo estoy llamando desde Cartagena de Indias, el solo nombre lo lleva al cuento El rastro de tu sangre en la nieve, de García Márquez, y a la espléndida Nena Daconte, que atraviesa el mar Caribe hasta París, goteando sangre en la nieve con un pinchazo de una rosa en el embrujo nupcial de su día de bodas.

Esa alusión al cuento de García Márquez es tal vez una de las grandes obsesiones de Marcelo Luján como narrador: el azar de la fatalidad.

“Hay un arte de perfecta relojería y certera precisión en ese cuento de García Márquez, capaz de crearnos un mundo en solo diez páginas”, me dice desde su habitación en Madrid, donde vive desde hace veinte años.

“Pienso en el género del cuento, que ha alcanzado un esplendor a través de una tradición narrativa que es muy latinoamericana. Y, al decirlo, estoy nombrando a Horacio Quiroga, Juan Rulfo, a Julio Cortázar, a García Márquez, para evocar cuatro nombres. La creación de personajes como Billy Sánchez o Nena Daconte, que tienen una fuerza creativa de principio a fin, implica construirlos paso a paso con una gracia que quedará a vivir para siempre en el lector. Los detalles, el tono, la estructura, el espacio, la precisión de nombrar las calles o las avenidas, el hospital en París... son magistrales. Esas piezas pequeñas, minúsculas, con las que el escritor va creando la ficción son la suma de muchas realidades. Y cómo los límites de lo real y lo mágico se disuelven. Pienso en cómo personajes de novela como Madame Bovary o Ana Karenina quedan perpetuados en el lector.

“Siento que crear el personaje de un cuento es aún más delicado que en la novela. Es muy complejo crearlos y llevarlos a vivir un destino sin distracciones. Mientras la novela tiene un control espacial, el cuento tiene un espacio único. La propia historia define si será un cuento o una novela. La historia está por encima de todo y supera la estructura. A mí me encantan los personajes comunes y me interesa contar las vidas, explorar la condición humana de seres de distintos núcleos sociales, descubrir el mal invisible y narrar la desgracia oculta. Ver cómo una persona de una familia burguesa que no tiene problemas de dinero o en otros casos y variables económicas, ver cómo esa misma persona se encuentra enfrentada a una desgracia inusitada y cómo reacciona ante ella. O cómo en lugares donde aparentemente fluye un ambiente de tranquilidad, como en un parque donde los niños juegan al columpio y donde un padre sale con su niño a comprar un globo, puede ocurrir una tragedia. El azar como otro disparo de la fatalidad.

“Las raíces de cómo aflora el mal o la violencia en los seres humanos. Nos ocurre a todos al leer noticias de violencia: ¿cómo pudo pasar esto?, ¿en qué momento ese tipo de Noruega cogió su escopeta y salió a matar niños? Creo que la oscuridad está en el centro de ese cuento, La claridad. Es el peligro que ocurre en situaciones luminosas, como si la claridad con su luz tuviera a la oscuridad en el centro. Es un binomio de contradicciones y paradojas”.

El azar, el mal, el amor y la fatalidad

Ha escrito un cuento sobre un fantasma con problemas humanos, que jamás ha besado y a quien de repente le sangra la nariz o las orejas. Y tiene el impulso noble y puro de darle un beso a una muchacha en una esquina. Todos sus pasos están manchados por lo humano. Y lo ha delineado con la exactitud maravillosa de la verosimilitud, evocando al muchacho que él era y transmutando en el destino del fantasma esa memoria y revelación de belleza, “desfantasmalizar al personaje”.

Los personajes de Marcelo Luján viven destinos inesperados, absurdos y fatales. Sus cuentos se sumergen en aguas turbulentas, en donde al final estaremos siempre expectantes de un desenlace en el que el amor o la muerte nos abrirán puertas a nuestra perplejidad como lectores.

Cuando era un muchacho en Buenos Aires, iba tras los libros que llegaban de España, México, Colombia y las novedades de París y del resto de Europa.

“La lengua nos unía, aunque nos separaran los océanos. A veces, un libro me traía noticias de un continente, de un país, de una perplejidad, como cuando leí a mis quince o dieciséis años El olor de la guayaba y en ese entonces no sabía si la guayaba era un bicho o una planta. Entre la realidad y la magia, la fruta que desconocía, me llevó al origen Caribe y a mundo colombiano de García Márquez”.

