Facetas


Gloria Triana, memoria del Nobel en Estocolmo

GUSTAVO TATIS GUERRA

03 de junio de 2018 12:30 AM

Fue como recoger los pasos perdidos. 

La antropóloga y documentalista Gloria Triana, la artífice de la delegación folclórica que acompañó a García Márquez a Estocolmo en la entrega del Premio Nobel de Literatura en diciembre de 1982, emprendió una aventura descomunal: buscar a los sobrevivientes de aquella delegación, visitarlos, y regresar a Estocolmo.
El resultado encarnizado de esta hazaña que la ha dejado extenuada pero colmada, es el documental Cuando Colombia se volvió Macondo, de 90 minutos, coproducción de Señal Colombia y Ministerio de Cultura, que reconstruye todos los momentos con sus protagonistas.


Fue su hermano Jorge Alí, quien le propuso que toda esa travesía debía ser narrada por ella misma en los lugares y personajes aludidos. Verónica Triana, su sobrina, la puso en contacto con los productores suecos. Gloria le pidió a su amiga Totó la Momposina que la acompañara en esta travesía, que la devolvió a Talaigua, Mompox,  al mismo  viaje inicial  por el río Magdalena que hicieron hace 45 años, y finalmente, al frío de Estocolmo. Las dos regresaron al barco hotel donde se hospedó la delegación musical. Un barco vikingo que en verano  es hospedaje de estudiantes del mundo. Los amigos e invitados de García Márquez, se alojaron en el Gran Hotel Amaranten.

Totó y Gloria entran ahora en el barco hotel en la bahía de Estocolmo, que está muy cerca del Gran Hotel. Ella y yo estamos viendo el documental en su apartamento de Cartagena, que se filmó en abril de 2017. La madera del barco está reluciente y Totó dice que está mejor que en 1982, cuando ellas compartieron un camarote allí. Totó dice que el tiempo les ha dado más experiencia de vida y está dispuesta a cantar con los mismos bríos de 1982. Gloria dice con cierta ironía: “Para qué sirve la experiencia...”

Gloria guarda en varias carpetas, los periódicos colombianos que antecedieron al viaje, y los editoriales. Una semana antes, un periódico al saber que García Márquez  iría vestido de liquiliqui y acompañado de una delegación de más de sesenta músicos de todo el país, le sugirieron que “dejara el carnaval para nosotros”.

Roberto García-Peña “Dartagnan”, calificó a la delegación de frívola y tituló que Colombia haría “un acto de lesa lobería” en Estocolmo. La locura de llevar noventa personas a la entrega del Nobel, cuando la organización solo le permitían llevan un pequeño grupo, se le debe a dos personas: al presidente Belisario Betancur, y a la ministra Aura Lucía Mera, quien fue donde Santo Domingo, gerente de Avianca, y dijo: “Necesito  que me presten un jumbo para llevar toda la delegación”.

“Soy lobo de provincia”, dijo sonriente Belisario, al evocar aquellos días, entrevistado por Gloria. Y le dijo a Dartagnan que “ser lobo es parte de mi biografía. Lobo Betancur”.

