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Fue adicto a las drogas y pandillero... ¡Ahora es un exitoso empresario!

“Tú eres diferente, tú vas a ser grande” escuchaba Jorge de Oro de un ‘ángel guardián’ cuando vendía periódicos. La vida le depararía un mejor camino.

Cuando la guerra les arrebató su parcela, la familia de Jorge De Oro no tuvo más opciones. Primero huyeron a San Jacinto, en los Montes de María, y luego salieron desplazados a Cartagena. Pasaron la primera noche y el siguiente mes desprovistos de un techo, en un entonces maltrecho Parque del Centenario. Comenzar de nuevo y de cero era la única salida. “Siempre que tengo la oportunidad digo que si las Farc, que le quitaron a mi familia la tierra, le hizo un daño a mucha gente, a mí me hizo un favor”, refiere ahora Jorge, con la perspectiva que le ha dado el paso de los años.

PERIÓDICOS Y BOTELLAS

“Nos cambia la vida a todos. Mi madre y mi tía comienzan a trabajar de empleadas domésticas, y mis dos tíos, contemporáneos conmigo, y yo comenzamos a vender periódicos”, recuerda Jorge. Aquel niño, de apenas nueve años, de El Salado, empezó a ganarse la vida vendiendo diarios. Alguien se compadeció de él y le ayudó comprando los primeros ejemplares para que los vendiera, mientras que su familia encontró un lugar para vivir en las faldas de La Popa. (También le puede interesar: [Video] El mototaxi más ‘pegao’ de TikTok)

El barrio Palestina era entonces una invasión de casas de madera. “Para entrar allá era 40 o 45 minutos en burro o a pie. No había luz, no había servicios públicos, no había agua. Al llegar a ese barrio fue muy duro todo, pero Dios es bueno, te digo”, afirma. Duro es una palabra que ha tenido distintos significados en la vida de Jorge, relacionados con obstáculos, pero también con la fortaleza y con las ganas de prosperar.

En Palestina se asentaron su mamá, su abuela, su tía, sus dos tíos y él. Ahí también comenzaría a tropezarse con situaciones adversas que hoy llama “oportunidades”, porque le permitieron hacerse fuerte.

“(En el Centro) Conocí a un señor que era mi mejor cliente, le vendía El Universal y El Heraldo -continúa- pero yo tenía un afán por el fútbol y tomé el capital del periódico, que eran 35 mil pesos, y me compré un par de guayos que costaron 31 mil pesos. Ese señor, en algún momento, se da cuenta de que no le estoy llevando el periódico, me pregunta por qué, yo le dije que me atracaron pero él se dio cuenta de que yo no estaba a pie descalzo o en chancleta, como siempre, y me dijo se te llevaron la plata pero no los guayos nuevos y se echó a reír”.

Aquel hombre, a quien hoy recuerda como un ángel guardián, era contratista repartidor de una compañía de gaseosas, lo ayudó a volver a tener dinero para vender periódicos y también le ofreció otro empleo. “Me dijo: ‘Ponte a arreglar las botellas’ y desde ahí me condenó a vender gaseosas de por vida. En este ejercicio tengo 35 años”, explica, desde una oficina amplia y blanca donde nos concede esta entrevista, la tarde de un miércoles.

Entre vicios...

Entre otros vendedores de periódicos, hoy veteranos, Jorge era conocido como ‘el Mallita’. Ellos lo vieron crecer pero también tambalear. Ahora, frente a nosotros, en sus ojos hay lágrimas que amenazan con desbordarse. “Conozco las drogas, comienzo a interactuar con los gamines, comienzo a pedir, a comer de la basura, en especial comienzo a probar bóxer, goma de zapato, lo hacía más que todo porque eso me quitaba el hambre y me ponía a dormir”, cuenta. Y, más allá de eso, también alcanzó a robar.

¿Estuvo en una pandilla?

- Sí, tuve la oportunidad de estar en las infantiles de los Kalimanes, así le decíamos, y en una especial de mi barrio que se llamaba los Cazafantasmas. Nos íbamos para las playas y comenzábamos a meternos con las parejas y les quitábamos sus pertenencias, y con otro grupo de amigos atracamos varias veces el camión de la leche y el de la gaseosa y, como las cosas se devuelven, hoy en día cada vez que atracan uno de los míos, digo: ya me estoy poniendo al día (ríe).

¿Por qué dice que tuvo la oportunidad?

- Esto te muestra la otra cara de la moneda, que la mejor universidad de la vida se llama la calle y hoy en día practico todo lo contrario y pienso diferente a ello.

Fue adicto a las drogas y pandillero... ¡Ahora es un exitoso empresario!

Jorge De Oro hace cinco años comenzó a cumplir su propio sueño de construir su propia empresa compañía de bebidas.

