Freda Sargent y Sophia Vari tienen luz propia y no tienen que gravitar sobre el resplandor de sus maridos artistas. Es el caso de la pintora inglesa Freda Sargent (Londres, 1928), quien fuera esposa del pintor Alejandro Obregón (1920-1992), de cuya unión nació Mateo. Vivieron desde 1959 hasta separarse en 1970. Lea: Freda Sargent, el oro en la penumbra
Cuando Freda conoció a Obregón ya tenía una larga y reconocida trayectoria como artista. A sus dieciocho años había ingresado en la Beckenham School of Art, en donde estudió pintura, dibujo, historia del arte, anatomía y grabado. Y en esa misma escuela estudiaba también su hermana gemela Stella. Freda se ganó un puesto en el Royal College of Art (RCA) con una beca del gobierno.
En esa misma escuela estudió David Hockney y Francis Bacon tenía allí un estudio, donde solía conversar con los estudiantes. Freda se graduó con honores, ganó una beca de posgrado para vivir y pintar en Francia. Vivió siendo niña los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Vio los aviones que volaban bajo y vio desde su casa el cielo bombardeado. Le puede interesar: Tatis te cuenta: 30 años sin Alejandro Obregón
En París alquiló una casa con otra amiga que se había ganado una beca también. Iba al estudio de William Hayter, el Atelier 17, para hacer grabados. Conoció a Joan Miró en el metro y Freda lo ayudó a cargar sus placas de grabados.
En una de sus idas y venidas a los museos conoció a Obregón. Se amaron intensamente, pero el matrimonio duró hasta 1970, prácticamente más de una década en la que Freda atendía a su pequeño hijo Mateo, pintaba en la mesa de la cocina, en el mínimo tiempo que le quedaba. Cuando llegó a Colombia en 1959, la crítica Marta Traba le pareció inconcebible que en una misma casa vivieran dos artistas y condenó al silencio a Freda Sargent para que Obregón resplandeciera solo.
El colmo del machismo. “Alejandro y yo siempre habíamos vivido juntos como pares, como pintores en condiciones de igualdad, trabajando uno al lado del otro en el estudio mientras preparábamos nuestras exposiciones. Yo había crecido con la presunción de igualdad, y de adolescente había leído El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, y Una habitación propia de Virginia Woolf”, confiesa la misma Freda Sargent, en un retrato personal.
En el magistral ensayo “Freda Sargent: una artista moderna contemporánea”, de Cecilia Fajardo-Hill, publicado en el libro “Freda Sargent” (Ediciones Gamma, 2019), con la dirección editorial de Carolina Zuluaga y la asesoría y curaduría de Camilo Chico Triana, la ensayista precisa que “Obregón tuvo la oportunidad de vivir en Francia e Italia entre 1953 y 1955 de la mano de Freda, quien tenía una formación artística y de la historia del arte formidables, al igual que de viajar y conocer museos y cultura, gracias a la beca del gobierno francés y luego del Prix de Rome de Sargent, que le ofrecieron a Obregón una formación de la que carecía y que fue crucial en el desarrollo final de su estilo. Igualmente, antes de vivir juntos en Colombia, los dos compartieron un intenso y estimulante intercambio artístico por varios años. El hijo de ambos, Mateo, cuenta que Obregón siempre dijo públicamente que Freda había sido fundamental para que su carrera despegara y que siempre admiró y tuvo muy en alto su obra”. Lea: El cuadro de Obregón que terminó con tres disparos
Tuve un contacto telefónico con Freda Sargent, quien aún vive, tiene 95 años, y tengo noticias de que aún sigue pintando acuarelas en su silla de ruedas. La contacté porque escribía la biografía “Alejandro Obregón: delirio de luz y sombra” (Planeta, 2020), en donde incluí un capítulo sobre ella.
Pero creo que ella merece mucho más que eso porque su grandeza genuina no gravita sobre Obregón. Ella tiene su estilo propio antes de conocer a Obregón. Su obra se paralizó cuando se casó con Obregón. Mateo ha contado que pintaba a escondidas en la cocina. Después del 70, Freda volvió a retomar su trabajo artístico con más intensidad y sin detenerse. Sus series “Temas del ermitaño”, ”Los naipes del Tarot”, “Los narcisos”, prueban la contundencia de su mirada y de su trazo. Es hora de reivindicar la obra pictórica de esta gran artista contemporánea que vive en Bogotá, que ha creado una obra de singular belleza para captar el paisaje y la emoción humana. Su pintura enriquece el arte nacional y universal.
El primer paso para valorarla es recorrer su obra desde la década del cincuenta del siglo veinte hasta nuestros días.
Retrato de Sophia Vari
Sophia Vari (Vari, Grecia, 1940 - Montecarlo, Mónaco, 5 de mayo de 2023), la tercera esposa del maestro Fernando Botero (1932-2023), luego de casi medio siglo de matrimonio, empezó a sus diecisiete años su vocación artística. Botero y Sophia se casaron en 1979. El artista no resistió su partida en mayo. Sophia además de pintora y escultora, era joyera y políglota. Hablaba cinco idiomas, ademas del griego, inglés, francés, italiano y español. Estudió en la Academia de Bellas Artes de Florencia y en la Escuela de Bellas Artes de París en los 50. Sus pinturas abstractas con mucho colorido tienen un sentido de la levedad y un movimiento y encanto simbólicos, geométricos y expresivos. Sus escultura tienen un gran poder de síntesis, parecen levitar en el aire, con gran armonía y sensualidad. La entrevisté antes de su exposición en Cartagena en 2011 en NH Galería y me contó que consagraba ocho o más horas diarias a la escultura y la pintura en su taller independiente del de Botero.
Ganó el Premio de la Bienal de Escultura Fujisankei del Museo al Aire Libre de Utsukushigahara en Japón en 1994, y la Orden Pedro Romero. Al recibir las Llaves de la ciudad de Cartagena en 2011 donó una de sus esculturas que está a un paso del Museo Naval del Caribe. Al mirar de conjunto el arte de Sophia y de Freda concluyo que las dos artistas son mujeres dotadas de una sensibilidad y una creatividad desbordantes. Las dos tienen sello propio y forjaron su arte pese a las encrucijadas sociales y culturales. Las dos decidieron su vocación artística desde muy temprano. Cada una a su manera tuvo que desafiar los prejuicios de su tiempo, tras reafirmar su libertad y su identidad estética. La eternidad se desliza como una ofrenda por las manos de este par de mujeres.
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