En Cartagena hasta el terror sufre por las brechas sociales. El paradigma de las dos ciudades hasta en lo paranormal penetra y por eso hay muchos espantos opacados en la historia local. Así como en el turismo, que suele mercadear con lo que sepa a muralla, también el temor siempre ha estado reservado a las viejas casonas y recintos del Centro Histórico. Google puede confirmarlo. Pero este no es el único lugar donde juegan los fantasmas y bailan los demonios.
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El terror está conectado con nuestras vísceras, con esa curiosidad morbosa que nos invita a mirar debajo de la cama por el sonido de una pelota o a preguntar: ¿quién está ahí? Cuando la maldad nos mira de frente en la penumbra. Son rincones con una carga negativa derivada de tragedias o jugarretas con lo oculto, magnéticos para la atracción humana, aunque muchas veces es más la susceptibilidad, pues, como dijo Tito Livio: “El miedo siempre está dispuesto a ver las cosas peor de lo que son”.
Muchos taxistas en Cartagena rechazan carreras a altas horas de la noche si el destino es entre la urbanización de El Rodeo y el puente de la Variante, en la subida a Turbaco. Esa negativa la sufren muchos habitantes de barrios como Villagrande, pero no es porque los conductores sean unos cabrones sino por físico miedo.
Los taxistas cuentan que desde hace muchos años se aparece en la zona un espanto con un vestido blanco de novia. En 2019, este fantasma habría provocado un accidente al mirar directamente a los ojos del conductor en el retrovisor, quien perdió el control de su auto.

La misteriosa mujer, quien sería el espíritu de una de las primeras habitantes de Villagrande y que se habría suicidado al quedar plantada en el altar, saca la mano a los taxis desde la orilla de la carretera. Obviamente nadie se detiene, pero al mirar al asiento trasero se estrellan con un rostro blanquecino con hoyos como ojos y con costras de maquillaje corrido por lágrimas que brotan hace décadas.
Otros cuentan que los que sí paran, la ven subirse al carro, quedarse en silencio y luego desaparecer. Para evitar su encuentro, muchos buseteros aceleran y entrecierran los ojos.
En el tercer piso del antiguo hospital psiquiátrico de San Pablo, en Zaragocilla, donde estuvieron internados el Joe Arroyo y Raúl Gómez Jattin, muchos cuentan que los fantasmas deambulan. Allí funcionó el pabellón de enfermos con cáncer y tuberculosis, y ahora es un espacio donde espíritus empujan, susurros recorren los pasillos y un frío recorre a quienes se atreven a andar por ahí, pues desde los estudiantes de ciencias de la salud de la Universidad de Cartagena, pasando por vigilantes, hasta llegar a visitantes asiduos, todos son advertidos de una voz que no tardará en decirte algo.

Cuando el mundo volvió a asomarse a la calle luego del confinamiento por la COVID-19, muchos pasaron de la sala a los parques para ejercitarse, una práctica común en la cuarentena. En 2020, los vecinos del parque principal de Los Calamares grabaron un video en el que se veía una máquina biosaludable moviéndose sola.
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Juan Carlos Mendoza, presidente de la Junta de Acción Comunal de Los Calamares de esa época, indicó que no es la primera vez que sucesos extraños se observan en esa zona, dado que antes de fundarse el barrio ese terreno era un cuerpo de agua donde murieron varias personas.
“Hace más de 30 años ahí quedaba una poza, la gente se metía a bañar, pero algunos se ahogaron, desde entonces empezaron las supersticiones. Los vecinos de ese sector dicen que son comunes los ruidos y movimientos extraños en la madrugada”, señaló Mendoza.

El suceso paranormal más reciente se presentó en la sede Santillana de la Universidad del Sinú. Estudiantes de medicina reportaron que en las noches una niña camina por los pasillos y que le encanta invitar a jugar al personal de salud y a los pacientes.
Una foto circuló por las redes sociales donde se ve un espectro infantil detrás de un vidrio. Muchos cuentan que cuando está enojada le tira las cosas a los estudiantes. Aunque algunos mencionaron que era un montaje, a la niña no se le ven los pies, por lo que la aparición sigue atemorizando.
Muchos explican los fenómenos, pues también se habla de un señor que no es de este mundo, al ser el recinto un lugar donde han muerto personas, exacerbado en la pandemia, dejando atrás a familiares en sufrimiento y asignaturas pendientes.

En las torres de Bicentenario vivió un sujeto peculiar que aparte de infundir misterio era bastante aterrador. El “brujo Óscar”, de origen extranjero, rezaba a pandilleros y sicarios para que se volvieran invisibles cuando la Policía estaba al acecho. En su apartamento los rituales de magia negra se hacían a diario y los clientes entraban y salían.
Allí practicó la brujería por cuatro meses hasta que el pasado 3 de octubre fue asesinado a balazos. Su fidelidad lo mandó al otro barrio, pues el presunto motivo del sicariato fue que se negó a atender a criminales rivales de la banda que tenía como cliente.

Las autoridades hallaron en el lugar cráneos de perros, sapos metidos en tarros de vidrio con alambres cocidos en la boca, mechones de cabello humano y demás cosas con las que a diario se dedicaba a realizar trabajos, hechizos, embrujos y/o amarres, todo digno de una película barata de terror.
Actualmente, los vecinos cuentan que una energía vuelve pesada las noches del lugar; sin embargo, los que allí habitan aseguran que no perciben nada extraño. Algo si es cierto y es que en un lugar que fue sucursal del infierno es casi que imposible no pensar que aún hay vibras de maldad buscando a quién poseer.
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