Facetas


“Cuando uno deja de soñar, está muerto”: historia de un vendedor ambulante

“Lo que más maltrata a uno es el sol, pero siempre mantengo el sueño intacto”. Una entre mil historias de vendedores ambulantes en medio del coronavirus.

“La misma gente (los conocidos) fueron los que me dijeron que podía hacer esto, cuando se me desarrolló la voz. Me decían: ‘Tienes voz de locutor’, pero yo no le prestaba atención a eso. A mí lo que me gusta es la música. Yo compongo vallenato, champeta, tengo varias canciones por ahí, inéditas”, relata Daniel Bastista Arroyo. (Lea tambien: Así les va a los vendedores en su trasegar por los barrios de Cartagena)

Lleva las ganas bien puestas y ni el sol con toda su furia lo ha hecho desistir. El pavimento arde, sus pies y su piel también. “Bueno, ya que el camino de la música es bastante difícil, se me abrió camino en esto (en la locución). Empecé cuando existían Los Chagualos, ahí me fui soltando hasta que llegué a una emisora comunitaria en El Carmen de Bolívar, después trabajé en San Jacinto, en Sincelejo y la última emisora que he pisado es Colectiva, aquí, en Cartagena. Me apasiona la radio. Es lo que siempre he soñado, estar en una cadena de radio comercial y bueno, el sueño de todo el mundo: salir adelante”, cuenta.

Mientras eso pasa, mientras surge en aquel mundo tan difícil y asediado, él sigue ahí, intentándolo vez tras vez, ahora caminando, usando su voz también para sobrevivir, pero de otra forma. “Yo soy de Sincelejo, mi mamá es de El Carmen de Bolívar y allá viví gran tiempo y de allá me vine para acá, en busca de eso, tocando puertas en emisoras comerciales, pero bueno, se metió esto (la pandemia del coronavirus) y cambié el micrófono por esta vara que tú ves aquí”. La vara de madera de dos metros lleva colgadas bolsas plásticas y dentro de las bolsas hay tomates, zanahorias, cebollas y, a veces, ajo. Cuando comenzó la crisis por el coronavirus en Cartagena, a la vez surgió una crisis para su vida. Pese a las restricciones por el COVID-19, es uno de los vendedores ambulantes que deben salir a la calle para sobrevivir, porque no tienen más alternativa. Pese al miedo a contagiarse. Pese a que el peligro es invisible y está en cualquier lugar, de cualquiera de las tantas cuadras y de los tantos kilómetros y de las tantas manos de las que reciben dinero en el día.

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A la 7:50 a. m. pasa por la casa el vendedor de ñames, que también lleva yuca, plátano, papa, berenjena y limón. El grito de José anuncia su llegada varias cuadras antes y así mismo se pierde a lo lejos con su partida. “Papayaaaaa, melón, patillaaa”, ahora es otro cantar, el de Armando, el frutero, también lleva mamón, mango, mandarina, naranja, uvas, piña, fresa... La carretilla está llena. Son poco más de las 8. “Bolsas de basuras, bolsas de basura, a la orden bolsas de basuras”, este otro grito, con acento venezolano, casi se cruza con la voz de Armando, para minutos después darle paso al cántico de “lleve la mojarra, mojarra grande, mojarra roja, mojarra buena (...) Quince limones por mil. platanito, 5 por mil pesos”. Y así, va transcurriendo la mañana, con frutas y verduras; la tarde con “el bollo de mazorca, de yuca, de coco y negrito, queso, chicharrón”, con la “alegríaaaa, cocada, el caballitooooo”, con “los controles de televisor”, otra vez las “bolsas de basura, bolsas de basura”, y la noche con: “¡el peto!”, “¡el pan, el pan!” y “¡las panochas con coco!”. (Lea aquí: Vendedores de Bazurto presentan propuestas para reapertura de negocios).

