¿Si en Valledupar y esta región los carros andan a toda, a qué velocidad manejaba usted para que Diomedes lo saludara como “el hombre que sopla la F100”?
-Uff, papa, a lo que daba el carro.
De manera corta y concisa, Luis Alfredo Sierra salía de una de las dos preguntas que le tenía para cuando lo encontrara.
Con la otra se le iluminaron los ojos porque por fin tendría que sacar su repertorio oral y extender un poco más la guía que realizaba a los turistas que recorríamos los rincones de la casa de Carrizal, la finca en la que creció Diomedes Díaz y que inmortalizó en varias de sus canciones.
Aquel fue mi primer y único viaje hasta ahora a Valledupar. Como seguidor del vallenato, el itinerario incluía visitas a los pueblos emblemáticos que aportaron varias de las leyendas de la música de acordeón.
Patillal, corregimiento de Valledupar y cuna de artistas como Rafael Escalona, Fredy Molina, Octavio Daza, José Alfonso ‘Chiche’ Maestre, entre otros, estaba marcado como parte importante del recorrido. Faustino, una muestra del cine experimental del Caribe
Pero conocer La Peña y La Junta, los pueblos entre los que creció el cantante de vallenato más grande de la historia, me entusiasmaba más. En el segundo esperaba encontrarme a Luis Alfredo Sierra, uno de los amigos más cercanos de El Cacique durante toda su vida, perpetuado en un montón de canciones como “el hombre que sopla la F100” y mencionado casi siempre junto a otros amigos junteros de Diomedes como Leandrito ‘el médico del pueblo’ y el compositor Marciano Martínez.
Luis Alfredo Sierra es quizás el mejor contador de anécdotas de la vida de Diomedes. Porque fueron cientos de historias que vivió junto a él y porque es un relator innato. De esos que solo habitan en el Caribe.
En La Junta no pude encontrarlo. Un niño me señaló su vivienda, pero no estaba. Así que, resignado, continué por la casa de la ‘ventana marroncita’, en la que Patricia Acosta, la única mujer con la que el cantante contrajo matrimonio, es la anfitriona de un museo que se roba la atención de los fanáticos que peregrinan por el pueblo.
Las paredes de esa casa evocan historias de serenatas, fugas de enamorados y problemas familiares que tuvo que afrontar la pareja hace unas cinco décadas. Fotografías de Diomedes y de su hijo también fallecido Martín Elías adornan la sala interior.

Con la misión fallida de conversar con Luis Alfredo Sierra, partimos a Carrizal, una finca convertida en museo ante el lucrativo interés por la vida de Diomedes. Allí reconstruyeron la casa de palma y barro en la que nació el artista. Y en la vivienda principal persiste la cama en la que consumó su matrimonio con Patricia, los perfumes que coleccionó El Cacique, su ropa favorita, su discografía, sus frases emblemáticas y una colección de fotografías que dan fe de su recorrido musical. Omnipresentes resuenan sus canciones.
Allí la sorpresa. El guía de la casa museo es nada más y nada menos que Luis Alfredo Sierra. No lo sabía, pero tampoco me pareció raro. Quién mejor para contar las historias que perduran en cada lugar de Carrizal. La pobreza vergonzante pone la salud mental en juego, pero hay una luz
Me uní a la guía que, a paso de manual, hizo Luis Alfredo por toda la casa. ¿Cuántas veces al día repetirá lo mismo? Lo vi repasar las mismas historias las dos veces que estuve entre los grupos de turistas que buscaban penetrar un poco en las memorias del ídolo musical.
Por eso esperé la oportunidad para sacarlo del libreto del recorrido.
-¿Si en Valledupar y esta región he visto que los carros andan a toda, a qué velocidad manejaba usted para que Diomedes lo saludara como “el hombre que sopla la F100”?, pregunté mientras los demás turistas dirigían la mirada hacia él para ver su respuesta.
-Uff, papa, a lo que daba el carro-, dijo mientras sacaba pecho con orgullo. Las canciones en las que Diomedes Díaz relató su propia historia
-Cuénteme la historia de la vez que fueron a tocar a Cartagena y los llevaron a una finca donde solo había hombres, le contrapregunté.
