No habían terminado de cantar los gallos del amanecer, cuando todos despertamos con la noticia del Premio Nobel de Literatura a Gabriel García Márquez el 21 de octubre de 1982. Aún temblaban las estrellas en su jardín de México y su primera foto gloriosa de aquel día fue en bata junto a Mercedes Barcha. Tenía 55 años.

Lo primero que se le ocurrió fue despertar con una llamada telefónica a su profesora de primaria en el colegio Montessori de Aracataca, Rosa Helena Fergusson Gómez. Fue ella quien le enseñó a leer y escribir, y además lo encantó desde niño cuando escuchó por primera vez de sus labios, recitados de memoria, como si cantara romances medievales, los poemas del Siglo de Oro español. Lea aquí: Una hija, el secreto mejor guardado de Gabriel García Márquez
Hacía dos años, García Márquez había escrito en dos entregas, el 8 y 9 de noviembre de 1980, las columnas El fantasma del Premio Nobel en el diario El Espectador.
Había empezado aquella primera columna nombrando a Jorge Luis Borges, el eterno candidato al Premio Nobel, a quien el autor de Cien años de soledad consideraba, a sus 53 años, “el escritor de más altos méritos artísticos en lengua castellana”, y se declaraba ser uno de sus “lectores insaciables” y a vez, uno de sus “adversarios políticos”. Además de Borges, creía que había dos escritores que también lo merecían, y García Márquez vaticinó a Naipaul y a Graham Greene.

Visto desde adentro, como quien descifra el gabinete hermético de unos sabios, los dieciocho jurados del Premio Nobel, según García Márquez, se ponen de acuerdo en mayo “cuando se empieza a fundir la nieve, y estudian la obra de los pocos finalistas durante el calor del verano” y cuando llega octubre, “bajo los soles del sur, emiten su veredicto”.
A ese gabinete de miembros vitalicios, García Márquez investigó que lo integraban dos filósofos, dos historiadores, tres especialistas en lenguas suecas, y una sola mujer. Y al referirse al criterio de elección de ese jurado hermético, reveló que había muchas contradicciones entre ellos mismos, “decisiones secretas, solidarias e inapelables”. Y lanza esta perla: “Si no fueran tan graves, podría pensarse que están animadas por la travesura de burlar todos los vaticinios”. Lea además: 40 años del Nobel: la noticia que le quitó el sueño a García Márquez
El secreto guardado podría ser impredecible y la sorpresa del elegido también podría ser un acontecimiento inesperado. Ese misterioso rigor de elegir lo que subjetivamente es lo mejor de la literatura del mundo pasa por infinitos filtros, espejos y espejismos.
Sabía que Alfred Nobel creó ese premio en 1895 con un capital de 9.200.000 dólares, con intereses anuales que debían repartirse en noviembre, y que en el primer premio, otorgado en 1901, el ganador recibía 30.160 coronas suecas. En su rastreo también recogió la especulación callejera y deslenguada de que ese capital estaba invertido en las minas de oro del África del Sur.
En esa primera columna, García Márquez reveló que el único miembro de la Academia Sueca que leía con fervor a los autores en español era el poeta Artur Lundkvist, quien lo invitó a cenar en su casa, y ya en confianza, luego de la cena con carnes frías y cerveza caliente, llevó a García Márquez a tomar café en su biblioteca. Dentro de aquella biblioteca, el autor colombiano descubrió los mejores libros en castellano, y también los peores revueltos en aquella babel de letras. Y al mirar algunos de ellos, descubrió que estaban dedicados por sus autores, algunos ya muertos y otros haciendo turno para partir. Entre esos libros, por supuesto, estaba García Márquez.

El segundo terror
El segundo terror de García Márquez, luego de ganar el Premio Nobel de Literatura, lo confesó en su segunda columna sobre El fantasma del Premio Nobel. Era morirse siete años después de ganarlo.
La excepción fue Albert Camus, quien lo ganó a sus 44 años y murió dos años después en un accidente automovilístico. Camus fue el segundo más joven después de Rudyard Kipling, quien lo ganó a los 42 años.

Muchos que merecían ese premio, como León Tolstoi, Kafka, Proust, James Joyce, Virginia Woolf, Aldous Huxley, André Malraux, Graham Greene, Joseph Conrad, entre otros, murieron sin el Premio Nobel, y su obra prevalece.
Años después, al evocar aquel día de la entrega del Premio Nobel, García Márquez confesó entre sus amigos que estaba muy asustado y aterrado. Y la flor amarilla fue el conjuro contra el miedo. La flor que llevó en la solapa temblando junto a él. Y todos la llevaron para que no se sintiera solo. Lea además: Los últimos días de Gabriel García Márquez contados por su hijo