El liquiliqui blanco, el mismo que usaba su abuelo materno Nicolás Márquez Mejía en domingos de fiesta, en Aracataca, y el mismo liquiliqui que usaba su abuelo paterno Gabriel Martínez Garrido, cuando iba a caballos por los pueblos de Sucre, a dictar clases a domicilio, fue uno de los conjuros que tuvo Gabriel García Márquez para sobrellevar el susto de ganar el Premio Nobel de Literatura en 1982. Lea aquí: A Gabriel García Márquez le aterraba ganarse el Nobel, le contamos por qué
El desvelo del amanecer de octubre 21 de 1982 en que le anunciaron la noticia desde Estocolmo, le robó el sueño de aquel día y siguió perturbándolo como una sombra encarnizada hasta el 10 de diciembre, en que recibió el premio en la capital de Suecia, de manos del rey Gustavo.
Aquellos días de octubre, noviembre y diciembre fueron los de mayor intensidad, desvelo y tensión para Gabriel García Márquez; pero el liquiliqui blanco que le recordaba a su abuelo más cercano, el veterano de la Guerra de los Mil Días, y al otro abuelo más lejano, el de Sincé, fueron el primer conjuro para disipar el embiste de las nostalgias de los seres y las cosas perdidas. Le puede interesar: Tatis te cuenta: el día que García Márquez recibió la noticia del premio Nobel
Pero el liquiliqui no fue suficiente, y entonces buscó la rosa amarilla para disipar las tensiones de la ceremonia, se la puso en el ojal, pero la rosa temblaba como el ala de un pájaro asustado más que él por dentro. El temblor se aplacó cuando todos sus amigos y amigas decidieron llevar una rosa amarilla. Junto a esa rosa amarilla que se volvió un símbolo de aquel día, como segundo conjuro, el más eficaz fue rodearse de la música del Caribe colombiano, de los acordeones, los tambores y la voz de la cantadora Totó la Momposina, con quien bailó una cumbia después de la ceremonia.


Gabriel García Márquez.
Allí estaba entre los músicos el tamborero Paulino Salgado, de Palenque; su compadre de remotas complicidades juveniles Rafael Escalona, el fotógrafo Nereo López, que le temblaban las manos bajo la nieve y temía no soportar el frío de aquel diciembre en Estocolmo y buscaba el calor del barco donde se alojaba una parte de la más grande delegación colombiana en la fiesta del Nobel de Literatura.
Entre el barco y el hotel la delegación se aproximaba a noventa invitados, entre periodistas, músicos, amigos y familiares del escritor, e invitados. Mientras la prensa colombiana proclamaba antes de esa ceremonia de que el país haría el oso en Estocolmo, la prensa sueca celebraba en primera página que García Márquez les había enseñado cómo debía celebrarse un Premio Nobel, según los recuerdos de Gloria Triana, quien tuvo la misión de seleccionar los grupos folclóricos del país a Estocolmo. Lea: Mira el primer adelanto de Netflix sobre ‘Macondo’, inspirada en obra de Gabo
Las diversas formas de la soledad humana, una de las grandes obsesiones del escritor, fue la esencia de su discurso de García Márquez, que rebasaba el contexto de Macondo hacia las crudas tragedias sociales de la pobreza, despojos y amenazas padecidos por el continente durante más de cinco centurias, expresados en su discurso La soledad de América Latina. Desde aquel día ese escritor colombiano de 55 años sería el más universal de los colombianos, en el panteón de los escritores clásicos del mundo, junto a Miguel de Cervantes Saavedra, Rabelais, William Faulkner, Ernest Hemingway, Franz Kafka, Virginia Woolf, Joseph Conrad, para citar algunos de sus preferidos.
Y desde aquel día las agencias internacionales buscaron en el mapa dónde quedaba Aracataca y en qué punto del mapa del mundo estaba Colombia. Desde aquel día y para siempre, Macondo y Colombia se volvieron universales. En el Portal de los Dulces de Cartagena los voceadores de periódicos, a sorbos de café, pregonaban el premio a García Márquez. Un despistado preguntó qué lotería se había ganado García Márquez. Y el que le respondió tuvo gracia para responder: Parece ser que se ganó una lotería más grande que el Sorteo de la Extraordinaria.
En varios momentos García Márquez dijo que emprendió la hazaña monstruosa de escribir Cien años de soledad, cuando era un muchacho de diecisiete años pero la aventura desmesurada de escribir algo donde lo sobrenatural fuera lo más natural, le daba vueltas como una pesadilla recurrente en el alma y no tenía aún el tiempo suficiente para abarcarla, solo cuando transcurrieron veinte años, y en solo dieciocho meses encerrado como un cautivo en su celda, alcanzó el milagro implacable de una obra de arte que desafiara el tiempo y las grandes historias contadas por la humanidad en más de dos milenios, cuando en las noches de la antigüedad los niños se sentaban junto a sus padres bajo el cielo estrellado a escuchar cuentos como Scherazada inventando mil y una noches de cuentos para aplazar la muerte. Lea también: 40 años del Nobel: la noticia que le quitó el sueño a García Márquez
Han pasado cuarenta años de aquel día glorioso para Colombia y el mundo. Gloria Triana le mostró a García Márquez fotos e imágenes de aquel 10 de diciembre de 1982, veinticinco años después. Él mismo viendo el liquiliqui blanco de sus abuelos, viendo la rosa amarilla que temblaba en su pecho, y viendo el cortejo de músicos y bailarines en la ceremonia del Premio Nobel de Literatura, le confesó a Gloria Triana: “No sé en qué momento pasó todo y amanecimos viejos. Ese día tenía mucho miedo”.
“Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.
En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía. Muchas gracias”
(Fragmento de La soledad de América Latina, discurso de Gabriel García Márquez al recibir el Premio Nobel de Literatura en 1982)
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