Facetas


Coronavirus: la segunda batalla de una madre por volver

Tres miembros de una misma familia luchan contra el nuevo coronavirus, pero la batalla más dura la libra la mamá sin perder jamás la esperanza.

LAURA ANAYA GARRIDO

14 de junio de 2020 08:00 AM

Al otro extremo del chat, Tatiana* me confesaba la única y poderosa razón que la mantenía aferrada a la esperanza, al hecho tan simple pero ahora tan complejo de respirar: justo antes de subirse a la ambulancia que la llevó desde su casa hasta el hospital, su hija de seis años le había dicho que la iba a esperar ahí, porque quería volver a jugar con ella. Volver a abrazarla.

Esta era la segunda vez que Tatiana vivía esa escena. La segunda vez que su hija la veía salir de la casa así. Pero ella no estaba abatida, estaba llena de esperanza aunque respirar se le hubiera convertido en un desafío. Aunque se sintiera tan cansada como jamás en sus treinta y pico de años había estado. Sí, Tatiana tiene COVID-19, así como su hija y su esposo. Por fortuna, a los últimos dos no les ha dado tan duro.

-¿Y cómo te contagiaste? -le pregunté.

-No sé, porque la única parte donde estuve fue en el supermercado. Eso fue los primeros días de abril. Fui con una vecina y compramos lo mismo, la única diferencia fue la fila para pagar y el 18 empezó toda esta mala experiencia.

Con “mala experiencia” Tatiana se refiere a tres días con “una molestia en la garganta”, fiebre, tos. Llamó a la EPS y le hicieron la teleconsulta, pero le dijeron que lo suyo parecía ser una infección viral, no necesariamente COVID-19, y le recetaron dos pastillas y aislarse. Con “mala experiencia”, Tatiana se refiere a que por error se tomó el triple de la dosis que le habían recomendado y a lo mejor eso le quitó la fiebre por tres días, lo cual fue un alivio hasta que su niña comenzó a toser y a tener fiebre. “El papá la llevó a la Urgencia, le dijeron que era una gripa que le iba a dar porque tenía la garganta un poco roja. Y un día después le dio fiebre a mi esposo”, me escribe.

Sí eran positivos

La prueba confirmó que los tres padecían COVID-19, pero gracias al cielo el niño mayor dio negativo.

“Eso fue muy duro para mí: mi hija es muy pequeña y tiene muchos problemas de salud, así que yo no quería que estuviera pasando por esto. Comencé a llorar y le pedí a mi Dios que la protegiera de todo mal. Que si ella iba a complicarse, mejor fuera yo, porque ella ha pasado por muchas cosas a su corta edad”.

En ese momento, todos comenzaron a usar tapabocas aun dentro de la casa y a intentar aislarse tanto como se pudiera. La niña tenía una tos y una fiebre que le duraron tres días, y sentía que ya no la querían porque nadie la abrazaba y cada quien dormía en su cama o hamaca... Tatiana no podía imaginar lo que le corría pierna arriba. “Solo tenía debilidad en el cuerpo y tos”. Tres días después, la fiebre no quería desaparecer y aparecieron otros síntomas: escalofríos y una tos que se afianzaba con cada día que pasaba. Luego vino el vómito, la diarrea y un cansancio que no tiene nombre, un cansancio grande, diferente a todos los cansancios. Y, finalmente, a Tatiana realmente le costaba respirar.

“Llamé a una familiar para que me hiciera los trámites, porque yo sentía que me ahogaba, pero gracias a Dios todas las personas que me llamaban del Dadis y de la EPS estaban muy pendientes de nosotros y siento que actuaron rápido. Empecé a sentirme mal como a las cuatro de la tarde y a las ocho de la noche ya me estaban trasladando en la ambulancia para el hospital.

“Antes de salir, mi esposo me dijo que tuviera mucha fe, que de esta íbamos a salir bien, como de muchas otras que hemos pasado con nuestra niña”.

¿Y tus hijos?

“Mis hijos, con lágrimas en sus ojitos, me decían que me recuperara, que ellos me esperaban para estar juntos y poder salir a pasear”.

Esas palabras, que en principio le partieron el corazón, la llenaron de fuerza para seguir luchando contra el virus que ha recorrido el mundo y que hasta el viernes dejaba más de 7 millones de contagiados y más de 421.000 muertes en el planeta.

Tatiana llegó con una fe inquebrantable y con unos pulmones débiles a la Unidad de Cuidados Intensivos. Lo que más la impactó en principio fue verse llena de cables y de aparatos. Lo que más le impactó después fue el ambiente: escuchar todo el tiempo a personas tosiendo, quejándose, llorando, desesperados por sentir que se les iba el aire.

“Gracias a Dios, con una máscara de oxígeno y un medicamento empecé a mejorar”, me escribía.

El otro miedo que no se hizo realidad

Tatiana no solo le temía al virus, sino a la posibilidad de ser discriminada y rechazada por padecerlo, pero sus mismos familiares y vecinos se encargaron de borrarle ese temor.

Su esposo, un comerciante, obviamente había tenido que dejar de trabajar, de manera que había una “epidemia” de bolsillos vacíos en su pequeña casa, pero nunca les faltó la comida. Sus familiares y sus vecinos se las arreglaron para ayudarles y, el día que Tatiana regresó a casa después de su primera hospitalización, se encontró con globos, pancartas y mensajes de bienvenida.

La segunda vez...

Tatiana duró unos días sintiéndose mucho mejor en la casa, incluso le volvieron a hacer la prueba y dio negativo, pero siete días después comenzó a sentir que el aire había abandonado sus pulmones.

“Sentía dificultad para respirar, al principio era leve, pero fue aumentando. Llamé a la EPS y me dijeron que me iban a volver a hacer la prueba, pero aumentó la dificultad para respirar, la tos y el cansancio”, me explica.

Tatiana no entiende bien qué pasó, pero volvió al hospital. Volvió a despedirse de sus hijos con la promesa de volver. “Me están haciendo exámenes para ver si fue que me quedaron secuelas del virus o me volví a contaminar”, aunque quiere pensar que esa última no es realmente una posibilidad porque ha sido “muy cuidadosa” con el aislamiento.

Tatiana ha elegido no pensar tanto en el coronavirus, en cambio, prefiere recordar la sonrisa de sus hijos y de su esposo. La solidaridad de toda su familia, sus vecinos y sus amigos. La humanidad que la rodea y que la abraza aún en el momento más difícil de sus días.

Me ha confesado que le gusta escuchar vallenatos en la clínica, prefiere eso a los lamentos de las otras personas. Mientras la medicina hace lo suyo en los pulmones y en todos los órganos que atrevidamente le afectó el nuevo virus, Tatiana se va sosegando el alma a punta de letras y melodías. Y de escribir mensajes por WhatsApp.

Ahora los días y las noches se le pasan entre una cama y una silla y entre una esperanza de volver que nunca flaquea. Una esperanza que no se ha rendido y que no se rendirá jamás y todo porque se alimenta de algo infinito, que permanece, que siempre crece: el amor que la espera con los brazos abiertos en la casa.

*Nombre cambiado a solicitud de la fuente.

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