La tecnología en el ámbito educativo no basta si no hay un plan pedagógico

Los aparatos electrónicos en el proceso de aprendizaje son solo un instrumento más. No son capaces de reemplazar la guía de un padre o un maestro que enseñe al joven a usar los computadores y las tabletas de un modo productivo.

“El uso de las nuevas tecnologías ha provocado un cambio radical en el día a día de nuestros niños y jóvenes. La realidad que ellos viven es muy distinta a la de hace unas décadas y esto hace que utilicen los aparatos tecnológicos de forma casi automática desde muy pequeños”, así lo dictamina un documento citado por la Sociedad Colombiana de Pediatría. Todos los días, es común encontrar niños pequeños en restaurantes o tiendas que están mirando un celular o una tableta mientras sus padres se ocupan de otra cosa.

Los centros educativos no han ignorado esta realidad, ni tampoco las posibles ventajas que dichas tecnologías pueden reportar para el proceso de enseñanza. Sea a través de clases en línea, de presentaciones con diapositivas, de plataformas virtuales o incluso de juegos enfocados en el aprendizaje, los maestros han encontrado formas de usar la tecnología para dinamizar sus clases y captar mejor el interés de los estudiantes.

Sin embargo, es necesario tener en cuenta que el aprendizaje es continuo y no se da solo en el colegio, sino también en la casa, y que el papel de la tecnología en este proceso depende de tres grupos: jóvenes, padres y maestros. Los profesores suelen tener más claro cuál es el papel que quieren darle a la Internet o a los computadores en los colegios y las universidades, pero los padres tienden a ser más descuidados.

Todo empieza por casa

Álvaro Bilbao, neuropsicólogo y autor del libro “El cerebro del niño explicado a los padres”, ilustra cómo las nuevas tecnologías pueden predisponer a los niños a no prestar atención en las clases: “ponerles el dispositivo para distraerlos mientras comen o los vestimos va a entorpecer el desarrollo de su capacidad de concentración. Paradójicamente, algunos padres que usan las tabletas para distraer a sus hijos se sorprenden de que ellos no se concentren en la pizarra o en la profesora”.

Bilbao recomienda que a los niños no se les deje utilizar aparatos electrónicos sin supervisión hasta los 6 años, como mínimo. Los padres deben ser claros en las reglas y los horarios de uso que sus hijos deberán respetar. Idealmente, afirma, un niño no debería estar más de 45 minutos al día expuesto a estos dispositivos, sea la televisión, una tablet, el celular o una consola.

Fomentar este tipo de hábitos repercutirá de forma positiva en el niño y lo ayudará cuando se encuentre en el salón de clase, donde no estará expuesto a la misma nube de estímulos que le proveen, por ejemplo, Youtube o un videojuego, que están hechos para acaparar todo su interés.

Aunque es verdad que estos dispositivos pueden tener efectos positivos asociados con la resolución de problemas y el desarrollo del pensamiento lógico - matemático, también es cierto que “el cerebro necesita ratos de espera y aburrimiento para desarrollar habilidades como la creatividad o la capacidad para tolerar la frustración”, afirma el neuropsicólogo.

Julio Gómez Mora, decano de Programas Virtuales de la Universidad Tecnológica de Bolívar (UTB), afirma enfáticamente que “por sí solas, las nuevas tecnologías no tienen ventajas ni desventajas en el salón de clase. Son ventajosas si se aprovechan de acuerdo con una intención educativa claramente definida, nocivas si se hace un uso indiscriminado de ellas. Por eso, no se pueden usar por usarlas o permitirlas por permitirlas, no se debe improvisar con ellas”.

Siempre que haya un plan establecido y que las tecnologías tengan un rol definido dentro de ese plan, sus beneficios se harán evidentes. El decano afirma que estos incluyen el “ahorro de costos, de tiempo y desplazamientos, así como la posibilidad de introducir dinámicas novedosas que se ajusten mejor a cómo perciben el mundo las nuevas generaciones. Las posibilidades son infinitas”. Resalta que es importante que los maestros se capaciten y familiaricen antes con los dispositivos y sus posibilidades para saber cómo, cuándo y para qué pueden utilizarse. Si no lo hacen, estarán malgastando un recurso potencialmente valioso.

Jorge Luis Muñiz Olite, decano de la facultad de Ciencias Básicasde la UTB y magíster en Educación, afirma que es preferible que se permitan solo dispositivos y software pensados específicamente como herramientas pedagógicas. Los celulares y los computadores portátiles, por ejemplo, fueron hechos para la comunicación y el entretenimiento, por lo que “se convierten en grandes distractores” tanto dentro como fuera del salón de clases.

“Estas tecnologías tienen de todo: son beneficiosas, son distractoras y tenemos que incorporarlas adecuadamente al salón de clase, no negarlas. Pero primero que tenemos que estar cualificados para saber utilizar correctamente estos canales comunicativos y promover la revisión de contenidos adecuados para el proceso de aprendizaje”, puntualiza Muñiz.

Los comienzos de la tecnología en la educación

Los intentos por introducir máquinas en el proceso educativo se remontan al menos hacia la década de los años 20, cuando Sidney L. Pressey inventó la primera “máquina de enseñanza”. Su invento era un ordenador rudimentario, poco parecido a las computadoras modernas, que mostraba a los estudiantes una serie de preguntas de selección múltiple. Los colegiales debía responder correctamente si querían que la máquina los dejara avanzar a otra pregunta.

Más tarde en los años 50, B. F. Skinner, profesor de psicología de la Universidad de Harvard, produjo una máquina un poco más compleja y más amigable con los aprendices. “El estudiante conoce los resultados de su desempeño inmediatamente y se libera de la ansiedad de preguntarse si acertó o falló. Su trabajo se vuelve placentero y no tiene que forzarse a estudiar. Además, progresa al ritmo que le resulta más eficiente. Los más diestros en una materia no tienen que esperar a los que aprenden más lento y estos últimos no se ven obligados a ir demasiado rápido”, afirmaba Skinner.

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