Salud


Médico con coronavirus: “Pasaba las noches pensando que me iba a morir”

La internista cartagenera Liliam Muñoz cuenta su dura experiencia con el coronavirus, una pesadilla que nunca pensó vivir.

LAURA ANAYA GARRIDO

29 de abril de 2020 07:33 AM

“Una noche me levanté y perdí la fuerza y me dejé caer en el piso. No podía timbrar, coger el teléfono o gritar. Ahí me quedé durante tres horas, en medio del vómito, llorando y sola”.

El 90% de los contagiados con coronavirus o desarrolla síntomas leves o ni siquiera se da por enterado de que el virus estuvo en su cuerpo, pero Liliam Muñoz no entra en ese porcentaje. Ella hace parte del 10% restante que padece, en el significado más crudo y absoluto de la palabra, la enfermedad causada por el COVID-19 y el primer párrafo es apenas una pequeña muestra de ello.

Liliam es médico-internista, nació hace 43 años en Cartagena y vive y trabaja en Bogotá. No tiene ninguna enfermedad de base. Gracias a su profesión sabe bien qué es y cómo se contagia el coronavirus, por eso ella y sus tres hijos comenzaron a aislarse incluso antes que el Gobierno decretara el aislamiento preventivo obligatorio en el país. ¿Cuándo y cómo se contagió? No lo sabe exactamente, lo que sí cuenta es que los primeros síntomas aparecieron el 19 de marzo, después de una jornada maratónica en el trabajo organizando los protocolos para atender a los pacientes con COVID-19, precisamente. Tenía malestar general, dolor en el cuerpo, cefalea y en horas de la noche fiebre alta con escalofríos y tos.

“Apenas tuve fiebre me di cuenta de que tenía algo de dolor de garganta y tos (no había sido consciente de los síntomas hasta este momento y se lo había atribuido al reflujo) no permití que los niños (tiene tres hijos) me tocaran y me encerré en la habitación. No permití hasta que me hospitalizaron que los niños entraran en mi habitación. Dejé la ventana abierta. (...) Apenas hice fiebre llamé a las dos clínicas donde trabajo e informé para cancelar los turnos programados”, recuerda. “La prueba me la hicieron el 20 de marzo y me entregaron el resultado el 25”. (Le puede interesar: Médicos generales y coronavirus: un miedo latente)

Día a día

Los primeros dos días del aislamiento en casa fueron difíciles porque los niños no entendían qué pasaba y ella se sentía cada vez peor. “Luego de hacer fiebre el primer día y tener el malestar, comencé a monitorizar la respiración y la oxigenación porque tenía asfixia. Pensaba pasar la enfermedad en casa, pero al segundo día estaba con confusión, fiebre que no bajaba, asfixia marcada e incapacidad de comer, mis familiares coordinaron con mi hijo mayor para llevarme a la clínica. Llegué con los índices de oxigenación bajos, me tomaron unos exámenes y decidieron dejarme hospitalizada por el problema de oxigenación. La tomografía reportó una neumonía probablemente en relación con COVID y el estado general no era muy bueno. Apenas llegué a la clínica e informé se activó el protocolo para pacientes COVID-19, me aislaron y no volví a ver a mi hijo. No tengo muy claros los primeros días de hospitalización, estaba con fiebre, con asfixia, con diarrea, vomitando, deshidratada.

“Como no podía comer, terminaron pasándome un catéter central para pasar medicamentos, hidratarme y corregir electrolitos, además de comida.

“Estaba muy débil; no lograba ni ir al baño sola, pero no podía tener ningún tipo de compañía y las enfermeras tienen sus protocolos de protección que impedían compañía o ayuda constante”, narra Liliam y agrega que dos de las cosas más difíciles de toda esta experiencia fueron la soledad y la incertidumbre... “La incertidumbre en relación con la salud y bienestar de mis hijos. El papá de ellos estuvo súper pendiente pero a mí no me decían gran cosa e igual no estaba en condiciones ni de hablar con ellos, eso fue muy duro”. (Lea también: 21 médicos de la Clínica San José de Torices renuncian por falta de insumos)

¿Que si sintió miedo?, claro, ¿quién no?

“Un par de noches sentí que no podía más. Que hicieran lo que tuvieran que hacer para quitarme la asfixia, pero yo sé que la mortalidad de los pacientes intubados es muy alta, entonces tenía miedo que me intubaran y así pasaba la noche pensando que me iba a morir.

La fortaleza de mi familia, mi exesposo y algunos de mis amigos, y la esperanza de ver a mis hijos fue lo que me mantuvo con la energía para poder navegar en esos días”.

Liliam, de nuevo por su formación como médico, llegó a pensar que sí, quizá algún día se contagiaría del nuevo coronavirus, pero nunca se imaginó que pasara tan rápido y tampoco que llegaría a padecer la enfermedad con tanta intensidad. “No pensé pasar 15 días en el hospital y estando hospitalizada no podía creer que me podía morir de eso. Teniendo tanto cuidado con los pacientes, estando aislada en casa por lo menos desde principios de marzo era difícil concebir que esto me iba a pasar”... pero pasó, por fortuna ya pasó.

Liliam comenzó a mejorar al décimo día, después de un tratamiento agresivo con antibióticos y otras sustancias, y al decimoquinto le dieron de alta. Luego de salir de la clínica la prueba siguió positiva, así que tuvo que llegar a la casa nuevamente en cuarentena por varios días hasta que finalmente salió negativa. (Le puede interesar: La gran misión de Sofía Juan, una enfermera cartagenera en Nueva York)

¿Cómo ha sido su recuperación?

“Durante la estancia en el hospital tuve una limitación funcional muy importante. No podía caminar, casi ni levantarme de la cama. Entonces la rehabilitación y recuperación ha sido agotadora. Recuperar la fuerza, caminar a un ritmo decente ha sido agotador. Me puse una programación física diaria con ejercicios físicos y respiratorios y la estoy intentando cumplir estrictamente para poder regresar a mi Unidad de Cuidados Intensivos con toda la energía y en la mejor forma física posible”.

Liliam aún no recupera el olfato ni el gusto. “Aún no siento el aroma del café ni de la comida o perfumes -explica Liliam-, lo cual es frustrante, pero ya la recuperación parece completa”. Y eso es lo importante.

Más apoyo a los médicos

“A los médicos se nos debe, desde la gente del común, apoyar. Trabajar con miedo es tenaz, trabajar con el equipo de protección es agotador (las máscaras, los trajes, las batas son calientes, pesados e incomodos), trabajar sin equipo de protección es terrorífico. Y además tener que lidiar con discriminación, agresión y con personas que no se cuidan es frustrante y desmotivador.

“A las instituciones: trabajar sin los equipos de protección adecuados es un suicidio y obligar a trabajar a alguien sin equipos de protección adecuados es criminal”.

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