Allí se le iluminaron los ojos y empezó un relato lleno de gestos para retratar una predilección poca conocida de Diomedes, pero cargada de todo el machismo que se le atribuye a la cultura vallenata.

La historia ocurrió en una finca del asesinado empresario Felipe Eljach, que había contratado a la agrupación de Diomedes Díaz y luego le había preparado una fiesta privada.
“Nos fuimos para la finca y lo que había era puro macho cuando llegamos.”, empezó contando con gracia.
“Y yo le dije: compadre, yo no veo niñas aquí, yo veo es puro macho. Diomedes, como él era así, apenas se bajó gritó: compadre, Felipe. Mi compadre Luis Alfredo está preocupado porque no ve niñas. Y me dice Felipe: No se preocupe, Sierra, que ahorita llega la buseta”, sostuvo con un acento que despertó la risa de todos los presentes.
“Diomedes tenía a dos viejos de San Juan del Cesar. Esos viejos eran unos ancianos que no podían con ‘el cabo de la pala’, pero Diomedes era feliz con ellos porque cuando estaba aburrido se iban a echarle cuentos. Eso lo ponían a reír y lo desestresaban... Estábamos sentados esperando la buseta. La casa estaba como a kilómetro y pico de la carretera nacional. Y en eso grita uno: ¡Allá viene la buseta!”.
Contrario a lo que esperábamos quienes escuchábamos la historia, Diomedes no pareció prestarle atención al vehículo que traía mujeres para la fiesta.
“Diomedes no tuvo nada que ver con la buseta. Me dice: compadre, ¡mire a los viejos, mire a los viejos! Bueno, llega la buseta, empezaron a bajarse las hembras. Y en eso se baja una mujer enchollá. Y digo yo: Joda, mirá eso ve, esa es la mía. La mujer se bajó y se recostó en una mesa de mármol y yo de más liso me le fui y le metí la mano por el brazo. Ella reaccionó y exclamó, usted quién es. Y le digo: el segundo de Diomedes Díaz. Eso fue como si la hubiera rezao, de una vez se me tiró encima. Me la llevé para la mesa”.
“Estando allá sentados veo una mujer muy fea que se está bajando. Alguien comentó: uy, qué mujer tan fea. Y yo lo único que dije fue: ahh, esa quizás es la dueña del rebaño, la jefa”.
“Yo me fui con mi mujer y regresé al cabo del rato. Nos sentamos con Sandro y le pregunto por mi compadre Diomedes, y me dice que él se fue con una mujer”.
“Y cuando lo veo es que viene con la mujer fea. Oiga, yo casi me muero. Le pregunto a Sandro: ¿mi compadre Diomedes qué mujer cogió?, me dice, esa que está ahí, Lucho”.
“Ay, no, pero tanta mujer bonita que hay aquí y va a coger esa. Él llegó y me la sentó ahí cerquita y cerquita era más fea”, apuntó con un gesto cruel, pero que despertó de nuevo las risas. Diomedes Díaz, el Cacique del metaverso
“Yo dije, yo le pregunto a Diomedes por qué la eligió a ella, yo no me quedo con esto. Y Sandro y que no vayas a decir nada, nos vas a hacer pasar pena. Cada vez que le iba a hablar, Sandro me pisaba, no vayas a decir nada. En esas se para la mujer y dice que va para el baño. Yo dije, este es el tiro. Apenas la mujer iba lejitos le dije, compadre, hágame el favor de decirme cómo coge usted esa mujer tan ‘refea’, mire cómo sobraron aquellas bellezas que hay allá y usted coge esa mujer tan ‘refea’”, aunque cada vez la historia se hacía más cruel, el público parecía más encantado por el relato.
“Y me dice Diomedes: Porque esas (las feas) son las sanas, a esas no las voltea a ver nadie. A la de usted quién sabe cuántos le cayeron primero”, finalizó con tono burlesco mientras los seguidores de El Cacique celebraban una más de sus ocurrencias. Luis Alfredo Sierra huyó entre los turistas que gozaban por conocer una historia inédita de Diomedes Díaz.
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