Facetas


La peste del amor nunca se acaba

La humanidad nunca deja de escribir poemas de amor, incluso, en tiempos de peste o de guerra. Afloran, como conjuros en medio de la pérdida y la amenaza de la muerte.

GUSTAVO TATIS GUERRA

26 de septiembre de 2021 12:27 AM

La peste del amor nunca se acaba. La humanidad no deja de escribir poemas de amor en medio de la peste, la guerra o los cataclismos sociales, políticos y naturales. La poesía se convierte en un conjuro contra la pérdida y la amenaza de la muerte. Cuanto más sufre la humanidad por toda suerte de pestes o desatinos modelados por la mente y el corazón humano, más se aferra a la tabla de salvación de la poesía.

Los mejores poemas de amor son, sin duda, los de desamor, o los que están en el límite de la pérdida o la evocación de lo vivido. Tan fecunda ha sido la incertidumbre que ha dado más poemas, más que la propia certidumbre. Siempre me ha intrigado el mundo secreto de aquellos poetas que escriben epopeyas de amor en medio del barco ebrio en la tempestad. Los poemas amorosos de Pablo Neruda tejieron incontables amores en tantos idiomas de la tierra, hasta su propio cartero encontró a la novia que sería su esposa al leerle los ‘Veinte poemas de amor y una canción desesperada’. Neruda, conmovido, solo le dijo: “La poesía no es de quien la escribe, sino de quien la necesita”.

Tal vez uno de los mejores poemas de amor que se han escrito en este país del viento lo escribió en uno de sus versos Héctor Rojas Herazo, cuando en una plegaria amorosa exclamó: “Por saber que me pudro, ámame”. El verbo pudrir jamás se había utilizado para referirse a la dramática certeza de nuestra lenta y gradual pudrición como viajeros efímeros en la breve estación del amor irrepetible. (Lea aquí: Rojas Herazo: crónica del regreso a Tolú)

Una de las mejores voces de la poesía escrita por mujeres nació en el Caribe: Clemencia Tariffa (1959-2009), quien en su poema ‘No me conoces’, luego del largo y exhaustivo peregrinaje de los labios al sur de los vellos, le canta al “lampiño pecho” del amante, mientras dibuja una estrella roja en su cintura, y aprende a hacer el amor en los brazos de ese amante y en sus labios, cantando consignas “con la boca rota”, pero aún así, dice Clemencia, “no me conoces”. Para Clemencia el amor es un perpetuo aprendizaje, y en su poema ‘Ahora’ siente que gestar el poema es la experiencia humana y amorosa de quienes en el acto más íntimo conjugan el amor sin saber qué día es y “sin sentirse culpables”, mientras acarician las piedras y gritan palabrotas “y el aire es más liviano/ como el aliento de los niños”, en ese instante, ocurre el milagro de que juntos “escribiremos el poema”. Para Clemencia el poema como el amor, no es una experiencia solitaria.

Mientras releemos a Clemencia, a quien conocimos mucho antes de que sucumbiera a la embestida brutal de la esquizofrenia y culminara sus días en un hospital psiquiátrico, presentimos en ella a una criatura singular de una atormentada sensibilidad a flor de alma. Dejó a la poesía colombiana y del mundo unos bellísimos poemarios que hablan de una manera distinta y profunda del amor efímero y perdurable, o de lo perdurable que puede ser lo efímero en la vida de cada uno de nosotros. Tuve ese privilegio de conocer a Clemencia Tariffa y de conversar con quien sería su editor, su amigo y poeta Hernán Vargascarreño.

Entrar en el maleficio de tu cuerpo/ como un río que teme al mar pero siempre muere en él”.

Raúl Gómez Jattin.

El eterno comienzo

Para el poeta argentino Roberto Juarroz (1925-1995), el amor es la eterna paradoja de un comienzo que se parece a un final. En su poema ‘El amor empieza’ nos lleva a la almendra de estas paradojas iluminadas: “El amor empieza cuando Dios termina, y cuando el hombre cae/ El amor empieza cuando la luz se agrieta... el amor empieza cuando se rompen los dedos.../ porque el amor es simplemente eso: la forma del comienzo/ tercamente escondida/ detrás de los finales”.

Y en su poema ‘Un amor más allá del amor’, replantea la noción de soledad y compañía, y nos recuerda que el amor va más allá “del juego siniestro de la soledad y la compañía” y nos confronta en que ese amor es “un amor para estar juntos o para no estarlo/ un amor como abrir los ojos y quizá también como cerrarlos”.

