Si la vida te ha cambiado a ti, que no tienes coronavirus, imagínate por un momento lo que atraviesa veinticuatro horas y de lunes a domingo un paciente diagnosticado con COVID-19. Liliana Ricardo, hermana de Arnold de Jesús Ricardo —el primer muerto por coronavirus en Colombia—, es una entre los 798 casos por COVID-19 confirmados hasta ayer en Colombia y de los 715.660 en el mundo.
Desde la lejanía de una llamada telefónica, ella me cuenta que los catorce días de aislamiento que le recomendaron los médicos terminaron oficialmente el domingo 29 de marzo, pero que ella sigue sin querer ni siquiera asomarse al balcón y no lo hará hasta que la pandemia pase, a menos que sea absolutamente necesario. Y Liliana no planea salir a la calle por ahora, porque, además, es consciente del decreto que ordena el aislamiento preventivo para todos los colombianos. (Le puede interesar: El viacrusis del médico que atendió a taxista sospechoso de coronavirus)
“Yo estoy en cuarentena por decisión propia incluso desde antes que confirmaran que tengo coronavirus —me dice Liliana, que tiene 54 años y una voz dulce, pausada—. No salgo ni al balcón y la basura la saco a través de la ventana, para sacarla espero que todo el mundo por el barrio esté dormido, pero, aunque no vea a nadie por aquí, no salgo; es que no quiero contagiar a nadie, no necesitamos más contagios”.
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Liliana recuerda bien los últimos días de su hermano Arnold, muerto el 16 de marzo pasado (once días después de manifestar el primer síntoma: una fiebre inquebrantable que le sobrevino luego de transportar a dos turistas italianos), y no puede evitar sentir dolor profundo porque ella cree que Arnold, su querido Arnold, hubiera podido salvarse con algo más de esfuerzo médico, pero incluso con el peso de la tragedia a cuestas se calma y se llena de fuerza, de fe y de disciplina: al fin y al cabo eso es lo que más necesita para cumplir con el propósito de ganarle esta batalla al coronavirus sin infectar a nadie. Su propósito va bien. (Puede leer: Habla mujer con coronavirus, hermana de taxista que murió en Cartagena)
“Al principio tenía mucha fiebre y me dolía el cuerpo; a mí no me dio dolor de cabeza, ni dolor de garganta, ni tos”, recuerda, pero ahora ya no queda rastro de la fiebre, en cambio sí tiene un poco de tos... a veces.
¿Y miedo, sintió miedo? No. No ha habido, ni siquiera el día que se murió su hermano y le confirmaron que el virus que tanto pánico infringe en los hombres habitaba en su cuerpo. Y sí: Liliana está lejos del miedo pero, en cambio, abraza la esperanza de un futuro mejor, aunque todavía nadie sepa cuándo acabará la pandemia.
¿Y la rutina?, pues su día a día no ha cambiado tanto: Liliana se levanta todos los días a eso de las 6:30 de la mañana y comienza con los quehaceres de la casa. Ahora, más que nunca, se lava las manos, lava el baño, lava la ropa todos los santos días, así como las cortinas, las sábanas... “Las manos me quedan arrugadas de tanto lavármelas y ese recibo del agua me irá a venir bien caro, pero no me importa, tengo que mantener todo en la casa bien limpio”, dice, se ríe y me cuenta que siempre que puede evita abrir la nevera. “Las veces que me toca hacerlo, me aseguro de tener las manos bien limpias”, agrega desde el lugar donde permanece sola día y noche, el mismo espacio en el que solía vivir junto a su hermano. La misma casa que habían amenazado con apedrear en Los Alpes... “Pero la dueña es una señora muy calmada, muy buena, y me dijo que nadie me iba a levantar la casa a piedrazos, que estuviera tranquila”.
La única compañía posible en días de pandemia para esta cartagenera es la voz de algún familiar o amigo a través del celular, o la de los médicos y las autoridades, que la llaman frecuentemente para monitorear su evolución respecto al virus. “Me han visto tres médicos —Liliana bosteza y me pide disculpas, dice que le han dado unos medicamentos que la tienen así, con sueño por ratos, y yo tengo la impresión de que le pesa la lengua al hablar—. ¿Qué sigue en este proceso?, pues el protocolo dice que son tres pruebas, hace unos días me hicieron una, pero me dijeron que una máquina se había dañado, así que yo creo que me deben estar dando los resultados a finales de esta semana, ya no creo que me los den hoy (lunes), ni mañana”.
Pero, ¿saben qué? Después de todo, Liliana no está tan sola. Todos los días la acompaña la solidaridad, un ¿sentimiento o valor? que no es tangible pero que sí la alimenta: si tiene algo que comer es gracias a la solidaridad de algunos familiares y hermanos de fe, que le han donado mercados con los que ella misma puede prepararse el desayuno, almuerzo y cena.
¿Y saben otra cosa? Podría estar menos sola y nosotros podemos ayudarle. ¿Cómo? ¡Siendo más solidarios!
“Sí me gustaría que me ayudaran cuando todo esto acabe, ojalá que yo pudiera conseguir un trabajo porque prácticamente Arnold era quien me mantenía, yo soy maquilladora del Sena, también hice algunos cursos de cocina, antes yo hacía comidas por pedidos, y también estudié algo de pedagogía. Espero poder conseguir un trabajo, pero eso tendrá que ser después.
“Te cuento que tengo bastante arroz, pero no mucho con qué comerlo y también me hace falta el detergente Fab”, dice. (Lea aquí: “Taxista fallecido arrastraba problemas cardíacos”, sindicato de taxistas)
Y por último, pero nunca menos importante, podemos ayudarla quedándonos en casa: “Quisiera decirles a todos que, por favor, recurran al amor por ustedes mismos y por los suyos. Quédense en la casa porque si salen y contraen el virus, se lo van a pasar a sus mamás y sus mamás, quizá, van a tener que ser hospitalizadas y cuando las hospitalicen ni siquiera van a dejar verlas. Y si alguna muere, ni siquiera van a poder ir a su sepelio, no la van a volver a ver ni siquiera en el sepelio porque no le permiten a nadie ir... a Arnold no lo pude ni despedir. No salgan, no carguen en su conciencia con el peso de la vida de nadie, no van a ser capaces de soportar ese peso”.
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