El jurado ha compartido la visión de que en sus cuentos hay una “mirada perturbadora, un cuestionamiento del idioma y una poética del desarraigo”, con historias “inesperadas, extraordinarias, violentas y terrenales”.

Luján es autor de los libros de cuentos Flores para Irene (Premio Santa Cruz de Tenerife 2003), En algún cielo (Premio Ciudad de Alcalá de Narrativa 2006) y El desvío (Premio Kutxa Ciudad de San Sebastián 2007). Es autor de libros de prosa poética como Arder en el invierno y Pequeños pies ingleses, y de las novelas La mala espera (Premio Ciudad de Getafe de Novela Negra 2009 y segunda Mención del Premio Clarín 2005), Moravia y Subsuelo (Premio Dashiell Hammett 2016).

Los riesgos de un narrador

Asumir riesgos en la narrativa. Eso le fascina a Marcelo Luján.

“Me gusta terminar mis cuentos en tiempo futuro, para crear una alta tensión narrativa, un recurso que abre nuevas posibilidades y sugerencias a la trama de la historia. En muchos de mis cuentos, y en especial del libro La claridad, que son cuentos largos de cerca de veinte páginas, el narrador lo cuenta en futuro. Es un recurso poco utilizado. Lo había utilizado en mi libro Subsuelo”.

Al contarme este secreto, me explica que este tiempo futuro es muy diferente al presente o el pasado narrativo en que transcurren muchas novelas o cuentos, pero no se puede abusar de este recurso sin cierta complicidad del lector. En la novela Sostiene Pereira, de Antonio Tabucchi, hay un intento de este recurso.

Hay un presente narrativo que está ocurriendo aquí y ahora. Y otro tiempo en el que aún no han ocurrido las cosas, pero ocurrirán. María cruzará la calle y ocurrirá algo terrible, por ejemplo. En Virginia Woolf, la chica que sube al vehículo es esbelta y bella, pero en un solo párrafo envejecerá y morirá y Londres será devastado por un viento infernal como en Macondo. La violencia futurista ocurre en ese tiempo narrativo. Los hechos pretéritos que desencadenan otros acontecimientos, como en Cien años de soledad, son una construcción de alto riesgo que García Márquez creó con maestría. No siempre son afortunados los riesgos narrativos, dice Marcelo, quien es un apasionado de la novela negra, policiaca y de las historias que se hunden en la oscuridad del mal.

El desenlace en futuro que él propone en su libro premiado no ocurre en el tiempo del relato. Y él siente que los seis relatos de su libro están unidos por una armonía interior. Ha escrito otros cuentos en otros libros en que su desenlace queda cerrado. En otros el narrador futurista sugerirá: “Empezará a llover”.

El silencio de la madrugada

Marcelo me confiesa que no puede escribir sino en el puro silencio de la madrugada, porque no puede con los silbatos de los autos en la noche y los ruidos que invaden la ciudad.

“La madrugada es un terreno maravilloso”, dice.

“En esto de escribir en el silencio, soy kafkiano. Necesito concentrarme en el silencio. Es importante en ficción estar en silencio para concentrarse. Solo requiero de un espacio propio y aislado para ello. Tengo una manía: beber un termo de mate, con un cuarto de agua caliente”.

Epílogo

Se enteró que había ganado el premio Ribera del Duero 2020 en pleno inicio de la pandemia, situación que podría ser un episodio para otro de sus cuentos. El azar de la felicidad y el azar de lo imprevisible de seguir encerrado escribiendo mientras detrás de la ventana ocurre una peste que paraliza al mundo.

Me dice que sale poco de su casa y asiste a contados eventos sociales. En el confinamiento volvió a leer los cuentos magistrales de la narradora norteamericana Flannery O´Connor. Ella era una maestra de cuentos sobre el mal. Le he recordado la historia del vendedor de biblias que se roba la pierna ortopédica de una muchacha. La crueldad y la inocencia. El horror. Es uno de los mundos narrativos de Marcelo Luján.

Lloverá hoy, domingo.

Lo llamaré para decirle que su libro La claridad ha llegado ya a Cartagena de Indias.

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