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El hotel San Francisco y sus hallazgos arqueológicos

Las obras del Hotel San Francisco han desvelado nueve cementerios coloniales que yacían debajo de los Teatros Cartagena, Colón, Bucanero y Calmarí.

Hace 70 años, ir a cine en Cartagena suponía una visita al cementerio. Poco habían de saber los espectadores, mientras se aferraban a sus sillas espantados por el terror de una película, que a sus pies reposaban cadáveres reales. Los bellos teatros de la época, que traían consigo la más grande invención del siglo XX (las imágenes en movimiento), habían sido construidos sobre los cimientos del Getsemaní colonial. Debajo de sus morteros de cementos y sus tejados de eternit, yacían los restos de los templos de San Francisco y de la Veracruz, dos santuarios religiosos de finales del siglo XVI y comienzos del XVII que pertenecían respectivamente a la orden franciscana y a una cofradía consagrada a la cruz de Cristo. Eran dos de las primeras iglesias que se construían en Cartagena, cuando la isla de Getsemaní era tan solo maleza y cuando la ciudad era un caserío de madera y paja. San Francisco había sido la primera en asentarse, en 1550, construida con una inmensa pobreza y en toda la salida de la ciudad, como punto de descanso para los caminantes que se dirigían hacia Turbaco. Ahí se establecieron los principales recintos sepulcrales de la ciudad durante toda la colonia. Nueve reposos mortuorios que continuaron funcionando hasta el siglo XIX, sobrepasando incluso la expulsión de los franciscanos del país. Fue en este tiempo, cuando pasaron a manos del Estado, que los dos templos entraron en decadencia. Encima de sus cimientos se construyeron los Teatros Cartagena, Colón, Calamarí y Bucanero, fortalezas de cemento con fachadas de Transición que desaparecían los pocos destellos de esa arquitectura colonial. Así la modernidad borró su existencia de la memoria de los cartageneros. Tan solo las nuevas excavaciones del Hotel San Francisco -un complejo turístico de cinco estrellas que no solo agrupa las cinematecas ya mencionadas, sino también a la casa Ambrad y al antiguo Club Cartagena- han destapado su historia.

Diferentes cementerios que datan desde el siglo XVI hasta el siglo XIX fueron encontrados adentro y en las inmediaciones de los edificios. Hasta ahora, se han extraído aproximadamente 200 cadáveres y se espera que aparezcan unos 400 más. Se sabía que la obra iba a destapar algunos vestigios arqueológicos, algo habitual en las construcciones del Centro Histórico, pero nunca se previó la magnitud del hallazgo. “Yo pensaba que los teatros habían arrasado con todo, pero no. Los vestigios se encuentran intactos ahí, abajo”, explica Mónica Therrier, arqueóloga principal de las obras del Hotel San Francisco. Las excavaciones han sido complejas, se requieren herramientas muy finas para sacar de forma intacta los cuerpos en tal estado de preservación. También los fuertes aguaceros y el nivel freático han complicado más el proceso. Muchas veces se encuentran restos empantanados con barro y agua y les toca a los excavadores secar los terrenos con esponja. Ya extraídos los cadáveres, los arqueólogos fotografían la estructura ósea en varios ángulos, crean fichas para catalogar cada hueso, los lavan y los envían a Barranquilla para ser estudiados en el Centro de Bioarqueología de la Universidad del Norte. Ahí se pueden averiguar distintos rasgos del individuo como su género, su raza, su edad o las causas de su muerte.

La historia
de los desconocidos

Detrás de la iglesia de San Francisco duermen los restos de un grupo de niños. Son los no bautizados, los que no alcanzaron a llegar a los siete años para recibir el sacramento de purificación. Sus huesitos menudos yacen en el atrio de la iglesia, por norma no pueden descansar en el templo de Dios. Sus almas, según la teología cristiana del momento, deben deambular sin cesar en el limbo. Los templos en la época solo estaban reservados para la gente rica y bautizada. Nada se sabe de estos niños, ni sus nombres, ni su dolor ni el padecimiento que los condenó a una fosa común. Tan solo queda el registro de un hombre del siglo XVIII que levantó un pleito contra los franciscanos de la ciudad para que le permitieran enterrar a su hija dentro de la iglesia. Su argumento era tajante: él había pagado grandes sumas para que toda su familia fuera enterrada junta, eso incluía a su hija. “No sabemos cómo terminó el pleito, pero creemos que lo ganó porque encontramos niños en las excavaciones dentro del templo”, explica Therrier.

En la iglesia de la Veracruz también se han extraído los cadáveres de cuatro individuos con las manos amarradas. Eran de mujeres: dos caucásicas, una negra y otra mestiza. Las causas de sus muertes eran extrañas, en sus huesos no había ninguna evidencia de lesiones causadas por caídas, impactos de bala o golpes. Aun así, los investigadores tenían un dato esencial: las tumbas databan del siglo XVIII. Eso llevó a los investigadores a concluir que las mujeres fueron asesinadas durante el asedio de Morillo, cuando las huestes españolas sitiaron a Cartagena durante 105 días, comenzando el periodo de Reconquista. La falta de lesiones en los huesos y las ataduras en las manos concordaban con una forma de castigo que en la época se les aplicaba a las mujeres. Como explica la arqueóloga principal del proyecto: “A estas mujeres las llevaban a las casas de sus amigos para que fueran azotadas en público, como una lección para los demás”.

Son pequeños datos como estos los que permiten reconstruir las vidas de estas personas, todo un cúmulo de historias frágiles y sencillas, que han sido envueltas por la mortaja del olvido. No hay nada que atestigüe su corto paso por este mundo, no hay rastro escrito de sus nombres, de sus vidas, del trabajo que han dejado en esta tierra. Lo único que quedan son los huesos, pequeños esbozos de la vida de una persona. “La historia se escribe sobre los blancos, sobre los héroes, sobre los que tuvieron mayor prestigio político o social” –explica Therrier–. “Por eso debemos utilizar la arqueología, la genética, la química y la física para narrar el relato de esas personas que no tienen historia”.

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