Cartagena siempre ha dependido fuertemente de sus muelles. Su posición estratégica la hacía la puerta de entrada del comercio en las colonias suramericanas y el comercio marítimo fue, y sigue siendo, una de sus actividades principales, clave para salir de la decadencia económica en la que entró a principios y mediados del siglo XIX.
Quizás el más icónico de todos los atracaderos de la ciudad, para locales y foráneos, sea el Muelle de los Pegasos en la bahía de Las Ánimas. En otros tiempos, no fue el “parqueadero” de yates y restaurantes flotantes, sino uno de los móviles de la economía del cartagenero de a pie, gracias a que se encontraba junto al mercado público de Getsemaní.
El inicio
En 1791, junto con todo el sector que hoy le corresponde al Muelle de la Bodeguita. Esta zona fue el principal puerto de Cartagena durante las dos décadas que le antecedieron a la Independencia (recuérdese que la muralla era más extensa y la ciudad se reducía al Centro, Getsemaní y otros pocos barrios).
Más tarde, a partir de 1900, se convirtió en el atracadero principal de las embarcaciones de cabotaje (es decir, aquellas que no pierden de vista la costa) “que venían desde el río Sinú y el Golfo de Morrosquillo”, anota la historiadora y docente María Teresa Ripoll.
Paralelamente a este desarrollo, las autoridades venían planteándose la necesidad de ubicar los dispersos locales comerciales de Cartagena en un solo sitio. “El mercado nació a finales del siglo XIX porque Cartagena no tenía un mercado público unificado tras casi cuatro siglos de existencia. Antes había pequeños abastos en la ciudad”, explica una investigación publicada en la revista El Getsemanicense. Le puede interesar: Secretos del tercer pegaso.


María Teresa Ripoll
La ubicación escogida, justo donde se encuentra el actual Centro de Convenciones, resultó ideal. “El Muelle de los Pegasos fue especialmente importante cuando estuvo en la vecindad el mercado de Getsemaní, que diseñó Luis Felipe Jaspe y construyó el maestro de obras Joaquín Caballero Rivas. El mercado era surtido por las barcazas de navegación a cabotaje que atracaban en Las Ánimas”, anota la historiadora Ripoll.
Eventualmente, todo ese modelo de negocios desapareció por dos factores: el traslado definitivo del mercado a Bazurto en 1978, por razones de deterioro, salubridad y espacio, por un lado, y el surgimiento de diferentes cadenas de centros comerciales, por otro.
Después de eso, sobre el Muelle de los Pegasos sólo quedaron algunos kioscos de comida que fueron reubicados en el 2007. Hoy día, como mencionábamos, es principalmente conocido por ser el atracadero de embarcaciones vistosas, barcos-restaurantes y yates de lujo. Puede leer: El sabor del viejo muelle.
¿Qué hay de las estatuas?
Los pegasos de ahora no son los originales. El origen de las primeras estatuas que estuvieron en el muelle es algo incierto, así como su desaparición. El periodista Gustavo Tatis Guerra relata que “los primeros pegasos, que eran solo dos, fueron ideados y fundidos por el artista cartagenero Miguel Caballero Leclerc, encomendado por el Concejo de Cartagena. Se trataba de instaurar una obra que embelleciera el panorama del muelle”.

Según el archivo fotográfico de la ciudad, los pegasos existirían al menos desde 1920. Infortunadamente, no parece haber mucha información en torno a Caballero Leclerc. Eduardo Lemaitre lo menciona en su Historia General de Cartagena como un “pintor y caricaturista”.
María Teresa Ripoll, por su parte, tiene una teoría distinta: los pegasos originales habrían sido hechos en y traídos desde Italia por Juan Bautista Mainero y Trucco, inmigrante italiano, inversionista y uno de los hombres más ricos de Cartagena. Muchas de las estatuas de corte neoclásico que todavía existen en la ciudad, como el obelisco del Parque Centenario y el Cristóbal Colón de la Plaza de la Aduana, fueron donadas por él.
Para mediados del siglo XX, las estatuas de Leclerc se habrían deteriorado significativamente. “Desaparecieron sin que la mayoría de la gente sepa quién se los llevó”, cuenta Ripoll. En efecto, en el registro fotográfico que va desde 1969 hasta los años 80, los viejos pegasos no aparecen.
El conjunto actual, conformado por tres pegasos, es de la autoría de Héctor Lombana. Fue entregado en 1992 y restaurado en el 2017.
Sobre Lombana, puede decirse que nació en Riofrío, Magdalena, y fue un prolífico escultor. De su autoría son el actual Monumento a los Zapatos Viejos, la estatua central del Parque del Cangrejo y la de Miguel de Cervantes, así como varias otras esculturas en Colombia y otras en Panamá y Estados Unidos.
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