En el Caribe, en la Costa, somos tan afortunados que tenemos nuestra propia sinfonía mercantil ambulante, un radio parlante en vivo, que en estos tiempos se ha colado más allá de nuestros muros, por más de una conversación online llegando a los confines del mundo. Ellos, dicen, no tienen la opción de quedarse en casa, aunque deberían hacerlo. “No podemos porque quién responde por nuestros hijos. Yo tengo tres hijos y tengo que pagar arriendo”, dice José Ángel Galindo, vive en Olaya Herrera, sector Rafael Núñez. Alquiló una carretilla a 5 mil pesos el día para vender huevos. “¡A la orden los huevos!”, grita. Se intercala la cantada con su compañero Julio Zambrano. Ya han pasado Los Calamares, Los Caracoles, La Troncal.

“Vengo desde allá, del lado de Policarpa, recorro más de diez kilómetros, diarios. Me levanto a las 2 de la madrugada a salir a buscar el producto. Esto -del coronavirus- ha sido teso, a veces uno sale y no vende (...) En la plata que nos dan... uno no sabe se si va a contagiar. Pero ajá, si uno no lo hace, ¿cómo hace para sostenerse?”, me explica el señor Adelmo Marimón. Es de contextura gruesa. Está agitado, parece ahogarse entre el sudor, el tapabocas y el sol. “¡Aguacate!”, exclama antes de marcharse.

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“No hay día malo, para qué. Siempre que uno salga y venda algo y lleve algo para la casa, el día siempre es bueno. Hay mucha gente que también hace esto. No solamente yo. Hay muchos profesionales que también hacen esto, no solo yo. Es lo que está dando plata ahora”, dice Daniel y se le escapa ese tono grave de locutor en la voz. Hace un mes que se lanzó a las calles como lo hacen decenas de vendedores ambulantes en Cartagena. “Tomate, cebolla, zanahoria”, grita.

“En principio fue difícil, pero yo soy del campo también. He tirado machete, trabajado albañilería, he sido tendero, me le mido a lo que sea, no me da pena, no me da vergüenza nada. Siempre lo dije, cuando estaba en la emisora, si algún día me tocase llegar, coger y vender lo que sea por la calle, yo lo hago, y efectivamente lo estoy haciendo”, señala. La vara de madera tiene un pedazo de tela envuelto en la mitad, para evitar maltratarse los hombros, reposa ahora sobre su rodilla izquierda, inclinada en el andén. Se limpia el sudor en la frente y prosigue. “Mi papá vive en Barranquilla, mi mamá está en El Carmen de Bolívar. Tengo una hermana que se quedó atrapada en Ecuador. Tengo una niña de dos años, hay que ser responsable y debo responder por ella. Nada más estamos los tres (su esposa, él y su hija), vivo donde una prima, por allá en Campo Bello, detrás Nelson Mandela”. (Lea también: Butifarreros, vendedores de arepas y chuzos dicen presente en medio de la pandemia).

Para llegar hasta este sector de Blas de Lezo, salió a las 7 de la mañana y recorrió buena parte de la
Localidad Industrial y de La Bahía. Me pide que apague la cámara, porque va a cantar ‘Palomita’, una de sus canciones inéditas. No quiere que alguien se le robe la letra. Es una champeta. La entona. Y sí, tiene talento, es ‘pegajosa’ y mucho. Sería un éxito. “Lo que más maltrata a uno es el sol, pero siempre mantengo el sueño intacto. Creyendo que todo se hace realidad. Yo sigo escribiendo: tú me cuentas una historia, una anécdota tuya, y yo de ahí saco un tema, esa es otra faceta que tengo. Es una faceta que muy pocos conocen, la mayoría me conoce como locutor pero no como compositor”. Ojalá y en los caminos que hoy recorre se tope con alguien que lo saque del ‘anonimato’ y haga brillar todo el talento que lleva. Que es mucho. “Dios me tiene la oportunidad y, si ha permitido que haya pasado por estos procesos complicados, seguramente me tendrá algo bueno. Mis sueños siguen intactos, porque cuando uno deja de soñar... uno está muerto”.

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