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El colombiano que casi muere en Corea y otras historias de aquella guerra

La guerra no se borra de la memoria. Hace poco se cumplieron 70 años de la participación de Colombia en la guerra de Corea. En Cartagena cuatro combatientes la recuerdan.

Tenía a penas 17 años. No sabía bien qué era la vida y mucho menos un conflicto bélico de grandes magnitudes, pero cuando preguntaron sobre quién quería ir a combatir por Colombia a la guerra de Corea, alzó la mano sin dudarlo y “pensando que era un paseo”. Así fue como Ely Agámez Villarraga se embarcó en un viaje en el que presenciaría los horrores que causan las armas en los hombres, donde él mismo estaría bajo el yugo de ser atacado y en la delgada línea que cruza hacia la muerte. El hombre que tengo al frente ahora viste orgulloso su uniforme verde y tiene el pecho lleno de medallas. Nació en San Benito Abad, Sucre, y desde muy temprano se enlistó en las filas militares. “Me fui para Corea regalado, porqué preguntaron:_‘¿Quién quiere ir para la guerra de Corea’, y yo, pensando que era un paseo, alcé la mano”, repite.

Fue llevado primero a Bogotá... Luego, “cuando estábamos allá, fue que ya nos embarcaron y nos trajeron a Cartagena, duramos tres días esperando el buque que nos llevaría a Corea. Primero, pasamos por Panamá, luego por Hawái, pasamos a Tokio, duramos como cuatro días allá, luego nos entrenaron y nos pasaron para la línea de fuego”, narra. Fue entonces cuando ese muchacho colombiano se enfrentó de frente con la muerte. Algo que hoy, 70 años después, recuerda casi como si hubiera ocurrido ayer, y que lo hace tocarse, encima del pantalón, la vieja cicatriz que lleva en su pierna izquierda. “Me sacaron a hacer patrulla de reconocimiento, cuando estábamos allá, en tierra firme, el comandante de la patrulla alertó sobre que venía un pelotón de chinos. Empezaron a lanzarnos granadas, morteros y ahí nos eliminaron”, explica alzando los brazos, como dibujando en el aire aquella escena del momento de terror en que sucedió lo peor. “A mí me cayó una granada cerca de las piernas. Yo pensé que iba a perder una pierna, no me sentía la pierna, pero me fui tocando y tocando hasta que sentí que la tenía completa. Después de ahí, me arrastré hasta que llegué al segundo batallón, donde estaban mis compañeros, ahí nos recogieron. Éramos 14, mataron a 12 y quedamos heridos un muchacho apellido Hernández y yo”, añade a su relato.

Y tiene claro el día y la hora de aquel suceso que marcó su vida. “Eso fue el 17 de mayo de 1952, a las 11 de la noche. Me llevaron a un hospital, me hicieron el tratamiento necesario y de ahí me tuvieron que llevar a Japón, porque se me abrió la herida haciendo cositas con una enfermera francesa”, dice y ahora ríe a carcajadas al recordar la aventura inolvidable de conocer el amor y también la pasión en la guerra; aunque él no hablaba francés y aquella enfermera tampoco sabía español. “Ella intentaba comunicarse en inglés, pero yo no le entendía muy bien. Un puertorriqueño era quien nos traducía”, menciona y los compañeros que están a su lado también ríen pícaramente. Es una sonrisa que parece cómplice también. Luego de eso, Ely decidió no seguir en aquella guerra. “Dije: yo no voy a pelear más y me ponía a caminar así...”, afirma y se levanta de su silla, en esta sala del Museo Naval de Cartagena, donde estamos hoy reunidos, para remedarse a sí mismo cojeando para no estar más en la guerra.

El colombiano que casi muere en Corea y otras historias de aquella guerra

Ely Agámez posa ante la cámara con su uniforme de veterano.//Fotos: Aroldo Mestre.

¿Su mamá lo esperaba en casa?

- Mi mamá se murió cuando yo tenía seis años. Me cogió mi abuela y me crió. Ella era mi mamá. Mientras yo estaba allá, hizo puras ofrendas al Señor de los Milagros de San Benito Abad, no dejaba de ir a la misa hasta que yo no regresara y el santo como que le hizo el milagro porque mire, aquí estoy.

¿Y recuerda el día que volvió de la guerra?

- Llegué en una lancha de un señor apellido Garavito. Yo le había prometido al Señor de los Milagros de San Benito Abad que yo, cuando llegara allá, me quitaba los zapatos, iba a avanzar así hasta la iglesia, cuando yo iba haciendo ese ejercicio, la gente comenzó a decir que llegué loco de Corea. Cuando llegué a la iglesia y recé, ya la gente supo que era una manda.

¿Qué siente ahora, al recordar todo eso, 70 años después?

- Mire, todavía me traigo este uniforme. Me siento orgulloso.

Un orgullo que resplandece a sus 83 años.