La fiesta, empezó dentro del avión, que salió del aeropuerto El Dorado. Todo el mundo iba silbando La piragua, de José Barros, recuerda Juan Gossaín. En el aeropuerto de Estocolmo una señora rubia se le acercó a García Márquez para decirle que lo que más le impactaba de él, era su imaginación y el manejo del idioma, pero él le dijo: “Mire, en mi país hay un compositor que en una de sus canciones dice: “Ya no cruje el  maderamen en el agua”. Mire usted cómo escriben en mi país”, dijo García Márquez evocado por Gossaín. La presencia colombiana en Estocolmo aquella semana de diciembre fue una fiesta. Los suecos  sonreían y palmoteaban con solo verlos tan expresivos y carnavalescos a 12 grados bajo cero, mientras las carcajadas quebraban los livianos cristales de la nieve. “Fue el acontecimiento más importante de la cultura de Colombia en el Siglo XX”, dice Gossaín al recordarlo. Los suecos contemplaron perplejos  300 piezas del Museo Nacional que sen exhibían por primera vez en Estocolmo. La poeta sueca Sara Lidman escribió por aquellos días gloriosos que “Macondo está en todas partes”. García Márquez leyó en Estocolmo, su cuento“El último viaje del buque fantasma”. Gabo le puso la mano al hombro al arpista llanero Carlos Rojas, “Cuco”, que también iba vestido con su liquiliqui, y le dijo: “Nos va tocar abrir una fábrica de liquiliquis porque se pondrán de moda”.
Para Santander Durán solo dos seres con nombres de arcángeles como Rafael Escalona y Gabriel García Márquez, lograron el privilegio universal de que el vallenato llenara con su música el recinto ceremonial del Nobel. Escalona, hijo del coronel Clemente Escalona Labarcés, veterano de la Guerra de los Mil Días, como Gabo, nieto de otro coronel veterano de la misma guerra.

“Allí empezó todo”, dice Gossaín.

La reina sueca estaba  punto de bailar al ritmo de los vallenatos de Poncho y Emiliano Zuleta. Suspiró de alegría que bastó su aceptación con la mirada para que los músicos tradujeran que pedía a la sueca “que toquen otra”. La voz de Totó la Momposina en 1982 colmó el aire del recinto ante dos mil personas. Ahora en el mismo auditorio, solitario en 2017, Totó vuelve a cantar la cumbia “Soledad”, con la misma intensidad que le devuelve la nostalgia. “Canta mejor”, dice Gloria. Pero el sentimiento le humedece los ojos.

Gloria Triana  se reencontró en Estocolmo con el  director de la orquesta sinfónica que interpretó obras de Bela Bartok, predilectas de Gabo, dialogó con el fotógrafo escogido por la Academia Sueca para hacerle las fotos a Gabo, y estuvo a punto de llorar cuando un minuto de aquellos archivos de la televisión sueca costaban 6 mil euros para ser utilizados para su documental. De las fotos inolvidables que alcanzó a ver, estaba Gabo con la rosa amarilla suspendida en su boca. Gloria dialogó con el chef que preparó aquella cena Nobel y regresó a conversar con algunos colombianos que residen en Estocolmo. En la emisora  Totó la Momposina fue entrevistada otra vez como si aquel diciembre se hubiera detenido en el tiempo.
La delegación colombiana, por iniciativa de Leonor González Mina, “La Negra Grande de Colombia”, compró ositos para regalar al regreso a Dartagnan, y el periodista se retractó en otro editorial:“Fue un acierto”.

La prensa sueca escribió durante aquella semana que los colombianos les habían enseñado en toda la historia del premio, cómo celebrar un Premio Nobel de Literatura. La memoria de los pasos perdidos es como la risa que estalla en el rostro de Carlos Franco, cuya herencia folclórica está viva en Barranquilla. 

El documental dirigido por Gloria Triana y codirigido por Álvaro Perea, será un material imprescindible de memoria visual del país en 1.400 bibliotecas de la Red  Nacional de Bibliotecas. Y para 2019, gracias a Mincultura, se hará una versión para cine. 

Epílogo
La nieve cae en la memoria.

Gloria conserva  el menú de la cena del Nobel, filete de reno marinado con salsa de mostaza, trucha asalmonada, cocida en eneldo y crema;  helado parfait Nobel y tres posibilidades de vinos: champagne Montaudon, Chateau du Cruzeau, Moscatel de Setubal, café y agua mineral.
Recuerda que le preguntó a  Gabo cómo se había sentido, y dijo. “Me hicieron sufrir”, refiriéndose a toda la tensión  generada previo al viaje. En una cena junto a Santiago Mutis, Gabo entró en un gran silencio para decir con sorpresa: “No sé qué fue lo que pasó, pero de un día para otro, amanecimos viejos todos”. 

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