Kensington, Filadelfia, algún día fue una zona industrial de gran auge, hoy en día se asemeja a una película de zombies con un escenario post-apocalíptico. Lea aquí: ¿Está preparada Cartagena para contrarrestar el fentanilo?
Los andenes y calles están repletas de basuras, las personas no caminan, deambulan por la ciudad, como si de un “no-muerto” con ansías de cerebros se tratara, solo que en este caso son personas en busca de una siguiente dosis, que los vuelva a llevar a ese placer momentáneo que al final tanto daño les hace.
Gracias al internet y las redes sociales, se han hecho vírales diversos videos donde se le ve a “personas” o lo que queda de ellas deambular por las calles, otras nisiquiera deambulan, solo yacen de pie sin rasgo de vida en sus ojos, otras directamente encontraron en el pavimento la “comodidad” , sin embargo el panorama es aún más desolador. Las personas viven en refugios improvisados, ya sea hechos de cartón o tiendas de campaña, y muchos de ellos son víctimas del consumo de opioides.
Al caminar por Kensington, es imposible no notar escenas impactantes: pobreza, prostitución, violencia, robos y drogadicción son realidades cotidianas. Y en el epicentro de esta tormenta está el fentanilo.
En un artículo de 2018, The New York Times pintaba un cuadro vívido del área: personas inyectándose en cualquier parte accesible de sus cuerpos, cojeando, con la mirada perdida, y algunas incluso yaciendo en el suelo en un estado que parece el de la muerte.
Conocido como la “droga zombie”, el fentanilo es 50 veces más potente que la heroína y hasta 100 veces más que la morfina. Hay dos variedades: la versión farmacéutica, utilizada legalmente para aliviar el dolor intenso, y la versión ilícita, responsable de un alarmante aumento en las sobredosis. Tan solo en 2021, este poderoso opioide fue el culpable de aproximadamente 70,000 muertes, representando el 66% de todas las sobredosis en el país.
Filadelfia, situada estratégicamente entre Nueva York y Washington D.C., a orillas del río Delaware, es un testimonio de la crisis. Pero Kensington, en particular, encapsula la gravedad del problema de los opioides. Lea aquí: “No sabía qué era el fentanilo hasta que recibimos la autopsia de mi hijo”
Este barrio, que alguna vez atrajo a trabajadores por su industria, comenzó su descenso a medida que los empleos y el valor de las propiedades disminuyeron. Las fábricas cerraron, las casas fueron abandonadas y, en medio del vacío, el comercio ilegal de drogas encontró un hogar.
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