Un cambio de vida

¿Y cómo superar las adicciones?, pues Jorge cuenta que con trabajo duro. El empleo que le dio aquel hombre, llamado Orlando Avendaño, lo mantuvo ocupado. “Eran un señor, un caballero, que medía más de 1.80 m de estatura y, a parte de inicialmente darme para el capital del periódico dos veces, me dio algo que necesitaba, que era el cariño, el afecto, el amor, algo que yo desconocía”, describe. Orlando se convirtió en el padre que Jorge nunca había tenido. “Él siempre buscaba mantenerme ocupado. Me fui apartando de mi pandilla y fui dejando eso. Cuando quise ver, ya no le encontraba sensación a ese bóxer que me encantaba. Mi abuelita, una señora campesina, llegó a hacerle un escándalo a ese señor, le decía que me iba a hacer un daño, que si él tenía una cantidad de hijos, que qué beneficio sacaba de ayudarme y él la tranquilizó, la abrazó y le dijo: ‘A su nieto lo voy a convertir en una gran persona y en lo que haga va a ser el mejor’”, comenta. (También le puede interesar: [Video] Los niños genios de Gambote que ganaron un oro en Chile)

“Me quejé muchas veces, cuestioné a Dios porque no podía tener algo, porque no podía comer lo que quería, pero Dios es bueno, te digo, y me dio la oportunidad de vivir todo eso porque me estaba preparando”, asegura. “Ese mismo señor me instruyó, me habló de todas las capacidades que tengo, me orientó en esa empresa de gaseosas donde él trabajó por más de 28 años; siempre me dijo que podía hacer las cosas mejor. A mis 18 años, entré a trabajar directamente con esa misma empresa. A los 20 años hice una propuesta comercial a mi jefe inmediato, que era transportar la gaseosa en burro a todos esos sectores -de La Popa- a los que no había acceso, eso se volvió un éxito. Automáticamente esa compañía me ascendió y me cambió la vida, el salario mínimo podía estar en 91 mil pesos y pasé a ganarme 700 mil pesos”, relata Jorge.

Eso también le dio la oportunidad de terminar el bachillerato y estudiar en la universidad. Cursó siete semestres de derecho siguiendo el sueño de aquel hombre que lo “recogió”, de verlo convertido en un abogado. Sin embargo, se retiró para cumplir su propia meta: ser administrador de empresas.

La vida no es fácil, pero Dios a todos nos da una oportunidad”.

Jorge de Oro.

“Hace 16 años tomé la decisión de ser empresario, de emprender y comencé siendo distribuidor de una importante marca de mecatos. Por siete años distribuí esa marca. Luego quedé en la quiebra, pero Dios es bueno y nuevamente me ayudó. Me he quebrado dos veces pero eso hace parte de la vida”, comenta.

Aunque muchos lo llamaban “loco” por perseguir un sueño que parecía imposible, se ensañó en cumplirlo. “Cinco años atrás, la gente me molestaba, me decían que estaba loco, hoy en día mira mi locura (señala la sede de su empresa). Me decían que cómo iba a llegar a competir con una de las empresas más grandes del mundo y con una de las más grandes de Colombia, y aquí estoy, teniendo una participación en el mercado”, explica sobre la compañía de bebidas y mecatos que fundó de Cartagena para la Costa y para Colombia y que lleva como nombre su apellido: De Oro. Es una empresa con más de 100 empleados, incluyendo a tres de los hijos de Orlando, su padre putativo.

“La vida no es fácil, pero Dios a todos nos da una oportunidad”, insiste Jorge. “A mí, que me gustaba el fútbol, hoy Dios me ha dado la oportunidad de ser patrocinador del Real Cartagena... estamos buscando talentos en los barrios, hay de todo, de baile, de fútbol, de música, y entre el barrio más humilde es, más talento hay”, explica sobre la labor social que adelanta, sumada al apoyo a una fundación que rehabilita a niños que han caído en las drogas. Hoy afirma estar muy orgulloso de su vida, “de tener 67 referencias de productos con mi marca”, dice. Siente orgullo cuando mira su apellido en una botella de gaseosa, en el bus del Real Cartagena, en la camiseta de los futbolistas. Es de lo más grande que le ha pasado. “Si Dios me recoge en estos momentos, me voy bien servido, le doy gracias por tantas necesidades, por tanta hambre, soy un convencido de que Dios para todos tienen un propósito”, concluye. (También le puede interesar: La historia detrás del chef cartagenero que es orgullo para Colombia)

Epílogo

Jorge ha sido invitado a dos universidades a compartir su historia, que sirve de inspiración para otras vidas. Siembre tiene presente aquella frase que le repetía aquel hombre que ya no lo acompaña, pero que lo ayudó a salir adelante. Una frase que quizá es necesario que todos escuchen alguna vez: “Tú naciste para cosas grandes”.

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