El único latinoamericano

Colombia fue el único país latinoamericano que atendió el llamado del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para proteger la península de Corea de la invasión de Corea del Norte. Se conformó el llamado Batallón Colombia, del que hicieron parte tres fragatas y en el que participaron, entre 1951 y 1953, unos 5.000 militares colombianos, que llegaron a Corea del Sur, un territorio desconocido para ellos, a pelear. El conflicto dejó al menos 200 muertos en las filas de Colombia. Es una guerra que ahora vive en el recuerdo de los sobrevivientes.

El colombiano que casi muere en Corea y otras historias de aquella guerra

Parte de la tripulación colombiana que participó en la guerra de Corea.

Antonio de Jesús Alba Rojas, de 93 años, también está en esta sala del Museo Naval conmemorando los 70 años de la participación de Colombia en esta guerra. Es boyacense. “Soy de una población muy pequeña de Boyacá, San Eduardo, no vi futuro en mi pueblo, no teníamos esa abundancia económica, entonces me fui a Bogotá y allá estaba en su furor el ingreso a la Armada. Entonces me presenté a la Armada, me aceptaron, me mandaron para Barranquilla. Tenía solo 22 años cuando participé de la guerra de Corea. Estuve en un año en el primer buque, en el Almirante Padilla, que puso proa hacia Corea el 1 de noviembre de 1950. Llegamos a la zona de guerra en mayo 13, cumplimos un año allá. Entonces el gobierno de Colombia compró una fragata más, que se llamó ARC Capitán Tono. Media tripulación de la padilla se ofreció para el volver en él y otra media la mandaron en avión. Tuve tres participaciones en la guerra de Corea. A veces siento nostalgia porque tengo ya 93 años y esos recuerdos los añora uno”, cuenta.

“Sobre las misiones que nos asignaron, tuvimos una que nos dio mucho susto: reemplazar a un destructor norteamericano al que le habían volado una torre y le habían matado a cuatro tripulantes. Teníamos que navegar de noche, sin luces, todo apagado, a destruir un cierto objetivo, precisamente el que le destruyó una torre al buque. Lanzamos primero un proyectil de bengala de iluminación, hacíamos tres disparos con cañones de 3 pulgadas con 50. Aducimos que dimos en el blanco porque nunca nos respondieron”, recuerda.

Al volver de la guerra, don Antonio de Jesús continuó en la Armada por un tiempo, quiso quedarse en Cartagena y conoció a una mujer de la que se enamoró. Era una fotógrafa, con ella decidió fundar Foto Bellas Artes, un almacén fotográfico de gran prestigio que todavía existe en la ciudad.

Muy cerca, en la misma sala, está Antonio Carlos Pérez Simancas, un cartagenero que se crió en el sector de “Pasa corriendo”, como lo llama él, cerca del pasaje Colonial. “Siempre mis ánimos eran de entrar a la Armada. Un día me llevaron para el camión a prestar el servicio, de ahí para la Base Naval y de ahí me mandaron para Corea. 45 años duré en la Armada, dos de ellos en Corea. Pasábamos 45 días en el mar y 45 días en tierra. Se vivieron cosas buenas y cosas malas”, recuerda el hombre que hoy tiene cinco hijos y reside en el barrio Juan XXIII.

Son recuerdos que van y vienen en este salón y a los que se suman lo vivido por Carlos Julio Liévano, de Bogotá. “Terminé a los 18 años en la Armada, porque quería conocer el mar. Ya estando en allá, me dijeron que si quería ir a Corea tenía que traer un permiso de mis papás. Yo sabía que mi papá no me iba a dejar, así que hablé con una prima para que me hiciera una carta y la firmara como si fuera mi papá. Entonces me aceptaron. Estando en Corea, cuando mi papá se enteró de que estaba en Corea, fue allá (a la Armada) furioso e hizo el reclamo, y se descubrió todo”, comenta y ríe... “Pero yo quería conocer el mundo”, agrega.

“A uno se le salen las lágrimas de recordar eso. Fue muy duro. Recuerdo que encontré una vez a unos niños comiéndose una ratas, me partió el alma eso, hablamos con nuestro capitán, les regalamos comida. Siempre que veo a niños así, pidiendo cosas en la calle, me acuerdo de eso. Sin embargo, siento orgullo, porque después ese país pudo convertirse en una potencia mundial y siempre se acuerdan de nosotros, nos envían regalos y placas conmemorativas”, complementa el hombre que, a su regreso, decidió quedarse a vivir en Cartagena, pues no cambia el mar por nada en el mundo.

Ely, Antonio de Jesús, Antonio y Carlos son cuatro de los al menos diez militares colombianos que fueron a Corea y que aún sobreviven en Cartagena. Ellos forman parte de la Asociación de Veteranos Navales Excombatientes de la Guerra de Corea, Asovexcor, que los reúne en torno a aquella vivencia que nunca olvidarán. Es que recuerdan, más allá de la guerra, la victoria de la vida.

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