El poeta chino Li Po ( 701-762 ), en su poema ‘Nostalgia anhelante’, mira el brocal de jade donde “los grillos lloran tristemente el otoño”, evoca a su amor bajo el temblor de un candil, y mira el cielo pensando en la distancia hacia la montaña de Guangshan donde palpita su amor, pero al pensar en esa montaña se le “parte el corazón por la nostalgia”.

El cielo de tu boca

El poeta mexicano Octavio Paz (1914-1998) dice que “dos cuerpos frente a frente/ son dos astros que caen/ en un cielo vacío”.

El poeta colombiano Raúl Gómez Jattin (1945-1997) describe la entrada al amor como quien abre la llave de un territorio de desconocidos azares que fluyen entre la vida y la muerte: “Entrar en el maleficio de tu cuerpo/ como un río que teme al mar pero siempre muere en él”.

El poeta colombiano Miguel Iriarte (Sincé, 1957) presiente que el amor es lo más parecido a una miel que se le ha pegado en el cielo de la boca. Con la inocencia de quien al tocar con su lengua ese cielo, siente que el dulzor es azulado, pero entonces descubre que esa sensación “es lo más parecido a ti”, y cierra su poema con una sencilla pero certera declaración: “Me consta que te quiero”. (Lea además: Raúl Zurita escribe sus poemas en el cielo)

Amores imposibles

Meira Delmar (Barranquilla, 1922-2009), una mujer que siempre esperó un amor errante que el mar desdibujó en el horizonte, le cantó a la ausencia con tanta dulzura y con tanta ternura. Y fue una de las mujeres más bellas y amorosas que he tenido la suerte de conocer y tratar. Meira era una poesía viva. Su voz era la gracia y la dulzura encarnadas. En su poema ‘Raíz antigua’, nombra el sollozo de su eterna espera y en ese sollozo ella percibe a su amado invisible, al que no encuentra jamás, solo en la evocación y en la espera “donde estamos perdidos en querernos/ como en un laberinto iluminado”.

El amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable. Los amorosos juegan a coger el agua, a tatuar el humo, a no irse”.

Jaime Sabines.

El amor sincero

Al día siguiente de aquel mayo luctuoso y lluvioso de la muerte trágica de Raúl Gómez Jattin, le atribuyeron en hojas mecanografiadas un poema que llovió sobre Cereté y Cartagena: “Prometo no amarte eternamente/ ni serte fiel hasta la muerte/ ni caminar tomados de la mano bajo la luz de la luna/ ni colmarte de rosas rojas/ ni besarte apasionadamente/ juro que habrá tristezas/ habrá problemas y discusiones/ y miraré a otras mujeres y vos a otros hombres”. Pero ese vos delató que el poema no era de un poeta del Caribe, sino del poeta uruguayo Mario Benedetti (1920-2009).

El poema era la construcción patética de un amor en el tiempo: “Prometo no desearte siempre/ a veces me cansaré de tu sexo/ y vos te cansarás del mío/ y tu cabello en algunas ocasiones/ se hará fastidioso en mi cara”.

Pese a esas certezas terribles, Benedetti sigue prometiendo y jurando que en el amor sentirán un odio mutuo y desearán acabarlo todo, pero al final del poema, nos sorprende el reverso de la medalla: “Mas te digo que nos amaremos, construiremos, compartiremos...”.

Gioconda Belli (Nicaragua, 1948) nos recuerda que el gran amor se erige de sencillos deseos: “Una caricia que me haga olvidar/ el paso del tiempo/ la guerra/ los peligros de la muerte”.

El poeta español Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) escribió en solo nueve versos la grandeza inagotable del amor, más allá de que se apague el solo la tierra deje de girar. En su poema ‘Amor eterno’, convertido en paseo vallenato, dijo con una ingenuidad tierna y escandalosa: “Podrá la muerte cubrirme/ con su fúnebre crespón/ pero jamás en mí podrá apagarse/ la llama de tu amor”.

El poeta mexicano Jaime Sabines (1926-1999) escribió ‘Los amorosos’, tal vez uno de los mejores poemas de amor en habla castellana. Para él, “el amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable. Los amorosos juegan a coger el agua, a tatuar el humo, a no irse”. (Le puede interesar también: La epopeya de José Ramón Mercado)

Una caricia que me haga olvidar/ el paso del tiempo/ la guerra/ los peligros de la muerte”,

Gioconda Belli.

Epílogo

Cuando llegó el pequeño libro de poemas en agosto de 2020, cuando aún estábamos confinados por la peste, el libro fue un viaje monumental a las emociones más profundas de la humanidad. Abrí el sobre y era Amatoria, poemas de amor, seleccionados por Hernán Vargascarreño, publicado por Ediciones Exilio: 60 poetas y 76 poemas. Como quien escucha el latido del corazón de los enamorados.

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