Es una idiotez que hoy en el Congreso de los Estados Unidos se murmure entre sus pasillos sobre la existencia de ovnis. Es una tontería si hace 85 años, el 30 de octubre de 1938, una cuadrilla élite de extraterrestres aterrizó en un paraje desolado. Lea: Leonardo Padura, el béisbol lo hizo el escritor que es hoy
Señoras y señores, interrumpimos nuestro programa de baile para comunicarles una noticia de última hora procedente de la agencia Intercontinental Radio (...) Tengo que anunciarles una grave noticia. Por increíble que parezca, tanto las observaciones científicas como la más palpable realidad nos obligan a creer que los extraños seres que han aterrizado esta noche en una zona rural de Jersey son la vanguardia de un ejército invasor procedente del planeta Marte.
Tras esa noticia radial, escuchada por doce millones de personas en Estados Unidos, hubo un sinnúmero de ataques de pánico, saqueos y tiroteos. Aún no existía el 911, pero los teléfonos no paraban con llamadas de auxilio y reportes de alienígenas atacando gasolineras. Pero todo fue un engaño. Fue la gran gesta radial de un joven locutor Orson Welles, quien luego se convirtió en uno de los directores más reconocidos del cine con su película Ciudadano Kane.

Orson Welles en la noche que paralizó a un país.
Cuando un genio se aburre de su monótono alrededor, muchas veces acaba con su vida o escribe un pésimo libro o cae en los vicios de la farándula. Pero cuando ese hastío por la cotidianidad se condensa y crea algo, le regala a la humanidad piezas inolvidables del arte de la sorna. Es llevar la mentira a un culmen que no hace daño, y sí divierte mucho. Eso pasó con Gabriel García Márquez y Rubén Blades, con una dosis menos terrorista que la aplicada por Welles en 1938.
César Guerra Valdés, sociólogo y afamado poeta nicaragüense, ganó reconocimiento a mediados del siglo XX por su prosa cruda, veraz y vanguardista. Por su espíritu díscolo muchas veces fue exiliado de su país, pero pasó a la historia por la métrica de su rebeldía que hizo eco en los corazones de todo un continente aún subyugado. Pero Guerra no era alto ni estilizado ni introvertido. Guerra Valdés nunca existió y todo este párrafo es pura cháchara.
El poeta es uno de los tantos y ricos derivados de una pernicia. Fue creado, en una de esas noches taciturnas en el parque Apolo del barrio El Cabrero, por Héctor Rojas Herazo, quien fue el de la idea, Gabriel García Márquez y Gustavo Ibarra Merlano.
Los tres escritores, periodistas en 1948 de El Universal, llevaron la broma al máximo nivel cuando en los meses siguientes Guerra Valdés protagonizó entrevistas, perfiles, noticias y hasta columnas de opinión sobre su persona. Incluso, Gabo describió su físico y lo portentosa de su visita a la ciudad en Punto y Aparte, un espacio en el que escribía de cultura, poesía y literatura; y Rojas Herazo en Telón de Fondo elogió la poesía “excelsa” del nicaragüense.
La invención fue de una riqueza intelectual tan grande que hasta dos poemas, Invocación vital para mi hermano el hombre e Invitación al hombre universal, del Neruda de cuero fueron autorizados para publicarse por Clemente Manuel Zabala, jefe de redacción en esa época de El Universal.

Siempre con su sombrero de yarey y las trazas de un habano recién apagado rodeándolo bajo una estela de cubanía. Así es Medoro Madera, una de las voces más características del son de Santiago, mismo terruño de Compay Segundo e Ibrahim Ferrer. Su garganta entremezclada con el sonido de un tres cubano descorchan botellas de ron a control remoto.
Un perfil digno de cualquier cantante del Buena Vista Social Club, aunque Medoro nunca ha cantado allí. Ese viejo de las montañas cubanas, que recuerda a Polo Montañez, no existe.
En la década de los 80 fue creado por Rubén Blades impostando su voz, obligando a sus cuerdas vocales prodigiosas a cantar como un ser diferente. No se trata de un Yo me llamo fulano, sino la construcción de otro artista que solo los bendecidos con un talento tan colosal se pueden permitir. Misma escuela de Michael Jordan y de Sinatra.
Medoro Madera. Así se llamó el trabajo discográfico del salsero panameño que en 2018 fue nominado al Grammy Latino a mejor álbum tropical tradicional. Siete piezas cantadas por un Blades que ni el más fanático, de no conocer esta faceta suya, reconocería; pero, ¿quién es el anciano de ojos verdes que sale en su portada? Una construcción por computador que mezcló el rostro de Rubén Blades Bosques, papá del cantante, con la cara del interprete de Decisiones, Amor y Control y Pedro Navaja.

Carátula del álbum Medoro Madera (2018).
Cuentan que cuando el público le pide a Blades cantar “una de Medoro Madera” en algún concierto, el “intelectual de la salsa” no solo cambia la voz, sino que también transforma sus ademanes y gestos como si algo lo poseyera. Una maravilla.
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